Este texto es uno de los 107 escritos por el jurista y defensor de los Derechos Humanos Mario Madrid-Malo Garizábal (Barranquilla, 5 de mayo, 1945) y forma parte de sus Otras Siluetas para una Historia de los Derechos Humanos, que podría entenderse como uno de los mejores libros de historias fantásticas, que viajan de lo maravilloso y heroico bordeando lo sublime, a los abismos más escalofriantes y siniestros del corazón humano.
Escritas en el más equilibrado y escueto realismo, las historias se van convirtiendo en “realismo mágico”, en cuanto llevan al lector por parajes y escenarios de una diversidad fascinante sobre la cual surgen los personajes, únicos y diversos, para configurar un gran teatro del mundo. En la Presentación, el autor nos ayuda a abordar su obra con mente fría y al mismo tiempo a dilucidar el profundo significado que se propuso extraer de la vida y los ejemplos de personajes diversos en cuanto “este libro ha sido escrito con el propósito de contar la historia de los derechos humanos por medio de narraciones breves y sucintas… se destacan, como siluetas, los contornos de ciertos personajes famosos. Son estos algunos hombres y mujeres de todas las épocas y de todos los lugares cuyo recuerdo está unido –para su honra o para su ignominia- a la evocación de una lucha: la sostenida, a lo largo de mucho siglos, por afirmar y defender la dignidad de la persona, fuente de sus derechos originarios e inviolables”.
Para contribuir a esta Semana de Reflexión, hemos incluido el magnífico retrato espiritual de Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana, para el mundo. Juana Inés de la Cruz, en la clausura de su celda de la Nueva España, desde donde con valentía levantó su voz para establecer sin estridencias su sitial como la décima musa, como la Minerva de América, pero sobre todo como La Primera Feminista del Nuevo Mundo.
LA PRIMERA FEMINISTA DEL NUEVO MUNDO
Por Mario Madrid-Malo Garizábal*
En el museo nacional de historia de México pueden ver los visitantes una pintura de Miguel Cabrera. Es el retrato de una mujer del siglo XVII, vestida con el hábito blanco y el negro escapulario de la orden de San Jerónimo. (Orden religiosa femenina fundada en la España del siglo XIV, que se estableció en México en 1585). Está sentada en un sillón de caderas, junto a una mesa con tapete de grana sobre la cual hay recado de escribir. Su mano derecha se apoya lánguidamente en un libro que ha quedado abierto encima de la roja cubierta. En la mano izquierda sostiene un largo rosario de marfil. Luce en el pecho el medallón usado por las profesas de su instituto. A sus espaldas tiene un anaquel repleto de volúmenes en latín, y un dorado reloj capitular.
La monja retratada se llamó al nacer – el 12 de noviembre de 1648 en San Miguel de Nepantla (México) – Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana, pero al hacerse religiosa de clausura –en 1669- hubo de tomar el nombre de Juana Inés de la Cruz. Su vida – brillante, contradictoria y, en cierto modo, enigmática- ha inspirado biografías, ensayos, piezas de teatro y aún estudios psicoanalíticos. Sus obras completas llenan cuatro tomos. Una escritora norteamericana le do hace años el título de primera feminista del nuevo mundo.
Los días de sor Juana Inés de la Cruz se dividieron en tres etapas. Primero fue una joven que se destacó en la sociedad virreinal de Nueva España por su belleza, por su carácter, por su talento, por su saber y por su dominio de la versificación. Después – entre 1669 y 1694 – se convirtió en una figura cuya fama se extendía continuamente por América y Europa. Por último, en el tramo final de su vida, quiso estar envuelta en la taciturnidad.
Juana hizo de su celda el taller de una vasta producción intelectual. Compuso poemas, villancicos, comedias, autos sacramentales, ensayos y hasta obras de música sacra. Sostuvo correspondencia con sabios de uno y otro continente. Inventó un nuevo sistema de notación musical, y aún llegó a convertirse en miniaturista de renombre.
Mientras incansablemente y a diario escribía, Juana se empeñaba en hacerse más conocimientos y en adquirir nuevas destrezas. Estudió teología, filosofía, derecho, gramática, geografía, historia, aritmética y astronomía. Alguien no tuvo reparo en proclamarla como el más florido ingenio de este feliz siglo y como Minerva de América.
No le faltaron, sin embargo, adversarios a la mujer que hoy conocemos con el mote barroco de la décima musa. Tanto en México como en España había ciertos hombres influyentes – todos ellos clérigos o frailes – a quienes repugnaban las literatas. Por entonces se oía repetir con frecuencia en púlpitos y sacristías:
Humo, gotera y mujer bachillera
echan al hombre de la casa afuera.
En 1690, aprovechando un prólogo que la propia Juana le había pedido redactar, el autoritario obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, se ocultó bajo el seudónimo de sor Filotea de la Cruz para criticar públicamente a la llamada poco antes por los editores – con olvido de Ana Bradstreet – única poetisa americana. (Ana Bradstreet
[1612-1672] fue una poetisa de la Nueva Inglaterra cuyo libro se publicó en 1650).
Filotea censuró a Juana por no dedicarse a los asuntos sagrados – la teología – y por no imitar a la mística Teresa de Jesús en la elección de sus temas poéticos. También le hizo un llamamiento a la humildad, recordándole que el estudio fomentaba la vanidad femenina, y que la afición a las letras del mundo era reprochable en una religiosa.
Juana reaccionó contra el ataque de Fernández en marzo de 1691, con un escrito titulado
Respuesta a sor Filotea de la Cruz. Allí no sólo defendió con brillantes argumentos su actividad literaria, sino que hizo una extensa y vibrante apología del derecho de toda mujer a seguir su vocación profesional, a ser culta y a ser sabia. La Respuesta constituye –en palabras de Alberto G. Salceda- la Carta Magna de la libertad intelectual de las mujeres en América.
Pero la réplica fue recibida con disgusto por el obispo y otros eclesiásticos. El prelado desairó a la monja con un desdeñoso silencio. Su propio confesor la excluyó del número de sus penitentes, retirándole la asistencia espiritual como gesto de inconformidad con las opiniones y actitudes consignadas en la Respuesta a Filotea. La escritora quedó entonces –lo dice Octavio Paz- sola, desamparada, rodeada de voluntades hostiles.
Bajo los sentimientos que le inspiraron el desprecio del obispo y el rechazo del director espiritual, Juana dio un vuelco radicalísimo a su vida. Influida por su nuevo confesor- un hombre más piadoso que sensato- en 1694 la décima musa hizo dejación de todo cultivo de las letras profanas, dispuso que sus libros e instrumentos fueran vendidos en favor de los pobres, y asombró a su comunidad con la práctica de mortificaciones dignas de María Egipcíaca, Margarita de Cortona y otras penitentes famosas.
¿Afán de santidad, neurosis o mero cansancio de saberse incomprendida por quienes le habían negado el derecho a ser mujer y letrada, monja y poetisa de lo humano? Nadie lo sabrá nunca. Juana se refugió en el silencio y en la penitencia, sin dar explicaciones sobre aquellos renunciamientos. Su biblioteca fue vendida por cualquier precio, y según los cronistas no dejó en su celda sino tres librillos de devoción y muchos cilicios y disciplinas.
Meses más tarde una epidemia-quizá el cólera, tal vez el tifo exantemático- hizo estragos por toda Nueva España. En el monasterio jerónimo, murieron nueve monjas de cada diez, calcula el biógrafo Calleja. Juana, contra todas las prevenciones y advertencias, se dedicó al cuidado de sus hermanas enfermas, contrajo la peste y murió en la madrugada del 17 de abril de 1695. No había cumplido aún los 47 años.
Texto tomado del libro Otras Siluetas para una Historia de los Derechos Humanos
Naciones Unidas, Derechos Humanos
Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos Colombia
La frase «Humo, gotera y mujer bachillera echan al hombre de la casa afuera» es la mejor explicación sociólogica de la absurda situación de la mujer en en la época de Sor Juana Inés. Refleja la agudeza y la excelente investigación que el autor hace en sus escritos. FELICITACIONES!!!! Hernando