El crudo relato de un colombiano que hizo parte de la Legión Extranjera
Por Gilberto Castillo
Entre la nube de funcionarios públicos, diplomáticos, políticos y curiosos que rodeó al presidente Francois Mitterranden una de sus visitas, era difícil reparar en Gil Serrano, un colombiano que al lado de cincuenta compatriotas formó parte de la Legión Extranjera durante la Segunda Guerra Mundial. Su historia de sangre y lágrimas llamó la atención del presidente francés.
“En 1940 me encontraba trabajando en Panamá. Allí, como en todos los países de América, los periódicos y la radio estaban repletos de titulares en los cuales se daba cuenta de los triunfos de los nazis en Europa y África. La alarma crecía en todas partes porque se creía que Rommel, después de conquistar África, atacaría América empezando por Brasil. Entonces se creó un movimiento con el fin de encontrar voluntarios para los ejércitos de la Francia Libre. Me presenté en Panamá ante la embajada francesa y de allí salí para los cuarteles de Camberly, en Gran Bretaña, donde encontré un batallón de quinientos latinoamericanos, cincuenta de ellos colombianos que ya se habían incorporado. También había holandeses, belgas e incluso alemanes que se presentaron para luchar contra su propio ejército. Después de cuatro meses de entrenamiento, quienes no éramos franceses o ingleses entramos a formar parte de la Legión Extranjera.
“Como soldados, nuestra primera experiencia en África fue durante la batalla en Marsa Matruh. Eran como las nueve de la noche cuando empezó un ataque sorpresa de la aviación del mariscal Rommel. Con mi compañero Azael Torradonos metimos bajo un camión para protegernos y de allí nos quedamos disfrutando del espectáculo. Para nosotros era como una fiesta en la cual los proyectiles y las bombas salpicaban el cielo semejando luces de bengala. Los aviones iban, venían y bailaban en el aire haciéndole gambeta a los cañones que disparaban desde la tierra. Esa primera noche disfrutamos de la guerra como espectadores en primera fila, porque sentíamos que la cosa no era con nosotros. Todo ese colorido de luces estaba matizado por las circunferencias de los paracaídas de los pilotos que, al ser alcanzados por el fuego antiaéreo, saltaban de sus aviones cayendo como prisioneros de los aliados. Una batería antiaérea alcanzó un avión alemán y el piloto, con el paracaídas envuelto en llamas, se precipitó a tierra. Sus gritos cesaron cuando se estrelló contra el piso, muy cerca de nosotros. Esto nos hizo volver momentáneamente a la realidad. La batalla era tan fuerte que se hubiera podido sacar un periódico para leer a la luz de las explosiones”.
“No es su guerra”
“Allí en Marsa Matruh me había llevado la primera sorpresa, cuando me pusieron de centinela en un campo de prisioneros alemanes. Uno de ellos, hablando en español, me pidió un cigarrillo y cuando le conté que era colombiano lo arrojó al suelo gritando: ¡Imposible que usted esté luchando contra Alemania!…!Si Colombia es un país importante para los alemanes y Alemania un país importante para los colombianos! Yo dejé mi empresa en Colombia y regresé a Alemania para luchar al lado de los míos. ¡Pero esta guerra no es contra usted! ¡No sé qué diablos hace aquí! El hombre estaba tan sorprendido como yo.
“Esa madrugada, después del ataque, salimos de Marsa Matruh hacia Tobruk. La meta del comandante del Octavo Ejército, Montgomery, era apoderarse de este puerto, abastecernos y lanzar un ataque definitivo contra el estado mayor de Rommel, que tenía sus cuarteles de Tripolitana. Pero en la batalla de “El Alamein”, nos derrotaron y se inició una retirada de 1.800 kilómetros hasta llegar a Alejandría, perseguidos por el mariscal y su ejército.
Afortunadamente para nosotros, a él se le terminaron las provisiones y los refuerzos no llegaron a tiempo. Si no, nos extermina. Allí, cerca de Alejandría, entre los comandantes Rommel y Montgomery se dio un desafío verbal, escuchado por las tropas a través de altoparlantes. Era un reto según el cual chocarían definitivamente los ejércitos a las cuatro de la mañana. Para esa batalla nos pudimos reagrupar y entonces fuimos nosotros quienes empezamos a perseguir a los alemanes. Y nuevamente volvimos a avanzar hacia Tobruk, objetivo principal de la primera parte de nuestra compaña. El regreso era lento, pero definitivo. Hubo días en que la infantería no podía avanzar más de cien metros. A estas alturas luego de algunos meses de lucha, nosotros, los antiguos espectadores de Marsa Matruh, sentíamos en carne propia los rigores de la guerra, no solo por el enemigo sino también por el calor del desierto, que a la sombra llegaba a una temperatura de 50 grados. En medio de ese horno de arena se nos ampollaba la espalda. El uniforme que usábamos era apenas una pantaloneta y unos zapatos de material liviano”
Morir de sed
“Después de perseguir a los alemanes durante mes y medio, aproximadamente, llegamos a las puertas de Tobruk y un día del mes de septiembre, en las horas de la madrugada, el alto mando decidió lanzar el ataque definitivo. Tras varias horas, a sangre y fuego, logramos apoderarnos de la mitad del puerto. Chocamos con la línea fuerte de los alemanes y allí se trabó la balacera: ni nosotros avanzábamos ni ellos retrocedían.
“Ocurrió que la única forma de sacarlos era taponar el acueducto y conectar agua al mar. Esa labor de “ingeniería” concluyó como a las siete de la mañana. Esto hizo que muchos soldados se enfermaran y murieron y que otros, acosado por la sed, se entregaran.
Después de Tobruk seguimos tras unos alemanes cada día más desesperados. Por el camino encontrábamos soldados mal heridos. Debíamos rematarlos, esa era la orden que teníamos.
“Es increíble la transformación que uno sufre en la en la guerra. Todo esto lo hace a sangre fría, como si quisiera seguirle el juego a la muerte con cadáveres ajenos para que no se enamorara de nosotros.
“Yo rematé como a diez alemanes pero no fui capaz de hacerlo con ningún soldado que vistiera mi uniforme. También teníamos orden de disparar contra los compañeros que abandonaran el puesto o que intentaran huir del frente de batalla. Esto ocurrió con otros, pero no con los colombianos. En una ocasión me tocó formar parte de un pelotón de fusilamiento para ajusticiar a unos desertores que habían sido capturados. ¡Jamás podré olvidar ese momento y la cara de esos pobres hombres! No los vendaron y nos miraban llenos de terror. Cuando les disparamos cerré los ojos para no ver sus cuerpos sacudidos por las balas”.
Se tragó el puente
“Después de veintisiete meses y muchas batallas llegamos a Bizerta. Allí, a Guerrero, un colombiano le ocurrió algo curioso: en medio del barullo que formábamos los soldados para saber en qué nos debíamos embarcar rumbo aItalia, tropezó con una escalerilla y al caer, del susto, se tragó el puente y lo recuperó porque dijo: ¡Si me lo tragué tiene que salir”.
Efectivamente, al otro día salió. Durante toda la travesía le hicimos la mofa. Antes de llegar creíamos que la lucha en Italiaiba a ser más fuerte que en África,porque allí estaban unidos alemanes e italianos. ¡Pero no! Al desembarcar enNápoles no encontramos resistencia porque el Ejército italiano, temiendo por la destrucción de la ciudad, la había abandonado. Nosotros la tomamos sin disparar un solo tiro. En las calles había desorden, desolación y olor a mugre.
“En las esquinas y en las puertas de los cafés, niños con el grito de ¡señorina…señorina!, nos llevaban hasta donde mujeres que se ofrecían a los soldados por un tarro de comida o un pedazo de carne. Las que no estaban embarazadas eran niñas de trece y catorce años que nos daban trago y nos seducían para que estuviéramos contentos.
“Nosotros éramos el ejército triunfador en África, después en Nápoles. Peleando con todo reconquistamos Montecorvo, que estaba rodeada por piedras gigantescas. Allí fue mi verdadero bautismo de fuego y a mi propio ego le di una demostración de soldado: me atrincheré tras una piedra, coloqué el cañón de la ametralladora en una ranura que había hecho la lluvia y empecé a disparar como loco. Por momentos veía que el cañón se ponía al rojo vivo, pero no importó porque me las estaba cobrando todas y quienes pagaban eran los alemanes. ¡No sé cuántos maté, pero fueron muchos! Solamente dejé de disparar cuando un compañero vino y me dijo que parara, que ya nos habíamos tomado el pueblo”.
Meneses enloqueció
“Luego de estar luchando por el desierto a una temperatura de 50 grados y en Italia a una temperatura media, fuimos a Francia a pelear a treinta grados bajo cero. Allí combatíamos por tomarnos “La 1013”, una montaña desde la cual los alemanes controlaban el transporte y las principales vías de comunicación.
“Si queríamos ganar la guerra en esa zona, no teníamos otra alternativa. Después de varios días el comandante de Sairigne dijo que los únicos capaces de tomar esa montaña eran los hombres del primer escuadrón de la Legión Extranjera. Recuerdo que yo era conductor de un camión y estaba cumpliendo una condena por dejar congelar el agua del radiador. El teniente me había advertido que no se podía dejar que esto sucediera. Pero me dormí y sucedió lo que estaba previsto. El castigo consistió en subir ese camión cargado de municiones hasta los puestos de avanzada. La contraseña que teníamos para identificarnos con los diferentes escuadrones era “Bogotá´, porque nosotros habíamos pedido que nos dieran una contraseña nuestra. Después mi camión subía todo el pelotón de ataque. Infortunadamente en la batalla murieron varios compatriotas.
“Con Guillén y con Rodríguez rescatamos a Meneses, el mejor amigo que tuve durante la guerra. Él tenía una herida en la cabeza. Cuando lo llevamos al puesto de socorro estaba muy mal, los médicos recomendaron rematarlo pero nosotros nos opusimos, Preparamos nuestras ametralladoras dispuestos a evitarlo. Los médicos nos vieron tan decididos que lo llevaron a un sanatorio y lo salvaron. Después se enloqueció tanto que quedó en una clínica de la ciudad de Lyon, permaneció “enjaulado” seis meses. Cuando creyeron que se había recuperado lo enviaron aParís, pero enloqueció. Allí debimos encerrarlo en una habitación del Gran Hotel mientras se lo llevaban nuevamente al manicomio.
A quienes combatimos, el gobierno francés nos regresó a nuestros respectivos países. Yo llegué a Bogotá en octubre de 1945.