Nuestro colaborador Hernando Jiménez publicó recientemente su libro Un Siglo de Ausencia, en cuyas páginas rescata los grandes recuerdo de su niñez y juventud, y nos muestra de una manera viva e intensa la Bogotá que él vivió en esos años mozos, cuando era esta una ciudad un poco taciturna y dueña de un romanticismo especial. Con su estilo muy particular e irónico, Hernando retrata las costumbres de la época y los personajes que la protagonizaban, empezando por los hábitos que para entonces cultivaba su propia familia, entre ellas sus tías que por demás eran muy divertidas. El prólogo de este libro, que presentamos como abrebocas para nuestros lectores, fue escrito por su amigo Diego Higaldo, miembro y fundador del encopetado Club de Madrid, del cual hacen parte muchos ex presidentes entre ellos: Cesar Gaviria y Andrés Pastrana.
Por: Diego Hidalgo
No es esta la primera memoria de una vida que termina cuando su protagonista llega a la avanzada edad de veinticinco! años. Pero si, como en el caso de este libro, la lectura ha resultado todo no ya amena sino apasionante, se produce una inevitable frustración, que lleva a implorar y a exigir al autor que, si no lo que está haciendo ya, comience inmediatamente a proseguir el retro de su vida. Si para colmo de males el que lee las memorias conoce y quiere al autor, y además ha estado décadas sin verle, ese sentimiento de frustración llega a ser casi insoportable.
Yo conocí a Hernando Jiménez meses después del final de este maravilloso relato. En el otoño de 1965, tras haber pasado unas semanas en Nueva York, llegué a Boston con la intención de escribir un artículo sobre las tensiones raciales en Estados Unidos y de preparar mi solicitud de admisión en la Harvard Business School, entonces la mejor y más prestigiosa escuela de administración de empresas del mundo. Unos amigos me consiguieron una habitación como paying guest en una casa en 13 Walker Street en Cambridge, muy cerca de Harvard Square y del campus de la Universidad. Allí estaba Hernando, también como paying guest, financiando su coste y sus estudios en la Longy School of Music con su trabajo en h biblioteca de Boston University. Aunque nuestros horarios no coincidían, nos vimos casi todos los días durante los dos meses y medio que estuve en Boston.
El Hernando que conocí en aquel otoño era dos o tres años mayor que yo, pero me pareció muy joven, sensible y vulnerable. Poco a poco fuimos haciéndonos amigos y un día me contó las desdichadas experiencias de sus últimos tiempos. El relato de sus desventuras me impresionó y conmovió profundamente. Tanta fue la impresión, unida a los recuerdos de una época feliz en mi vida, que a pesar de no saber de él desde la última vez que le vi (un año después, en noviembre de 1966) y hasta entrado ya el siglo xxi, nuestra amistad resurgió cuando amigos comunes volvieron a ponernos en contacto. Luego de actualizarnos por internet, Hernando vino a España en el verano de 2003 para volver a verme y conocer de primera mano mis esfuerzos para fomentar «las 30» —desarrollo, democracia y diálogo- en el mundo. En esas semanas que Hernando pasó en Madrid y Extremadura pude comprobar que, al cabo de cuarenta años, seguíamos compartiendo los valores de amistad, la solidaridad, la lucha por la libertad, la democracia, y el rechazo de la violencia. En ese momento, después i haberle considerado toda la vida como un músico, empiezo! descubrir y a valorar su enorme talento como escritor.
Años después trabajamos juntos en el intento casi universal para conseguir la liberación de Ingrid Betancourt, secuestrada por las farc y gravemente enferma. Su madre, Yolanda Pulecio, recurre a Hernando aterrada porque el presidente Uribe, en un día de cólera, planea un ataque total contra las guerrillas que, además de sus escasas probabilidades de éxito, pone en grave peligro la vida de Ingrid; Yolanda y Hernando están casi seguros de que el ataque resultará en su muerte. Por casualidad ese día se celebra en Madrid la Conferencia Anual del Club de Madrid, asociación de ex Jefes de Estado y de Gobierno creada en 2001 por mi fundación fride para fortalecer la democracia en el mundo; recibo el angustioso email de Hernando cuando voy a cenar con Belisario Betancourt, César Gaviria y Andrés Pastrana, a quienes transmito el SOS. Los tres suben a una de sus habitaciones, llaman a Uribe y Consiguen disuadirle del ataque. Nuestra amistad y cariño cimentados desde entonces le han inspirado a Hernando hacerme el honor de pedirme que escriba un prólogo a su libro.
Mis observaciones en la dificultad de desligar afecto y objetividad están teñidas por el entusiasmo y asombro que tu producido su lectura. Entusiasmo por la calidad literaria de su relato novelado, por su amenidad y por varios portentos, entre los que destaco la impresionante memoria y dones de observación que despliega Hernando-niño al contar hechos e impresiones de su infancia. Aunque recomiendo al autor que presente un prólogo con su árbol genealógico para ayudar a los lectores que lo necesiten y para que sepan desde el inicio quiénes son los numerosos personajes dela familia que van apareciendo,* esos personajes, en su mayoría niñas y mujeres, son presentados con tal calidad de colorido que inmediatamente cobran vida. También destacaría el gran sentido del humor que aparece a lo largo del texto y que a mí me ha recordado al de los maravillosos libros de Wodehouse que he leído durante mi vida.
Un siglo de Ausencia tiene dos partes radicalmente diferentes. La primera transcurre en Colombia, con ese entorno entrañable que rodea un niño singular por la intensidad con la que advierte personalidades, acontecimientos, y con la que explica sus sentimientos; el lector es capaz de ver personas y lugares con color, y percibir condimentos y plantas y flores con sabor y olor. De algún modo Hernando se siente protegido y sus vivencias, aunque algunas dolorosas, tienen un dolor mitigado por los personajes de su entorno que le dan refugio. La segunda parte empieza cuando el narrador, muy joven aún, aterriza en la jungla de Estados Unidos, lejos de su entorno protector, y sufre las heridas de enfermedades, soledad, desdicha amorosa y abandono. Tras casi sucumbir emocionalmente a su dolor, el joven vulnerable y sensible consigue forjar su personalidad encontrando dentro de sí mismo la dignidad y las fuerzas de la autoestima. Todo el relato está enmarcado en acontecimientos históricos que le afectan: el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, en 1948, que será el inicio de la violencia que ha golpeado a Colombia durante décadas, y la guerra de Vietnam en Estados Unidos.
En estos tiempos hay millones de libros, programas de televisión, blogs y ofertas de internet que compiten por interés! al lector y convencerle para que les dedique su escaso tiempo. Yo, que en los años ochenta fui presidente de Alianza Editorial, una de las editoriales en español más prestigiosas, no hubiera entonces dudado en publicar este libro. Quisiera tener la autoridad suficiente para recomendar la lectura de la obra de Hernando, incluso a quienes no han tenido el privilegio de conocerle como persona. También quisiera ser capaz de escribir como él.