El presidente Iván Duque puede ser un buen un mandatario, por su preparación, su carisma conciliador y en apariencia por honesto. Sin embargo, en estos días en que está en el ojo del huracán de los colombianos, de los enemigos políticos y la oposición, la percepción es que no tiene autonomía ni liderazgo propio.
Se comenzó a sentir de esa manera desde su primer “oso”, o equivocación, cuando se dejó influenciar de su jefe político Álvaro Uribe y el resto de la bancada del Centro Democrático al aceptar la demanda de los seis puntos en contra de los acuerdos de paz, los mismos que ha querido tumbar el expresidente Uribe desde el “SÍ y el “NO” y durante la misma campaña a la presidencia.
Ese hecho, para no mencionar otros, en los cuales le ha ido mal, basta para preguntar, ¿si el presidente Duque tendrá los suficientes pantalones que tuvo el ex presidente Juan Manuel Santos, cuando una vez tomó posesión del cargo como primer mandatario, le dijo “no” a Uribe que quiso sugerirle – u ordenarle- qué hacer durante su gobierno?
Esa negativa bastó para que Uribe Vélez se convirtiera no solo en el mayor contradictor de Santos sino en un enemigo personal y político casi enfermizo.
En esa débil línea se encuentra Duque, y lo sabe. Si se safa de una vez por todas de la presión de Uribe y le da vía libre a su autonomía como primer mandatario, a su libre forma de pensar, y a su propósito de aportar un grano de arena para tener un mejor país, y no le teme volverse el blanco de un enemigo “encarnizado” como lo hizo con Santos. Tal vez las cosas la salgan un poco mejor.