¿Tiene Colombia una memoria flaca en el campo del deporte? ¿Se valora en su justa dimensión a quienes se han destacado durante su trayectoria y han marcado puntos altos para la imagen del país? Me surgen estas inquietudes después de ver la forma gris como se registró en los medios del país la desaparición de Carlos Arango Medina, uno de los talentos del fútbol colombiano de todos los tiempos, conocido como “el maestro”. Apenas una nota breve y la lógica alusión de que hacía parte de una generación de buenos jugadores. Nada especial. Mutis por el foro de la Federación. Si acaso el pasaje de aquel histórico gol de 1957 en Lima, para el primer triunfo sobre Uruguay en un torneo suramericano. Alguna vez dijimos y ahora lo reafirmamos: si alguien me pregunta por un equipo colombiano desde los años 40 hasta hoy, diría que uno de sus infaltables tendría que ser Carlos Arango Medina, adelantado de su tiempo por estilo y dinámica de juego. Miembro excepcional de una ilustre dinastía samaria, de la que también hicieron parte sus hermanos Rubén y José del Carmen y cuyo último baluarte fue el gran Alfredo, sobrino, Carlos falleció en Los Ángeles, California, a mediados de agosto del 2014, sobre el filo de los 86 años, tras un plácido retiro para dedicarse a la familia que aumentó con la llegada de nietos y bisnietos. Había nacido en la capital del Magdalena el 31 de enero de 1928. Era el mayor de nueve hermanos, se casó dos veces y le nacieron siete hijos, uno de los cuales, Rafael, alcanzó a jugar en el Unión Magdalena.
De 1.70 de estatura, sobresalía, sin embargo, como un delantero de formidables cualidades por su habilidad con ambas piernas, la elasticidad para saltar y la potencia en el remate de cabeza. Especialista en los tiros libres, se dice que pocas veces o casi nunca erraba un cobro desde los doce pasos. Julio “Chonto” Gaviria fue tal vez de los pocos que pudieron cantar victoria ante sus misiles, en la valla de Santa Fe.
Lo vi actuar por primera vez cuando vestía los colores de los albirrojos bogotanos, ante Unión Magdalena en el estadio Eduardo Santos. No recuerdo la fecha exacta, pero sí que fue la pesadilla del ciclón al anotarle 3 o 4 goles.En medio de la amargura por la derrota, la afición paisana le brindó sus aplausos, aunque algunos hinchas también querían cobrarle la osadía y no faltaron las rechiflas. Arango se las ingeniaba para aparecer dentro del área en el momento justo y listo para el remate. Al revisar su andar por las canchas, hay que remontarse a los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1946 en Barranquilla. A los 18 años de edad fue convocado por el técnico peruano José Arana Cruz, para integrar la selección de Colombia, y se convirtió en uno de los héroes que obtuvieron el título después de vencer a Panamá por 2-1, el 19 de diciembre en el estadio Romelio Martínez. Arango Medina anotó el gol de la victoria tras remate de cabeza, una de sus armas más letales a la hora de ir contra la valla del rival.
El historiador y analista Tobías Carvajal Crespo, en sus “Memorias Deportivas Colombia Siglo XX”, señala que la anotación nació de un centro enviado por Rigoberto “Memuerde” García, quien había cobrado tiro libre. De la escuadra campeona formaron parte, además, valores que en su mayoría triunfarían más tarde en el rentado, tales como Julio “Chonto” Gaviria, Gabriel “Vigorón” Mejía, Edgar Mallarino, Rubén Arango, Octavio Carrillo, Gabino Granados, Fulgencio Berdugo y Luis Carlos González Rubio, entre otros. Su estreno profesional se produjo en las toldas del Deportes Caldas 1948. Un aporte de 20 goles, como también lo consigna el estadígrafo y comentarista Guillermo Ruiz Bonilla (GRB) en “La gran historia del fútbol profesional colombiano”, le sirvió de impulso al cuadro de Manizales que dirigía el estratega argentino Alfredo Cuezzo, para la obtención del título de 1950. Ya había marcado 29 en los dos años previos. Luego pasaría por el Deportivo Samarios (embrión del Unión Magdalena) antes de proseguir una meteórica carrera que lo llevaría a ganar estrellas con el Medellín (1955) y Millonarios (1961, 1962 y 1963). Cuando todavía estaba en Santa Marta, según le cuenta al profesor Joaquín Acosta Rodríguez don Silvio Lizcano, legendario kinesiólogo del conjunto bananero, provocó remezón laboral, porque hizo embargar la taquilla para que le pagaran sueldos y primas atrasadas.
Esa fue una de las características que también lo acompañaron mientras andaba detrás del balón: hacer respetar sus derechos, evitar atropellos y reclamar el cumplimiento de lo pactado. Por convicción y temperamento. En aquellos tiempos ya era cosa común que se presentaran esos litigios. Se fue a la capital antioqueña y defendió los colores del Atlético Nacional por allá en 1951. Más tarde ingresaría al Santa Fe, antes de volver a Medellín para conquistar un segundo galardón en las filas del “poderoso” rojo de 1955. Su siguiente conjunto de andariego fue el Cúcuta Deportivo y de nuevo estuvo en el “expreso” capitalino, de donde salió para el Morelia de México. De regreso a Colombia, hizo una temporada con el Unión Magdalena (1959-1960) y de ahí voló hacia Bogotá, para enrolarse en Millonarios, que era orientado por Gabriel Ochoa Uribe, y acumular tres lauros consecutivos entre 1961 y 1963, en lo que fue de los episodios estelares de su intenso pasar por el fútbol. En aquel entonces hizo parte de una tripleta de oro al lado de los vallecaucanos Marino Klinger y Delio “Maravilla” Gamboa, apenas comparable con las mejores de la época del “dorado”, según anota el extécnico y dirigente Jaime “El Loco” Arroyave, quien a sus 87 años de edad todavía se emociona con esas evocaciones y afirma que eran todo un espectáculo por calidad y potencia ofensiva. Entre los tres se distribuyeron 31 goles, el 30% de la producción ofensiva albiazul, según lo señala GRB. Los albiazules agregaron páginas memorables a su rica historia y Carlos Arango estuvo entre los protagonistas. Se dice que en su peregrinar futbolístico alcanzó a convertir 178 goles, una cifra que me parece menor para sus condiciones de artillero nato. Creo, en plata blanca, que por ahí pasó de largo, si se toma en cuenta que entre 1948 y 1950 ya le atribuían 51.
Son escasos los datos confiables sobre sus actuaciones en el exterior y debe suponerse que en Morelia de México y los venezolanos La Salle, Vasco y Litoral, tuvo que haber dejado huella. Un hecho que sirve para ratificar las bondades del “maestro” lo cita GRB en nota para “El Espectador” del 19 de octubre de 2007. Arango fue convocado el 9 de octubre de 1952, en pleno auge del “dorado”, para integrar la selección del resto de estrellas de Colombia que perdió 4-2 frente al imbatible Millonarios de esos días, en El Campín. Bajo la dirección técnica del argentino Oscar “Ruso” Sabransky, a la sazón en el banco de Santa Fe, lo acompañaron: porteros, Efraín “Caimán” Sánchez y Pablo Centurión (paraguayo); defensas: Roberto “Tachero” Martínez (argentino), Atilio Miotti (argentino), Julio Ulises Terra (uruguayo), Manuel Sanguinetti (uruguayo), Eusebio Tejera (uruguayo) y Guillermo Faín (argentino); centrocampistas o entrealas; Antonio Bernasconi (argentino), Lorenzo “Pataemula” Calonga (paraguayo); y delanteros: Georgy Marik (húngaro), Heraldo Ferreyra (argentino), Oscar Contreras (argentino), Rubén Deibe (argentino), Vicente Gallina (argentino), Francisco Solano Patiño (paraguayo) y Bibiano Zapiraín (uruguayo).
La crema y nata del momento. El “ballet azul” tenía su plantel de lujo básico con Julio Cozzi, Gabriel Ochoa, Raúl Pini, Francisco “Cobo” Zuluaga, Julio César “Paragua” Ramírez, Ismael Soria, Jorge Benegas, Néstor Raúl Rossi, Alfredo Mosquera, Hugo Reyes, Alfredo Castillo, Antonio Báez, Alfredo Di Stéfano, Mario Fernández, Reynaldo Mourín y Alcides Mosquera, con la conducción de Adolfo Pedernera. En varias ocasiones formó parte de las convocatorias de Colombia y pocas veces dejó de hacerse notar- En 1957, para el suramericano de Lima, se tomó la decisión de enviar a la selección del Valle del Cauca que dirigía el húngaro Jorge Orth y había hecho presentaciones brillantes (empató a dos goles con el famoso River Plate de Argentina) y se pensó que sería un rival decoroso. No obstante, Argentina, con sus famosos “Carasucias” (Corbatta, Maschio, Angelillo, Sívori y Cruz), se encargó del aparatoso aterrizaje al golearla 8-2 en el primer juego y vino el desespero. De urgencia fueron llamados los profesionales para tratar de enderezar las cargas y aunque hubo otros guarapazos, como el 9-0 de Brasil, se lograron dos victorias y entre ellas, la primera contra Uruguay, cuando Carlos Arango, por servicio de Alejandro Carrillo, conectó de cabeza y batió al portero Roger Bernardico para el histórico 1-0. Otra figura célebre, Efraín “Caimán” Sánchez, le echó candado al arco nacional. En las eliminatorias para el Mundial de Suecia 1958, el de la primera Copa brasileña y la aparición del Rey Pelé, el ariete samario repitió faena contra la celeste durante el encuentro cumplido el 16 de junio de 1957 en Bogotá. Esta vez fue para empate a un gol y una vez más, como no, mediante golpe de cabeza. Algo de consuelo, porque Colombia quedó afuera al caer 2-3 y 3-0 frente a Paraguay y 1-0 con Uruguay (en Montevideo). Se le unían en el ataque Alejandro Carrillo, Marcos Coll, Jaime “Manco” Gutiérrez y Alfonso “Pingo” García. El Maestro debió estar en la primera cita mundialista del país, que se produjo en Chile 1962, pero el entrenador Adolfo Pedernera y la dirigencia de aquellos tiempos lo apartaron del plantel, cuando quiso formar “sindicato” para reclamar aumento de viáticos y las mejores condiciones de alojamiento. Se vio vetado y tuvo que abandonar la concentración. Si bien el barranquillero Antonio Rada resultó un relevo de lujo, no cabe duda de que Arango Medina hubiera podido ser de igual manera un jugador valioso para el equipo que entró a la leyenda al cabo de un heroico empate a 4 goles contra la ya desmembrada Unión Soviética. Tenía el mérito, pero se enfrentó al sistema y pagó las consecuencias. Carlos Arango Medina dejó una estela inolvidable en los anales del fútbol colombiano y nada más justo que enaltecer su nombre y rendirle homenaje como uno de sus baluartes. Honor y prez.