Por: Rosalba Hernández Rueda
Hasta que Niccolo Paganini apareció, «los violinistas eran criaturas serenas, agradables, retraídas… pero no superestrellas. Él no sólo cambió la ejecución del violín, sino que fue el primer supervirtuoso instrumental. Su nivel de interpretación nunca ha sido igualado», dijo en alguna ocasión Harold Schonberg, director de crítica del New York Times.
En su juventud ensayaba intensmente antes de una presentación. Después, no lo volvió a hacer. Sólo abría el estuche minutos antes del concierto y se plantaba en el escenario con sus cabellos largos y su figura cadavérica, desgarbada y demoniaca.
Sólo el diablo podía ayudarle
Considerado en su época como «el violinista del demonio» (la gente se persignaba o cambiaba de acera cuando se cruzaba con él), Paganini nació en Génova el 27 de octubre de 1782. Hijo de un modesto aldeano, Niccolo nunca asistió a la escuela y algunos de sus biógrafos dicen que fue obligado por su padre a tocar el violín desde niño. Fue él quien le dio las primeras lecciones, pero pronto el talento de Niccolo superó los conocimientos del maestro, así que continuó sus estudios con otros profesores de la localidad.
A los 5 años ya dominaba la ejecución del violín, a los 8 compuso su primera pieza y a los 12 se presentó por primera vez en público como solista. Y aunque Paganini estudió con varios profesores, debe considerársele un autodidacta, pues él mismo desarrolló su propia técnica, tan enredada, que algunas de sus obras son imposibles de interpretar.
A los 16 años no sólo comenzó a demostrar su pasión por los juegos de azar -vicio que le acompañaría el resto de su vida-, sino que inició una gira por Lombardia después de la cual vivió varios errante; a dedicó a la buena, apostó hasta el último peso y tu aventuras amorosas. Fue en una apuesta donde perdió su único violín, pero un rico admirador le regaló un Guarneri (proveniente de la famosa familia de constructores de violines en Cremona, igual de célebre a los Stradivarius), que usó su muerte y legó a la ciudad de Génova con la condición de que nadie más volviera a tocarlo.
Su vida aventurera y misteriosa le convirtió en uno de los personajes más curiosos de la época. No existen datos de sus actividades entre 1800 y 1805. Mientras unos creen que estuvo en la cárcel y otros opinan que vivió en Toscana, algunos consideraron que fue esa época en la que compuso su famoso Caprichos. Por su lado, el rumor popular decía que Paganini, en un ataque de celos había asesinado a una de sus tantas amantes y que había estado pagando ese crimen en las galeras
En ese entonces se suscitaron las más extrañas leyendas en torno a él. La mayoría creía que tenía pacto con el diablo, “pues en su música había algo sobrenatural. Su manera de ejecutar el violín era demoniaca, nadie había explotado los recursos del violín como él». Niccolo no hizo nada para desmentir esos comentarios. Por el contrario, los alimentaba, rompiendo intencionalmente una y hasta tres cuerdas durante un concierto sin dejar de tocar o terminar lo que estaba interpretando. “No era culto, pero sí astuto y sabía explotar la publicidad que le rodeaba. Así agotó localidades donde quiera que se presentara”. Años más tarde intentaría negar todos esos rumores, pero era demasiado tarde.
“Paganini es un milagro”
Niccolo reanudó su carrera en 1806, cuando fue nombrado director de la orquesta de Lucca, por la princesa- María Bonaparte Baciochi, hermana de Napoleón y de quien se dice fue su amante. Se dedicó a dar conciertos por Italia, pero después se convirtió en un animador más que músico.»Divertía al público logrando que el violín sonara como un asno, un gallo o un perro».
Cuando regresó a Génova conoció a Angélica Cavanna, con quien tuvo un hijo que nació muerto. En 1815 se enamoró de la cantante y bailarina Antonia Bianchi, que lo acompaña- en todas susgiras. Ella le dio el primer y único hijo, Aquiles, al que legitimó y dejó en herencia lo que quedó de su enorme fortuna. La relación con Antonia a duró 13 años.
Italia lo amaba y su carrera alcanzó allí la cumbre cuanando el Papa León XII le otorgó la Orden de la Espuela de Oro. Al año siguiente, inició sus giras de conciertos fuera de Italia. Viajó a Viena, París, Londres, Inglaterra, Escocia, donde su éxito fue delirante, el público lo idolatró, los aficionados a la buena música enloquecieron y los críticos no cesaban de decir: “Es lo más asombroso, milagroso, triunfal, inaudito, original y extraordinario que uno pueda imaginar”.
Le fue tan bien que en Inglaterra exigió honorarios 5 veces más altos de los normales. Las quejas del público no se hicieron esperar y la prensa exigió un boicoteo a sus conciertos.
Paganini tuvo que ceder y rebajar los precios. Su popularidad y éxito fueron tan grandes, que se fabricaron prendas de vestir con su nombre, y los restaurantes internacionales bautizaron Paganini a sus mejores platos. Adelantándose a la época, él trabajó con los empresarios que se ocupaban de los detalles, alquilaban la sala, contrataban la orquesta y se encargaban de la publicidad.
Le negaron la sepultura cristiana
Pero detrás del genio se escondía un hombre melancólico, deprimido, intranquilo y víctima de desórdenes mentales. Sufría de los nervios, era caprichoso, rebelde, irritable y avaro. Invirtió su capital en un casino en París, pero éste quebró y él quedó prácticamente arruinado. Parte de la fortuna salvada la invirtió en la compra de violines y a su muerte poseía espléndida colección de 22 instrumentos de Cremona.
Ningún músico ha padecido tantas enfermedades como él; sarampión a los 4 años, escarlatina a los 3 y neumonía a los 14. Sufrió colitis crónica, una hemorragia pulmonar y la tos lo acompañó toda su vida. Padecía de insomnio, tenía hemorroides, problemas de próstata, reumatismo y un absceso en el maxilar, que le hizo perder todos los dientes. Además contrajo la sífilis y en los últimos años perdió la voz a causa de una tuberculosis de laringe. Entonces dejó de actuar por completo. Hizo su última aparición pública en un concierto de caridad en 1837 y se retiró a los 55 años.
Con la salud quebrantada, se estableció en Marsella, Francia, en un intento por recuperarse. Después se dedicó a viajar, buscando una cura mágica para sus males. Visitó médicos, curanderos y bebió toda clase de laxantes, que empeoraron su salud. Y efectivamente, el 27 de mayo de 1840, Paganini murió en Niza, víctima de la tuberculosis. Como se negó a recibir los últimos sacramentos y «además tenía pacto con el diablo», el obispo no dio permiso para enterrarlo en suelo sagrado y su cadáver fue guardado en el sótano de su casa, donde permaneció durante 5 años. Entonces su hijo logró la autorización del Papa para trasladarlo al cementerio católico de Parma.
Paganini siguió ejerciendo su hechizo después de muerto. La medicina se interesó en él, debido a su increíble destreza en la mano izquierda, base de su virtuosismo musical. Efectivamente, podía doblar su pulgar hacia atrás hasta tocar el dedo meñique. Los médicos tomaron moldes de yeso a las manos de su cadáver y mientras se esperaba el resultado de la investigación, se especuló sobre el hecho de que padecía del síntoma de Marfan, que afecta los tejidos conjuntivos, y le permitiría estirar los dedos anormalmente. Paganini no sufría de este síndrome. El tamaño de sus manos era normal.
En 1982, cuando se cumplió el bicentenario del nacimiento de Paganini, su único violín, el Guarnerius, fue trasladado a Nueva York (violando el último deseo del músico) para que lo tocara Salvatore Accardo. Todo el mundo se aterrorizó, pues aún se recordaba la leyenda: Paganini había sido e! violinista del diablo.
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