Relato de un periodista que vio cómo el planeta se queda sin agua
Por: Antonio José Caballero
El día en que me embarqué en ese gran edificio del mar, el rompe-hielos Almirante Irízar de la Armada Argentina, jamás imaginé que ese iba a ser el último viaje de este coloso de la historia antártica, y que diez días después de haberlo dejado bueno y sano en la base antártica de Marambio, se iba a incendiar como un volcán en las aguas heladas del Atlántico Sur.
Estuve en ese buque y en el propio continente situado en el extremo sur de la redondez del planeta, y fui testigo de los grandes deshielos que se presentan en los más famosos glaciares, y también escuché de los científicos que me acompañaban su gran preocupación “por esto que está pasando cincuenta años antes de lo previsto”, y aunque “no queremos ser anunciadores de la catástrofe inmediata, sí sería bueno que el planeta se vaya preparando para el crecimiento de los mares y la desaparición de la mayoría de las ciudades costeras”. Fueron las primeras transmisiones, en directo, desde ese confín de la tierra a través de la radio colombiana, RCN.
Estamos ante un fenómeno que, si bien es cierto ocurre naturalmente cada tantos miles de años cuando llega la llamada “desglaciación del planeta”, no podemos ocultar que la polución que producen las grandes fábricas del mundo, y sobre todo la de aquellos países que se niegan a firmar los protocolos contra la contaminación , está minando la vida de esta tierra que nos ve nacer y morir, y “tenemos que ser conscientes de que esos gases-basura enviados desde allá, rompen cada vez más el agujero de la capa de ozono que nos servía de paraguas contra los rayos solares que cada vez penetran más directamente dañando nuestra piel, nuestros ojos y en definitiva , mermando nuestra vida”.
Durante el viaje de casi un mes embarcado en ese enorme edificio itinerante de los mares del sur que se llama el rompe-hielos Almirante Irízar y que acaba de incendiarse a unas 140 millas al Este de la ciudad de Puerto Madryn, me tocó ver en varias de las bases argentinas que visitamos el resquebrajamiento de grandes bloques de hielo, el nacimiento de musgos donde no había en este continente milenario, y las lluvias que no existían en esta parte fría pero seca que tan solo descubrió Amundsenen 1911.
Antonio Cortusi, director científico del Comando Antártico, me decía que hay incluso “aves debido al recalentamiento global, el nuevo clima las lleva a la Antártida y allí mueren porque al venir el invierno inclemente, no lo resisten”.
Las especies animales están mermadas , pero al consultar con los estudiosos me dijeron que “en sus sistemas de vida, y sobre todo de conservación, ellas han ido buscando otros sitios más al sur, y de alguna manera si desaparecen de una parte que habitaban constantemente, aparecen en otros lugares que ellas mismas buscan para establecer su modus vivendi”.
Lo cierto es que este Año Polar Internacional que inició en Ushuaia, que en lengua fueguina quiere decir “bahía que mira hacia el poniente”, pretende que la humanidad tome conciencia de una vez para siempre de que “estamos acabando con el pulmón blanco que nos servía para protegernos. Y que los daños no ambientales no tienen reparación inmediata, y con un cambio de dirección por lo menos haríamos más lenta la catástrofe”.
Cortusi hizo un buen raciocinio: “De qué nos sirve hacer tanto dinero en tantas fábricas dañinas hoy, si mañana no lo podremos disfrutar porque ya habremos acabado con el planeta y no tendremos ni agua para comprar en la tierra”.
Pero si esto pasa en el gran continente blanco, los Andes latinoamericanos y especialmente colombianos no se quedan atrás en esto del recalentamiento global.
El anillo central de la cordillera andina, es decir, los nevados del Ruiz, Santa Isabel, Tolima y Huila, son tan sólo el recuerdo de aquellas blancas montañas que mostraban las nieves perpetuas de nuestra geografía.
Por ejemplo: hace doce años llegaron al cañón del río San Francisco seisparejas de cóndores que volaron libres por ese aire caucano que sopla desde el majestuosoPuracé, pero por motivos desconocidos, hasta ahora, no se reprodujeron como era la intención humana, y hoy solamente tenemos noticias de tres que todavía llegan a comer carroña como comensales de los guardias del parque.
Pero esta no fue la única noticia triste en las faldas de “la montaña de fuego”, que es el nombre original del gran volcán. También pude apreciar paredes completas y enormes de montaña que por rozas prohibidas y mal hechas por las comunidades que habitan la región, ya no volverán a producir frutos de la tierra hasta que se vuelvan a recuperar del calor infernal a que las sometieron.
Y también irán desapareciendo los musgos y frailejones de estos bosques húmedos que ya no son vírgenes y para contribuir a la catástrofe global ambiental, sus habitantes indígenas han ido poblando de ganado vacuno y caballar, que aparte de sus ventajas de leche, carne y transporte, también trasladaron sus plagas naturales, y como decía uno de los guardaparques, “el otro día se me murió una danta que fue atropellada por un bárbaro que le tiró el camión en la carretera, pero lo más triste es que la fiebre de las garrapatas que tenía, la pérdida de sangre y el golpe la llevaron a la muerte…”
Hablamos de calentamiento global con científicos de Ingeominas, Bernardo Pulgarín yAdriana Agudelo, y advirtieron que lo que vemos en nuestros techos andinos “es solamente escarcha, o pequeños mantos de hielo, pero no las nieves que cubrían esos volcanes que hacia el año 2060 no tendrán su área glaciar y provocarán nuevas condiciones climáticas en este sector, que incluye también al nevado del Huila, y que al no tener nieve que se esté fundiendo y alimentando las fuentes hídricas, dejará subir la frontera agrícola e iremos perdiendo esta bellezas naturales”.
Pulgarín recuerda que el casquete glaciar del Huila era de 18,9 kilómetros en 1961 y en la medición del año 1995 bajó a sólo 13,4 kilómetros cuadrados, lo que nos hace calcular “que no tendremos nada para el 2060”.
Por su parte el volcán Sotará, contrario a lo que me habían descrito de este otro guardián de Popayán, “se encuentran en plena actividad interna, y esto se demuestra con sus fuentes termales y sus depósitos volcánicos que están frescos…”. Al final, la triste verdad “es que el daño ambiental resulta cada vez más fuerte, y lo que pasa con los glaciales y las montañas es irrecuperable, y lo que vemos como recuperación de los glaciares, se trata solamente de un espejismo de los rayos solares que cada vez penetran más directamente en nuestro planeta y funden los hielos en esta tragedia mundial” que nos llevará a la anunciada “guerra de la sed”.
El último aviso de la naturaleza ocurrió en la penúltima semana de abril cuando el glacial conocido como Wilkins empezó a desprenderse del continente blanco y anuncia que será la primera isla de hielo flotante que surcará los mares en direcciones que no podemos prever. Elliot, uno de los pasajeros enviados en el pequeño avión que filmó la tragedia, dijo: “Vimos grandes y voluminosos trozos de hielo, algunos del tamaño de casas pequeñas. Parecía que los hubiesen tirado como si fueran escombros, como si hubiera ocurrido una explosión”.
Esto cambia el mapa antártico porque se desprendió un trozo de cuatro kilómetros cuadrados, y según el científico chileno Ricardo Jaña, “se pierde un pedazo de historia del mundo, porque estos hielos milenarios son los que la guardan”.
Todo lo anterior sin contar el arrinconamiento cotidiano al que estamos llevando las más conocidas y genuinas especies de pingüinos que son los papua, los antárticos, los badelia y los magallánicos.
Con todo esto yo me repito la pregunta que me hicieron hace un año en la Antártida: “Y cuando estén llenos de dinero estos insaciables industriales, ¿qué va a comprar en un planeta que no tendrá ni agua?”