La última guerra III
La maldición de ganar el pan con el sudor de la frente ha sido superada por el hombre, gracias al moderno invento del desempleo. La insistencia de Peregino ablandó un poco las negativas de Abel. Lo dejó dormir en el ángulo de un corredor en el barracón donde vivía. A cubierto de la lluvia pensó que necesitaba ponerse a cubierto del hambre, y le insistió en que lo ayudara a conseguir trabajo en la fábrica. No necesitaba falsificar sus papeles de identidad porque luego de largos años de guerra, nadie los tenía. Así que Abel se las ingenió para meterlo de cargador en una de las bodegas. Le pagarían el salario mínimo como a cualquiera de los obreros: la tercera parte en bonos de seguridad nacional, que por razones obvias no valían nada; otra parte en vales para retirar comida ...
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