Jessica Tijeras
En el patio 3 de la cárcel Modelo, en Bogotá, los presos se apiñan contra los barrotes y escupen chiflidos de euforia a la hora de saludar, desenfrenados, esas curvas insinuantes que aparecen sobre el pasillo de la cautividad. Pertenecen a una mujer maciza y vigorosa, que mueve el esqueleto como si en lugar de soportar un andamiaje encarnado sólo llevara rimmel y maquillaje. Ella se detiene, abrumada por los soeces piropos carcelarios, y con una dignidad anarquista levanta un brazo y les devuelve una caricia ronca: −Hola bebés –les dice–, ¿quiénes son los hombres más bellos del pabellón del norte? Desde hace más de 15 años, Henry Romero ha aprendido a transformar la voz para librarse de las trancas del destino, y los presos que lo conocen retornan el saludo con la denominación que identifica su espíritu verdadero: - ¡Llegó Jessica, la Ardienteee!!! –gritan−… ¡Hola Jessicaaa!
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