Con todo el respeto del mundo por la opinión ajena, estoy lejos de compartir la idea que ahora florece por ahí de que Colombia anda mal de equipo, porque, se afirma, le falta equilibrio en su funcionamiento, carece de marca en el medio, a sus delanteros les llega poco juego y no le saca el provecho necesario al control del juego. Como dicen ahora, sin el balón tiene problemas. Lo dejan sin mérito y ponen al técnico José Pekerman casi en el banquillo de los acusados. La crítica se agudizó después de la caída en el Centenario, frente a Uruguay al cabo de un juego que se complicó en apenas tres minutos tras parecer controlado. La secuela fue impactante y como efecto letal sobreviene la ola del vaso medio vacío. Tal parece que los 26 puntos llegaron a las arcas de Colombia como por arte de magia. Los momentos negativos, que nunca faltan en ningún equipo, así sea el campeón mundial, pasan por encima de los positivos, con la fuerza de un huracán demoledor. Que el Mundial no se jugará en Barranquilla o que en Brasil los rivales serán de otro planeta, es parte de lo que se alega para concluir que Colombia flota lejos del mejor nivel. ¿Saben cuántos equipos de clase A van a la cita universal? Alcanzan los dedos de la mano para contarlos, sin posar de soberbios. Los demás del grupo de los 32 elegidos se dan la mano, ahí más o menos. Es innegable que todavía faltan ajustes en el conjunto, habría que mejorar el sistema de relevos en la defensa y buscar mayor solidez en el medio, pero hasta ahí…Colombia tiene un buen plantel y el cuerpo técnico, verdadera multinacional, muestra capacidad y experiencia para conducirlo. De la noche a la mañana creo que es un disparate de origen emocional, más que racional, ponerlo en zona de dudas y desconfianza. Estoy convencido de que Pekerman mantendrá el barco a flote.