Por Vicente Fernández de Bobadilla
La Segunda Guerra Mundial se desarrolló en escenarios muy diversos: ciudades, campos abiertos, ciénagas, playas, trincheras… y pantallas de cine.Nazis y aliados tuvieron muy claro el enorme potencial de la propaganda a la hora de mantener alta la moral de tropas y población civil. Lo curioso es que utilizaron técnicas muy parecidas para conseguirlo.
Probablemente se deba al hecho de que las obras más populares del cine del Tercer Reich sean los documentales de Leni Riefenstahl Olimpiadas (1935) y El triunfo demiad (1938) -realizadas, por cierto, antes de la guerra en sí-y al desconocimiento del grueso de su cinematografía -las estrellas de Hollywood nunca pasan de moda, pero ¿quién quiere ver cine nazi?- las que han creado la imagen de una filmografía alemana plagada de desfiles al paso de la oca. Todo lo contrario; Joseph Goebbels era un gran conocedor y admirador del cine estadounidense, y sabía que la mejor manera de hacer llegar un mensaje propagandístico a las masas era envolviéndolo en glamour y tramas atrayentes.
El Hollywood alemán estaba limpio de judíos
El 13 de marzo de 1933, menos de dos meses después de que Hindenburg le nombrara canciller, Hitler creó el Ministerio de Información y Propaganda y puso a su frente a Joseph Goebbels. El 6 de junio, los judíos quedaron apartados por orden gubernativa de la industria cinematográfica; trabajar en el cine -como en otros muchos campos- no era posible a menos que se pudiera acreditar pureza aria, e incluso así el rodaje de cada película estaba controlado por elReichsfilmdramaturg, oficial del Ministerio con poder para influir en el reparto, la estructura y la filmación; después era sometido a censura previa a cargo del Film-prufstelle, que podía prohibir su exhibición o, por el contrario, concederle el calificativo de especial valor político, artístico o educacional, lo que suponía a sus productores un importante descuento fiscal.
Estas fueron las normas de un proceso que a lo largo de los doce años siguientes iba a supervisar la producción y distribución de más de 1.100 películas de ficción, realizadas en su mayoría en los estudios de Babelsberg, al oeste de Berlín. Cuando en 1994 el Instituto Goethe produjo su serie The Ministry of ¡Ilusión: Germán Film 1933-1945, su supervisor Eric Rentschler mostró una selección de películas realizadas al más puro estilo de Hollywood y que abarcaban todos los géneros, de la aventura al melodrama pasando por el musical, las biografías históricas, ¡e incluso un westem! Si cabe preguntarse cómo pueden meterse mensajes nacionalsocialistas entre indios ycowboys que hablan en impoluto alemán, la respuesta es que no siempre se hacía; la idea de Goebbels era convertir Alemania en «el poder cinematográfico dominante en el continente europeo», y para ello el entretenimiento debía anteponerse siempre a la doctrina. De hecho, las películas alemanas de este periodo se exportaban a otros países de Europa y más tarde se proyectaban en toda la zona ocupada- de la misma manera en que los estudios de Hollywood seguían estrenando sus títulos en la Alemania nazi.
Pero sí había doctrina, y además, en abundancia. Una manera de introducirla era usando tramas históricas, como ocurrió con Der Grosse Konig, realizada en 1942, en teoría sobre la figura de Federico el Grande, pero que en realidad «simbolizaba a Hitler. La película fue pensada para hacer un paralelismo con el presente», según declaró a la BBC el director nazi Fritz Hippler, recordando cómo se hizo hincapié en resaltar la imagen de una Alemania idílica protegida de las amenazas exteriores por un líder victorioso. Los argumentos más contemporáneos también servían: así,una versión de Titanio realizada en 1943 por Herbert Selpin cargó las tintas en la codicia de los británicos como causante del naufragio, y creó al personaje de Peterson, un contramaestre alemán que frente a los despreciables ingleses se mostraba como un modelo de heroísmo y rectitud.
La guerra tardó en aparecer en laspelículas estadounidenses
Por supuesto, hubo también cintas donde el mensaje era cualquier cosa menos sutil. El judío Suss, realizada en 1940 por Lothar Mendes bajo una supervisión muy personal de Goebbels, estaba situada en la Alemania del siglo XVIII, donde el protagonista secuestraba, torturaba y violaba a una joven alemana. Su enorme éxito de taquilla dice mucho del ambiente antisemita que se respiraba en la Alemania de entonces. Por el contrario,Der ewige jude (1940), un semidocumental dirigido por Hippler pero auspiciado por Hitler, que comparaba a los judíos con las ratas y propagaba la necesidad de una «solución drástica» al problema, fue un fracaso en las salas. Sin embargo, terminada la guerra, esta película iba a jugar un breve pero significativo papel.
Los esfuerzos de la industria cinematográfica nazi por ponerse al nivel estadounidense se encontraron con el problema añadido de la falta de personal, provocada por el propio gobierno al vetarla de la presencia y el talento de judíos totales o parciales. Muchos de ellos -directores como Fritz Lang, guionistas como Billy Wilder o dramaturgos como Bertolt Brecht se pasaron literalmente al enemigo, y consiguieron emigrar a Hollywood donde, por increíble que parezca, no encontraron al principio demasiado que hacer.
Sorprende la reticencia de la industria de Hollywood a incorporar el nazismo y la guerra europea a sus películas, sobre todo si se tiene en cuenta que todos los grandes estudios fueron fundados y presididos por judíos emigrados desde Europa; pero había motivos, y las familias y amigos que muchos habían dejado atrás eran uno de ellos; cuando Charles Chaplin estrenó El Gran Dictador (1940), se le acusó de que su despiadada caricatura de Hitler sólo serviría para promover represalias sobre los judíos de los países conquistados.
Si el miedo era un motivo, el negocio era otro; en el mundo, Europa tenía la mayor cantidad de pantallas hasta 35.000 que proyectaban películas norteamericanas, y los estudios sabían que ese número podía verse reducido si se rodaban tramas que atacasen el fascismo que reinaba de facto en cada vez más países del viejo continente. Según los historiadores Clayton R. Koppes y Gregory D. Black, «Cualquier película que hablara de forma realista de Mussolini y su nuevo Imperio Romano, Adolf Hitler y la Alemania nazi o la Guerra Civil española tendría muchas posibilidades de ser prohibida en miles de pantallas, y rechazada por los aislacionistas estadounidenses». Porque ese era el tercer motivo: en los propios Estados Unidos abundaban los ciudadanos que no consideraban que su país debiera implicarse en una contienda que no les afectaba. «Los estudios no querían ofender nadie, ni a fascistas ni a antifascistas», según señaló Otto Friedrich en su libro La udad de las redes. Aún así, debieron enditarse a iniciativas como la del senador aislacionaista Burlón Wheeler, que impulsó creación de un subcomité para determinar si la industria del cine había impulsado América a acabar con su neutralidad.
Pero no se trataba sólo de rodar documentales o arengas. El cine de ficción tenía que jugar un papel principal, y a ello contribuyó que, de repente, el mensaje antinazi fuera un reclamo seguro para la taquilla. Las conversaciones previas entre los antecesores del OWI y los productores ya habían comenzado a traducirse en resultados prácticos, así que 1942 fue un año muy fructífero en este sentido, donde hubo, literalmente, de todo. Por ejemplo, los nazis llegaban a África en El triunfo de Tarzán (TañanTriumphs, 1942), y eran tan malvados que hasta los animales los odiaban. Como gaginevitable, cabe señalar que la mona Chita se apropiaba de una radio alemana y empezaba a lanzar chillidos por el micrófono, provocando que los soldados al otro lado de la línea pensaran que estaban hablando directamente con el Führer.
Poco a poco, los mensajes que el gobierno quería transmitir a través del cine se hicieron más elaborados. Warner Brothers en el Atlántico Norte (Action in the North Atlantic, 1942) a sugerencia de la OWI que quería una cinta donde se resaltaran los riesgos vividos por los hombres de la marina mercante. Protagonizada por Humphrey Bogart y Raymond Massey y dirigida M Bacon, su guión pasó dos revisiones de laOWI antes de recibir el visto bueno. No se dejó un tema por tratar: el frente doméstico apareció en Un sueño americano (An American romance, King Vidor, 1944), Desde que te fuiste (Since you went away, Dnmwell, 1943) o Compañero de mi vida (Tender Comrade, Edward Dmytryk, 1943); la lucha contra los simpatizantes de la causa nazi se trató en películas como Aler-fhin (Watch on the Rhine, Hermán p943), y la necesidad de compro-i la causa aliada es el tema central anca (Michael Curtiz, 1942).
Cuando los comunistas, después de todo, no eran tan malos
Muchas de estas cintas han sido olvidadas hoy, pero otras han pasado con pleno derecho a la historia del cine, como fue el caso de La señora Miniver (Mrs. Miniver, (Mrs. Miniver, William Wyler 1942), donde se describía la vida cotidiana de una familia en la Inglaterra azotada por la guerra. No sólo ganó seis Oscar, incluido el de mejor película, sino que el discurso que pronunciaba el vicario, interpretado por Henry Wilcoxon, “Esta no es solo una guerra de soldados en uniforme. ¡Es una guerra del pueblo, de todo el pueblo, y debe librarse no solo en el campo de batalla; sino en las ciudades y en los pueblos, en las fabricas y en las granjas, en los hogares y en el corazón de todo hombre, mujer y niño que ame la libertad!” -se hizo tan popular que Roosevelt ordeno imprimirlo en panfletos y que la aviación los soltara por miles sobre los territorios ocupados por los nazis.
Siguiendo la máxima de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, también se rodaron películas que buscaban el acercamiento con los aliados circuntanciales. Producciones como Semilla de Dragón (Dragón Seed, Harold S. Bucquet y Jack Conway, 1944) o Las llaves del reino (Keys ofthe Kingdom, 1. Stahl, 1944) transcurrían en una China amenazada por los malvados japoneses y la amistad con la Unión Soviética de Joe Stalin dio lugar a películas como Miision to Moscow (Michael Curtiz, 1943), que incluso tuvo un preestreno oficial en la Casa Blanca, y La Estrelladel Norte (The North Star, Lewis Milestone, 1943), ambas ofreciendo una visión de la URSS que hubiera probado sin reservas el Comité Central que en los años venideros de la Caza de Brujas supuso más de un problema para muchos de sus responsables. En estas cintas los estadounidenses eran habitualmente los héroes de la función, asesorando y salvando de sus invasores a los países aliadosi, una constante que no fallaba ni siquiera aunque hubiera que manipular la realida: : Errol Flynn interpretaba al americano que se hacía con todos los honores el Objetivo Birmania (Objective, Burma!, Raoul Walsh, 1945), a pesar de que en la representada en la cinta sólo habían participado ingleses y australianos, lo cual provocó una protesta formal del ejército británico y la retirada de la película de las pantallas del Reino Unido.
El racismo era el tema común en las cintas antijaponesas
El récord lo ostenta, probablemente, Little Tokio U.S.A. (Otto Brower, 1942), producida por la 20th Century Fox, que atacaba directamente a la comunidad nipona instalada en Estados Unidos, acusándoles a tdos de quintacolumnistas que en realidad trabajaban para el Emperador y su país de origen. La OWI quedó horrorizada por lo que consideró «una invitación a la caza de brujas», según Koppes y Black, que «predicaba el odio hacia todas las personas de ascendencia japonesa».
Mientras Hollywood estrenaba un título tras otro, el progresivo desgaste de Alemania fue poniendo límites a una producción cinematográfica cada vez más carente de medios. Con todo, Goebbels siguió supervisando el rodaje de películas incluso hasta 1944, año en que se rodó lo que puede considerarse la última cinta nacionalsocialista: Kolberg,de Veit Harían, donde se narraba la historia de la resistencia alemana frente a la invasión napoleónica. Cuando el ejército nazi, ya próximo el fin de la guerra, estaba sitiado en La Rochelle, se proyectó la película a los soldados para levantarles el ánimo.
Pero aún quedaba un último estreno, o mejor dicho, una reposición: Der ewige jude, el documental inspirado por el propio Hitler, que volvió a las pantallas cuando fue proyectado como prueba acusatoria en los juicios de Núremberg. La dureza de su contenido, la claridad de sus mensajes, hizo imposible que los jerarcas nazis siguieran alegando que desconocían la política de exterminio desarrollada en los campos.
Lo que en un principio fue pensado como un arma para propagar el racismo y el genocidio se volvió contra sus creadores, que acabaron la guerra ahorcados en su propio celuloide.
(Revista MUY)