Por: Juan Restrepo
El triunfo del No en el plebiscito del domingo 2 de octubre en Colombia pilló a la comunidad internacional con el paso cambiado. La mayoría de los analistas en un país como España, que ha seguido quizá más puntualmente el proceso de paz colombiano incluso que países de la región, quedaron perplejos con el resultado. La pregunta generalizada es: ¿Y ahora qué? Imposible acudir a los medios o analistas colombianos para obtener una respuesta porque desde el país interesado se percibe la misma incertidumbre.
Lo más evidente es echar mano de los buenos deseos y manifestar que prevalezcan la sensatez y la buena voluntad. Pero todos saben que entre el anhelo de paz y ese bien tan preciado hay un camino tortuoso por recorrer. Desde Colombia, en el momento mismo de conocerse el resultado del plebiscito, llegaron mensajes de que nadie quiere volver a la guerra, pero queda claro que el No mayoritario tiene sus consecuencias y una de ellas es la paralización del proceso de paz.
La preocupación más inmediata es que el reloj corre ahora en contra del inicio del desarme de las FARC, primer paso crucial para alcanzar la paz. Los 600 observadores de la ONU para verificar la “dejación de armas”, según el lenguaje de los acuerdos entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC, están cruzados de brazos y la comunidad internacional se pregunta hoy por cuánto tiempo.
El presidente colombiano dio hasta el 31 de octubre para el cese al fuego bilateral y su ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, dijo que la medida puede ser prorrogada. Dos declaraciones que no hacen más que añadir incertidumbre y que indican que se ha entrado en una fase muy peligrosa. Y después del 31 de octubre, ¿qué?
Por más que lleguen desde Colombia declaraciones voluntariosas como la del expresidente Andrés Pastrana, uno de los defensores del No, que ahora dice que ningún presidente ha tenido el apoyo popular para gestionar la paz como Juan Manuel Santos, la realidad, vista desde fuera, es que el país ha quedado estancado y sin rumbo.
José Obulio Gaviria, alfil del expresidente Álvaro Uribe, máximo promotor del No, declaró al día siguiente del plebiscito, que los acuerdos de La Habana eran letra muerta y que la cosa era tan sencilla ahora como recoger las armas de las FARC que cabían en una tractomula (camión de gran tonelaje). Como si de verdad todo fuese así de simple. Congelada la entrega de armas de la guerrilla, la reubicación de los casi 6.000 efectivos en 23 zonas de concentración, como se acordó tras cuatro años de tortuosas conversaciones, queda en un limbo de azarosa incertidumbre.
El triunfo del No en el plebiscito colombiano, dio a la comunidad internacional, sin embargo, dos mensajes inesperados y positivos. Uno la manifestación por parte del líder de la guerrilla Rodrigo Londoño, Timochenko, de voluntad de seguir buscando la paz; y otra, el reencuentro, después de más de dos años de agrias relaciones, entre Juan Manuel Santos y su predecesor, Álvaro Uribe.
Sin embargo, la confesión del gerente de la campaña del No, Juan Carlos Vélez, según el cual los opositores de los acuerdos de La Habana habrían conseguido su éxito mediante engaños y mentiras, vuelve del revés la imagen internacional de Álvaro Uribe, que aparecía como triunfador en el pulso con la gran figura del Sí, el presidente Santos. Y aunque Uribe negó que tal cosa hubiese sido así, el descubrimiento de las cartas jugadas por el líder del Centro Democrático en la campaña previa al plebiscito podría convertir su éxito en una victoria pírrica. Las consecuencias, para el líder de la derecha en Colombia pueden ser demoledoras.
El triunfo del No, por otra parte, deja en el campo de batalla política varios cadáveres: el jefe de la campaña del Sí, el ex presidente César Gaviria; el jefe negociador del Gobierno, Humberto de la Calle, que aparecía como presidenciable; la canciller María Ángela Holguín, que estuvo vendiendo a la comunidad internacional la firma del acuerdo durante un año, y el propio Juan Manuel Santos, que en sistema parlamentario hoy tendría que haber dimitido.
En todo caso, desatascar esta situación queda en manos de los políticos, no hay de otra, y la tentación de aprovechar la coyuntura para sacar réditos electorales como seguramente pretende Uribe, siempre en campaña política como él mismo confesó en estos días, puede resultar suicida, no para su partido, el Centro Democrático, para el país.