Por: Antonio Andraus Burgos
70 años después de Jackie Robinson, todavía hay muchas cosas para superar. El tufo sobre la discriminación se palpa sin querer queriendo.
A menos de un año de llegarse a los 70 de la presencia de Jackie Robinson con el uniforme de los Dodgers, aquél 15 de abril de 1947, que rompió la barrera racial en el béisbol de las Grandes Ligas, todavía hay ciertas cosas para superar en lo que sociológicamente se denomina la discriminación en el Béisbol Organizado.
Todo el mundo sabía que el color rosa no se iba a pintar tan fácil como se creía, pero si había cierta conciencia sobre las posibilidades de que medio siglo después, las cosas pudieran cambiar. O por lo menos, que se aceptara de una manera diferente a como ha venido ocurriendo hasta la fecha.
Lo decimos con plena conciencia, a sabiendas de que es una verdad tan inmensa, que muy pocos pueden negar, pero que sí intentan soslayar haciéndose los desentendidos del caso.
Todo el mundo recuerda al colombiano Luis Castro como el primer pelotero latinoamericano en llegar a la Gran Carpa, en la temporada de 1902 con Filadelfia. Y detrás de él, cientos de luminarias que han pasado por los diamantes del béisbol, han hecho parte de la galería, unos más importantes que otros, pero al fin y al cabo, todos deben tener el reconocimiento que se merecen.
Muy pocos por cierto han alcanzado la inmortalidad, esa ruta que abrió el inolvidable Roberto Clemente, de Puerto Rico, camino a Cooperstown, el primero pero no el último, en donde sobran los dedos de las manos para sumar a los latinos que han encontrado un nicho en el Salón de la Fama.
Fue Ozzie Guillén, de Venezuela, el primer estratega latinoamericano en conquistar un anillo de Serie Mundial, como timonel de un equipo de las Grandes Ligas, aquella Cita de Otoño de 2005, con los Medias Blancas de Chicago.
Y ni qué decir de Arturo Moreno, el adinerado hombre de negocios mexicano, quien se convirtió en el primer dueño de una franquicia en el béisbol de las Grandes Ligas, al adquirir a los Angelinos de California, siendo hasta el momento, el único en estar metido de lleno en la industria de la pelota organizada.
Y podríamos seguir la cuenta señalando múltiples figuras latinoamericanas que le han dado honra al beisbol de las Grandes Ligas, en su más de un siglo de existencia competitiva, con todas las de la ley.
Falta un buen tramo
El camino por recorrer todavía es largo y sinuoso, porque las cosas dentro del béisbol no han cambiado como hubiese sido lo acertado en aceptarlo, algo que a regañadientes ahora se está poniendo en práctica, como por ejemplo, que el español ya hace parte del menú diario de la Gran Carpa, y que las narraciones en ese idioma, son cada día más escuchadas por los seguidores de los 30 equipos de las Grandes Ligas, porque el mercado de aficionados latinoamericanos está creciendo que es una barbaridad.
Buck Canel, un hombre de origen argentino pero que se crió en Nueva York, fue el precursor de las transmisiones del béisbol en español a partir de 1937, con la Serie Mundial para América Latina, que se escuchaba desde el primero hasta el último acto de cada juego, en República Dominicana, Cuba, Puerto Rico, México, Panamá, Nicaragua, Venezuela, Colombia, Costa Rica, Guatemala, El Salvador, en fin, en tantas otras naciones, las que narró durante 42 años; reclutando posteriormente a Felo Ramírez, quien todavía se mantiene al frente de los micrófonos con los Marlins de Miami; Musiú De LaCavalerie y Lalo Orvañanos, para apenas citar a inolvidables narradores desde los años de 40, para llamar la atención diciendo que los hispanos en el béisbol hacemos parte de su esencia desde la mitad del pasado siglo.
Con su fina voz de tono bajo pero muy limpia, sus agudos comentarios y la picaresca que le imprimía a sus transmisiones, acuérdense de aquello que decía… No se vayan porque esto se pone bueno… Buck Canel fue también el primer narrador en transmitir juegos de un equipo de Grandes Ligas para los aficionados de Nueva York y sus al rededores, con los Dodgers de Brooklyn, en 1950, pero que no lo hacía durante toda la temporada.
Pero fueron los Dodgers precisamente, cuando ya estaban en el Oeste de la Unión Americana, con aquella visión de empresario de Walter O´Malley, para entonces el dueño de la franquicia que había adquirido en Nueva York y la había trasladado a Los Ángeles, la primera novena en desarrollar las transmisiones en español para todos los partidos de la temporada en casa, con la voz del formidable René Cárdenas, de Nicaragua, a quien conocimos más tarde de la mano de Tony Pacheco, cuando lo hacía con los Astros de Houston, en donde fue igualmente el pionero de las transmisiones de béisbol en español desde el Astrodome, el primer estadio cubierto que hubo en el Béisbol Organizado.
Los hispanos estamos presentes en el béisbol de las Grandes Ligas desde hace más de medio siglo, y todavía los dueños de las franquicias no se han percatado del enorme mercado que representamos como consumidores y amantes del Rey de los Deportes.
Hoy día, casi todas las novenas cuentan con transmisiones de béisbol en español. Pero falta más…
En las narraciones
Los locutores tanto de la televisión como de la radio en inglés, no se han dado cuenta que ellos también hacen parte del negocio, y que se les oye muy mal, pero mal mal, que no puedan pronunciar los apellidos o nombres de los peloteros latinos correctamente.
Nosotros diríamos que es un poco de esfuerzo y nada más. A menos que se trate desdeñosamente de pronunciar sus nombres o apellidos, simplemente por ser latinos. ¡Y por ahí no es la cosa!
Si más del 30 por ciento de los peloteros que hacen parte de la nómina oficial de los 750 jugadores de las plantillas de las Grandes Ligas, son efectivamente latinoamericanos, por qué entonces no encontrar el camino para que las compuertas rompan por todos sus ángulos la odiosa discriminación, algo tan sensible, que en la actual campaña electoral en los Estados Unidos se está sintiendo en la voz de uno de los aspirantes a la Casa Blanca.
No se oye bien que en las propias narraciones, en vez de escucharse…’’al bate Eduardo Núñez de los Gigantes… ‘’ se diga … ‘’al bate Eduardo Nunez…’’, cambiándole por completo el apellido del ahora reconocido pelotero dominicano de los Gigantes de San Francisco.
Eso nos hace recordar, con nostalgia pero igualmente con tristeza, lo que les ocurrió a los hermanos Rojas Alou —Felipe, Mateo y Jesús — los tres peloteros dominicanos, con la cabeza visible de Felipe, quien posteriormente dirigió a los Expos de Montreal, quienes de la noche a la mañana, observaron que su primer apellido Rojas desapareció como por encanto y simplemente les fue reconocido el de Alou, con el que todavía todo el mundo los identifica.
Y como aquella embarazosa situación que tuvieron que lidiar los periodistas de una reconocida agencia internacional, cuando se burlaron por el inglés a través del cual se expresaba el dominicano Samy Sosa, y en respuesta a esa actitud, se convocó a una reunión para que todos los peloteros latinos dieran única y exclusivamente conferencias y entrevistas en español. Afortunadamente eso pasó a un segundo plano un poco más adelante.
Lo de la tilde
Ya entró en vigencia lo de tildar la palabra béisbol donde ciertamente debe colocarse la tilde para su pronunciación en español, en la letra E, y por ese camino, hemos notado, con profunda satisfacción, que se está buscando por todos los medios posibles, que los apellidos de los jugadores latinos se pronuncien como es en las transmisiones deportivas y que en los uniformes, en los equipos en donde se utiliza reseñar los apellidos en la espalda, sean correctamente escritos.
Robinson Canó por fin pudo leer en la espalda de su uniforme de los Marineros de Seattle, su apellido con la tilde debidamente puesta sobre la O. Y otro tanto, con el de Eduardo Núñez, en el uniforme de los Gigantes, con la debida utilización de la letra Ñ, que no hace parte del alfabeto en inglés, y la tilde en donde es: en la U, y se acabó.
Nada ha sido fácil para los peloteros latinos en su largo proceso para poder llegar a las Grandes Ligas, la mayoría de ellos, afrodescendientes, cuya presencia con los clubes era un verdadero dolor de cabeza para las propias organizaciones, porque inclusive, tenían que alojarse en hoteles diferentes a los de sus compañeros blancos, cuando el racismo estaba en pleno furor en los Estados Unidos, o esperar que algún compañero les comprara y les trajera los alimentos del restaurante en donde estaban casi todos los demás integrantes, porque a los jugadores de color simple y llanamente no los atendían.
Si muchos conocieran la intensa y tenaz lucha que han ofrecido los defensores de Roberto Clemente, ‘’El Cometa de Carolina’’, para que sea retirado el número 21, el que siempre lo identificó con el uniforme de los Piratas de Pittsburgh. Por su grandeza como pelotero quizás lo tiene más que ganado, pero aún más, por su generosidad y profundo sentido humanitario, es algo que ya debió ser aprobado. Pero hasta el sol de hoy…
De tal manera que hasta el uso de la tilde que es de necesaria práctica en el español, ha sido parte de la oprobiosa discriminación que se mantenía en el béisbol de las Grandes Ligas, que ahora lentamente está empezando a romper las cadenas de esa forma inhumana del trato con los semejantes.