Por Germán Matamoros G.
La Cachucha que Vilmar Novoa se encontró cuando era un pequeño niño en el rio minero entre Coscuez y Peñas Blancas, no fue precisamente para protegerse del sol o de la lluvia, o simplemente por estar a la moda. No. Fue una piedra, gema o esmeralda que brotó de la madre naturaleza y que como a todo niño la curiosidad lo llevó a guardarla por ser un objeto extraño. Esto fue simplemente el indicio de un destino que posteriormente lo involucraría en un mundo que le ha servido a unos para sobrevivir, a otros para tener algún poder económico y en otros casos para encontrar la muerte: el de las esmeraldas.
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