Por: Guillermo Romero Salamanca
En un salón del piso superior de la casa de dos plantas está un buen pedazo del famoso Florero de Llorente. Encerrado en vidrio y sobre una mesa alta, los visitantes al Museo pueden apreciar la porcelana por la cual se armó la pelea el viernes 20 de julio de 1810 y se dio el famoso “Grito de la Independencia”.
Un grupo de criollos, llamados así porque descendían de los españoles, pero que habían nacido en América, planeó lo que sería un motivo de escándalo y esto incentivó una revuelta y dieron un golpe de Estado. Cavilaron durante semanas y buscaron a un chapetón que se irritara por cualquier cosa y seleccionaron a don José González Llorente como el chivo expiatorio. Esperaron a que fuera un viernes, por ser día de mercado y enviaron a dos jayanes hermanos Francisco y Antonio Morales con el propósito de pedirle prestado un florero al comerciante para hacerle un homenaje al capitán de Fragata de la Real Armada Antonio Villavicencio, quien se alejaba del mar y subía a los 2.660 metros para estar unos días en la capital de la Nueva Granada.
Cuando llegaron a la casa los hermanitos Morales –buenos para la pelea, buscar grescas y tomarse unos sabrosos totumados de chicha—pidieron el vaso y el comerciante se puso de mal genio y como buen español empezó a gritar hasta que le dieron su golpiza y en el jaleo rompieron la porcelana.
Total, era un pretexto y salieron gritando y al estilo de Neymar se presentaron como víctimas ante las marchantas y compradores de habas, fríjoles, nabos, papa, mazorcas, gallinas, huevos y quesos campesinos.
El alboroto fue grande y rodaron gachas por el piso y se perdió más de un canasto. Los líderes de la revuelta huchearon a los campesinos y de un momento a otro, ante la triste defensa que hizo el alcalde, el revoltoso José Acevedo y Gómez pronunció su famoso discurso y se proclamó entonces la Independencia. Al pobre González Llorente lo llevaron a patadas en la parte baja de su espalda a la cárcel y lo retuvieron hasta el 4 de enero de 1811.
La casa, localizada en la carrera séptima con calle 11, frente a la catedral Primada de Bogotá y diagonal a la Plaza de Bolívar, se ha mantenido casi que intacta.
Es una construcción de finales del siglo XVI y principios del XVII, en estilo árabe–andaluz, también denominado mudéjar. Con muros blancos y puertas, ventanas, balaustradas y balcones de color verde aguacate.
Está a unos metros del famoso restaurante La Puerta Falsa, una de las tres instituciones más antiguas de Colombia, ya que se inauguró en 1816. Las otras son el Ejército nacional, creado el agosto 7 de 1819 y el Partido Liberal Colombiano, que nació el julio 16 de 1848.
A cuatro calles de allí, pegado a la Avenida Gonzalo Jiménez de Quesada, el 9 de abril de 1948, cerca de la una de la tarde, un mozuelo de 26 años –hijo de la prostituta Encarnación Sierra y del tallador Rafael Roa, muerto por silicosis– presumiblemente fue el autor material del asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán.
Después del magnicidio alguien gritó que el joven era el asesino y lo sacaron a punta de puños y patadas hasta causarle la muerte y posteriormente, por la carrera séptima lo llevaron a rastras hasta dejarlo a las puertas de la casa del famoso florero. Los dueños de la vivienda convencieron a la turba enardecida de no prenderle candela al sitio porque allí se había gestado el Grito de Independencia y ante esta razón, los pirómanos se dirigieron mejor a las cigarrerías y licoreras a libar la desesperanza política.
En 1960 la casa fue remodelada y se convirtió en un Museo y varios de los salones los destinaron a poner prendas, cartas, documentos y elementos de la época y desde luego la famosa Acta de la Independencia, iluminada ahora con luces led.
El miércoles 6 de noviembre de 1985 un comando de unos 30 guerrilleros del Movimiento 19 de abril—M-19, se tomó el Palacio de Justicia, ubicado justo al frente de la casa Museo del Florero. Vendedores ambulantes y estudiantes que pasaban por allí salieron despavoridos ante la infinidad de balas que iban y venían desde esta esquina histórica de Colombia.
Después del asalto, el Ejército llegó con helicópteros, policías sin chalecos se atrincheraron en los salones de la casa y por la noche llegaron los cañones y los incendios. La meta era aniquilar a los rebeldes y todo lo que estuviera cerca. Unas 350 personas estaban en el Palacio rector de la justicia colombiana.
La balacera, el giantesco incendio y el enfrentamiento se terminaron 27 horas después, dejando un saldo de 98 muertos, entre ellos once magistrados. Once personas más fueron consideradas como desaparecidas al no conocerse su paradero, aunque con los años se han venido esclareciendo sus identidades y sus paraderos.
La Casa Museo 20 de Julio o del Florero se convirtió en base militar y de operaciones. Por allí pasaban liberados, heridos y varios desaparecidos.
El florero no sufrió mayores daños.
Cada vez que hay manifestaciones estudiantiles, paros de trabajadores, revueltas, marchas y asonadas la Casa es pintada con grafitis y con todo tipo de expresiones con pintura de tarros y artistas que se tapan las caras.
Los 20 de julio pasan por allí soldados vestidos con el uniforme del Ejército Libertador y decenas de turistas miran las paredes para observar aquellos adobes tan bien puestos y que han resistido las balas, pero no el estiércol de miles de palomas que tienen el techo a punto de caerse. Su vecina, la catedral, cada seis meses saca unas 40 toneladas de ese veneno producido por las ratas voladoras, convertidas en una verdadera plaga.