Por Guillermo Romero Salamanca, prensa CPB
La primera judoca colombiana nació en Santiago de Cali, aprendió a bailar salsa en Bogotá, quiso ser diplomática, se salvó –de milagro– de morir el 7 de agosto de 1956, comenzó el periodismo sin saber escribir a máquina, escuchó cuando Gabriel García Márquez le leía a Fidel Castro sus palabras para recibir el Nóbel, es socia desde hace más de 35 años del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB), se llama Amparo Pérez Camargo y es la defensora del televidente de Canal Caracol desde hace 19 años.
Sus primeras notas periodísticas las hizo en la secundaria, participó en infinidad de marchas estudiantiles a finales de los sesenta, nunca tiró piedra, pero gritó consignas como “Se vive, se siente, el pueblo está presente”, durante sus 49 años de ejercicio periodístico ha detestado que le impongan horarios, pero es puntual y sólo una vez ha fallado a una grabación. “Se me olvidó”.
Es miembro activo de la de la Organización Mundial de Ombudsmen ONO y de la Organización Interamericana de Defensores de las Audiencias OID. Durante estos años se ha desempeñado como redactora y Jefe de Redacción de TV-Sucesos, A-3Alfavisión, Noticiero Vea Colombia, Telediario. Directora de programas como “Vamos a ver”, “Dicen qué”, “Los trabajos del hombre”, “¿Por qué somos así?”, “En Directo”, “Atrévase”, “Muy personal”, “Magazín Caracol”, “Es su turno” y “Doble Vía”.
Desde el 2000 ha estado al frente de la producción de la Noche de los Mejores, ceremonia en la que se entregan los Premios de Periodismo CPB y es la forma en que desde entonces el Canal Caracol patrocina al gremio más antiguo y reconocido de Colombia. Ha sido también profesora de Periodismo Investigativo y conferencista en foros y congresos sobre televisión y audiencias.
Presentadora de Gazeta de Colcultura y Noticiero de la Cámara de Representantes. En radio se le recuerda por sus programas “Las reporteras” y “Llegaron las mujeres”, entre otros.
Y desde hace 19 años, es Defensora del televidente del Canal Caracol. En su oficina del tercer piso de la casa 6 de Caracol escucha, ve y lee infinidad de cartas, e-mails de televidentes que analizan todos los programas, rechazan las injusticias, hacen reclamos o piden repeticiones de programas. Luego de haber sido la aguerrida reportera, comprende los puntos de vista de los televidentes y entonces debe buscar la verdad, aclarar y ofrecer excusas si lo amerita.
Es licenciada de Periodismo de la Universidad América, estudió Derecho internacional y diplomacia en la Universidad Jorge Tadeo Lozano e hizo una especialización en radio y televisión en la Universidad Complutense de Madrid.
Sueño frustrado en la Nacional
La madrugada del 7 de agosto de 1956 marcó su infancia. Estaba dormida, en su casa, cerca del batallón Codazzi de Santiago de Cali cuando de pronto un pavoroso estruendo la despertó. Una viga de su casa la tenía atrapada en su cama, escuchaba gritar a la gente, solo una pared de su casa quedó en pie, no entendía qué sucedía cuando la sacaron en medio de la polvareda y la oscuridad.
Al salir a la calle vio un resplandor como un sol. Era el producto de la explosión de siete de diez camiones cargados con 1.053 cajas de dinamita. La tragedia dejó más de 1.300 muertos, cuatro mil heridos y pérdidas incalculables.
Días después, con unas pocas prendas, entre el horror y la tragedia sus padres determinaron viajar a Bogotá. Don Alberto Pérez trabajaba en Carvajal y era un excelente litógrafo y doña Hortensia Camargo de Pérez era una experta en temas de encuadernación.
La fría Bogotá la recibió en el barrio La Candelaria. Allí veía a los famosos de la televisión, el teatro y el periodismo. Muy pronto supo dónde vivía Fanny Mickey, Álvaro Ruiz, Fernando González Pacheco-Castro, Ligia Riveros y patinaba con Jairo Soto. En el seminternado del Colegio del Rosario conoció a unos sacerdotes europeos que la invitaron a formar parte de los movimientos Estudiantiles Católicos, el famoso Grupo Golconda, estudios sobre la Teología de la Liberación y a escribir en el periódico.
Quería estudiar Administración de Empresas en la Universidad Nacional y Periodismo en la Javeriana, pero en la primera no pasó y además su hermano le dijo que allí no se graduaría nunca por la cantidad de paros que había en esos finales de los años sesenta. No quiso ir a la Javeriana porque la veía como una institución para “ricos”.
Entonces ingresó a la Universidad América donde se licenciaban de Periodismo con tres años de estudio. Y como recalca ahora, “es que no deben tener diez semestres, sino 6”.
Entre el periodismo y el Judo
Unos de sus primeros profesores fueron Antonio Cacua Prada e Ignacio Ramírez. Seguía con sus ideas revolucionarias y participaba en el Consejo Estudiantil e hizo parte de la recordada Noche de las Antorchas.
“En la facultad nos inscribimos 13 alumnos, pero no teníamos salones. Entonces nos fuimos aula por aula y sacamos de cada uno, un pupitre y nos tomamos la casa Antonio Nariño para exigir nuestros derechos estudiantiles.
Cuando llevaba unos meses de estudio, Jaime Uribe Botero la invitó a participar en la revista Diálogos Universitarios y en Europa Press, pero también se fue a trabajar a La República. Además, hacía teatro, cantaba en un coro y fue la primera mujer en Colombia en tomar clases de Judo con el profesor coreano Sun Oh Van, esos deportes asiáticos que poco se conocían en el país y a ella eso de las artes marciales le pareció genial. Sólo alcanzó a ser cinturón naranja. En esa época no existía el término de hiperactividad, pero, de seguro le hubiera quedado bien.
El primer día de trabajo en La República tuvo su primer impase cuando se encontró de frente con la máquina de escribir. “¿Y esto cómo se maneja?”, se preguntaba mientras veía a sus colegas cómo tecleaban a toda velocidad. No tenía idea de mecano taquigrafía. Se quedó mirando a Hernán Cortez, un periodista chuzógrafo que recibía con el teléfono al cuello, las comunicaciones de los corresponsales. Cuando colgó le dijo: “Yo, algún día, seré mejor que usted así sea con dos dedos”. Y lo demostró.
Fueron unos años para descubrir en la cultura una nueva ruta en el periodismo. “A mí me daban una página entera para escribir sobre arte, teatro, exposiciones, entrevistas con gente de las letras. Un día Gonzalo González –Gog—le dijo: “Tú tienes que conocer a Gabriel García Márquez” y fueron al homenaje que los periodistas le ofrecían al maestro León de Greiff en el famoso Campo del tejo Villamil, donde Gabo fue el oferente. De allí nació una confianza de Gabo por la periodista que incluso le permitió escuchar cuando él leía a Fidel Castro, las palabras que iría a decir cuando recibió el Premio en Estocolmo.
Crónicas a 50 pesos
De su profesión le molestaba que ganara menos que los hombres. Ellos recibían al mes mil pesos y ella, 600. “Es que usted es mujer”, le decían. Entonces un día el ingeniero Ospina le dijo, “le voy a pagar 50 pesos por crónica”. Se emocionó tanto que alcanzó a recibir 4 mil pesos, en el próximo pago, pero entonces, por protestas de los otros redactores, la negociaron en mil su salario.
En sus 7 años en La República le permitieron conocer a personajes como Negret, Manzur, Barrios. Un día por molestar le dijo al escultor Édgar Negret: “Ojalá cuando nazca mi hijo tenga una escultura suya para que juegue”. Cuál sería su sorpresa que cuando su primogénito tenía un día de vida, el maestro tocaba a su puerta para llevarle lo pedido.
Amparo ha sido una mujer incansable. Desde siempre aprendió a realizar tres o cuatro trabajos al tiempo. O hasta cinco. Dividía su tiempo de la mejor manera. Estaba, por ejemplo, como jefe de prensa de la Corporación Nacional de Turismo –de 8 a 11 de la mañana, luego llegaba al periódico y escribía su columna editorial o sus crónicas, de 2 a 5 regresaba a la Corporación y a las 6 y 15 asistía a su clase en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, de donde salía a las 6 y 45 para presentar informes en el noticiero TV Sucesos y de allí regresaba al aula. “Me salvaba porque contaba con buena memoria”, dice ahora para excusar su modestia.
Reportera 7 por 24
Amparo encontró en el Periodismo su fuente de vida, su pasión, su forma de mostrarle al mundo hasta dónde podían llegar las mujeres. Y lo conquistó.
Es una de las pocas personas en Colombia que puede hablar de la historia del país, que ha vivido de cerca decenas de hechos cruciales. Ha entrevistado a todos los líderes políticos de los últimos 50 años, ha hecho reportajes sobre la violencia social, crónicas sobre los acontecimientos que han estremecido a la ciudadanía. Ha sido una reportera de tiempo completo.
Muy joven aprendió que en el periodismo no hay horario, había que hacer de todo y solucionar los problemas. En una oportunidad entrevistaba a los dictadores Augusto Pinochet de Chile y a Jorge Rafael Videla de Argentina y mientras mantenía el micrófono, debía sostener con la otra mano, las luces. Los personajes se impresionaron tanto que Pinochet, al verla encartada porque se le movía la mano levantada, le dijo: “Interroga a Jorge, mientras yo le sostengo las luces y luego me entrevistas a mí y que Jorge sostenga las luces”.
Dentro de los personajes que más conoció fue al expresidente Alfonso López Michelsen por quien guarda especial admiración. Se sabía sus discursos y adivinaba sus reacciones. Durante los disturbios del 14 de septiembre de 1977, en medio de un paro nacional, Alberto Acosta era su director y le dijo: “Váyase a la calle, se mete en un bus, graba a las personas y dice que todo se está normalizando”. Ella lo miró extrañada y cuando le iba a responder, el experimentado periodista le agregó: “Recuerde siempre que el país está por encima de las ideas”.
El invento que más le ha impresionado a lo largo de su vida periodística es el celular. “Es increíble. En un segundo se puede comunicar con el mundo, se encuentra información, se puede tomar una foto o grabar un video. A mí me tocó una época en la cual los rollos de grabación escasamente duraban 10 minutos y había que inventarse algo para seguir grabando”.
En 1975, Germán Montoya organizó el primer viaje de empresarios a Cuba. Allá estuvo con varios periodistas y logró una entrevista con Fidel Castro. “Me ayudó un escolta diciéndome que cuando le viera le dijera “comandante”, porque así le gustaba que le dijeran.
Cuando la llamaron para que le ayudara en temas de comunicaciones al candidato Virgilio Barco, encontró gran resistencia. A él no le gustaba la prensa, pero yo le dije, tranquilo, usted simplemente diga: “Viva el partido liberal”, “Dale, rojo, dale” y listo. Sonrió y aprendió a responder las entrevistas.
Amparo, es muy clara al afirmar: “A Colombia la dañó el narcotráfico. Eso cambió todos los valores del país. A partir de 1978 se volvió común que hubiera un muerto en una tienda, cuando eso no existía, las madres no volvieron a ser exigentes con sus hijos, sino permisivas. No les volvieron a preguntar de dónde salen con una nevera o un televisor, sino que dicen: “Ay, tan lindo mi hijo”, la mujer se deslegitimizó, los estamentos como la Educación, la Justicia, la Policía y el Ejército fueron permeados. Cuando yo dije: “El narcotráfico se metió a la televisión”, me felicitaron, pero me quedé sin puesto. Yo no lo podía creer. Por fortuna, meses después, me llamaron a presentar el noticiero del Senado.
Para ella el Periodismo seguirá siendo Periodismo, pero sí ha cambiado la forma de hacerlo. “Ahora se hace un Periodismo de Twitter. Están pendientes de los mensajes que digan unos y otros y lo único que les interesa es saber cuántos likes tienen. No hay contra preguntas, poca investigación. Y está desapareciendo el equilibrio informativo”.
-¿Qué se necesita para ser Periodista?: “Valentía”.