Por: Juan Restrepo
El pasado fin de semana me atendió en una terraza del bario El Poblado de Medellín un camarero venezolano, mecánico de profesión y con experiencia en la industria petrolera de su país. Unas horas antes de este encuentro, oí por la radio una entrevista a una científica colombiana de nombre Alexandra Olaya Castro, doctorada por la Universidad de Oxford, profesora de biología cuántica en Londres y laureada con la Medalla Maxwell, uno de los premios más importantes que se otorgan en el campo de la física teórica.
Los dos hechos, el encuentro con el camararo venezolano en Medellín y la entrevista a la científica colombiana en Londres, no tienen en principio nada en común. Sin embargo, me llevaron a la reflexión sobre una realidad a la que los colombianos deberán adaptarse, seguramente muy a pesar de una gran parte de ellos: la avalancha de emigrantes que desde el vecino país han llegado y seguirán llegando en los próximos años.
El desastre del llamado socialismo del siglo XXI, instalado para quedarse en Venezuela, hará crecer este fenómeno social en todo el territorio colombiano. No hay que hacerse ilusiones de que aquello evolucione para mejor. Como le oí decir a una opositora venezolana en estos días, Nicolás Maduro tiene el poder, tiene las armas en y en el país no hay independencia de poderes.
Muchos colombianos se quejan hoy de que están llegando venezolanos a quitarles puestos de trabajo, y no son pocos los que temen la llegada de delincuentes a aumentar el problema de orden público, ya de por sí grave en Colombia. Pues les tengo noticias: tenderán que acostumbrarse; y las autoridades, que es a quienes corresponde vigilar este asunto, redoblar medidas, hacer su trabajo.
Es cierto también que a Colombia le toca corresponder a la acogida que brindó Venezuela a millones de ciudadanos de este país cuando, huyendo de la crítica situación económica y de la inseguridad creada por guerrilleros y paramilitares, poblaron durante varias décadas las ciudades venezolanas y rehicieron su vida en el país vecino. No hay que quedarse solo con la idea de que los delincuentes caraqueños, los más violentos y activos del continente, llegarán a Colombia. También vendrán y gentes de bien, preparados y que aportarán valores en muchos campos.
Al principio, saqué a cuento el caso de la científica colombiana porque los ciudadanos de este país saben perfectamente lo que es tener fama de delincuentes en el exterior y lo peligrosas que son las generalizaciones. Vende más en prensa el tiroteo que unos narcotraficantes en Madrid que la medalla a una científica en Londres.
Por otra parte, a diferencia de la emigración colombiana que fue a Venezuela en décadas pasadas, enla emigración venezolana que ahora llega a Colombia hay un buen número de profesionales que, una vez regularizada su situación migratoria, incorporarán conocimiento a la sociedad.
Colombia nunca ha sido tierra de acogida, más bien todo lo contrario. Aparte el fenómeno excepcional de la llegada en el siglo XIX de ciudadanos de origen sirio-libanés, los llamados “turcos” que huyeron de la incertidumbre del imperio otomano, este país no ha querido a nadie de fuera. Aquí el extranjero ha tenido las puertas cerradas, ha sido incluso política de Estado.
Cuando países como México, Argentina o Venezuela se beneficiaron con la llegada de intelectuales, científicos y artistas españoles que huyeron tras la Guerra Civil en los años 30, el ministro de Exteriores, Luis López de Mesa, se opuso a “recibir un montón de anarquistas que vendrán a poner bombas”. López de Mesa, un “sabio”, según uno de esos mitos urbanos que sugen periódicemne en este país, sólo admitió a quienes llegaron con dinero y que “no eran anarquistas, ni comunistas, ni judíos, ni gitanos”.
Porque ésa es otra, el antisemitismo de los dirigentes del país queda patente en las cifras que produjo el conflicto en Europa durante las décadas de 1930 y 1940, cuando salieron del Viejo Continente huyendo de los nazis, trescientos mil europeos. A Argentina llegaron 45.000, a Brasil 25.000, a Chile 15.000; y no digamos a Estados Unidos, en donde la cifra pudo superar los 150.000. El cupo colombiano de 6.000 fue ínfimo si se compara con el resto del continente.
El fenómeno de la inmigración venezolana, del cual un porcentaje alto llega para quedarse, obligará a los colombianos a cambiar de mentalidad y a adaptarse a una nueva realidad de la que pueden sacar, si la sociedad lo asume y las autoriades hacen el trabajo que les corresponde, más ventajas que inconvenientes