“El graffiti es una manifestación cultural, social y comunicativa que está presente y se involucra de manera activa en el ambiente metropolitano”. Esta es una de las definiciones que se conocen y a su alrededor se teje una cultura y un modo de ser que no puede pasar desapercibido por una persona interesada en teorizar y observar los fenómenos comunicacionales existentes en la cotidianeidad del lugar donde se desenvuelve. No por el hecho de ser gratuitos, anónimos y “callejeros” pueden dejarse de lado ya que son una expresión cultural que hace parte de la comunicación humana y desempeñan una importante labor en la construcción de identidad citadina.
Muchas de las paredes de la ciudad están llenas de escritos que, para algunos, son una ofensa o un manchón que daña y contamina la estética urbana. Esta concepción nociva y negativa del graffiti data desde 1541 cuando Cortés, un conquistador español que llegó a México, publicó un aviso que decía “Pared blanca, papel de necios”, que posteriormente derivaría en “papel de canalla”.
Y Bogotá como una ciudad cosmopolita no podía ni puede escaparse, como muchas otras capitales del mundo, de las diferentes formas de expresión cultural o callejera, mejor conocida en estos tiempos como Arte Urbano. Y los soportes de ese tipo de manifestaciones, por lo general de protesta, han sido las fachadas de las casas o muros abandonados, que entre otras cosas comenzaron a verse pintados con mayor énfasis desde mediados de los años 60 con el movimiento “Hippy”. En estos se escribían graffitis de inconformismo, filosóficos o de reflexión sobre diversos temas sociales, como por ejemplo: “Haz el amor y no la guerra”, “Abajo el gobierno yanqui”, “Clarisa me tienes loco: Ruperto”, “Cuídate, te tengo entre ojos”, “La marihuana mata pero que mata tan buena”, “Catalina es una perra” o “Yo pasé por aquí”; claro está, que los hacían motivados, en esa época, por el consumo de una dosis no permitida de marihuana.
Pues de ese ayer a hoy, los tiempos han cambiado en cuanto a las formas de expresión y desahogo de la juventud a través de los muros de la principal capital colombiana. Sin embargo existe otra diferencia: antes esos actos de “adornar” las paredes con pinturas, brochas y pequeños recipientes de aerosol con mensajes y figuras extrañas, eran ilegales, y por eso sus autores recurrían a la alcahueta noche para llevar a cabo sus propósitos y no ser “pillados” por la policía.
Actualmente, hasta cierto punto, no solamente es lo más normal que se realice ese tipo de actividad, sino que es permitido que pequeños grupos de jóvenes dibujen –a cualquier hora del día o de la noche- sobre muros y paredes en calles o avenidas de la ciudad figuras y frases de todo tipo expresando o comunicando mensajes de inconformismo o solidaridad. Es la otra cara de la actual Bogotá –aparte de la de movilidad o Transmilenio, violencia e inseguridad- que se viene mostrando abiertamente desde hace unos meses. Esa cara es la que cuenta con el apoyo de la Alcaldía Mayor de la ciudad que ha patrocinado un concurso de pintura mural para que la juventud no solamente capitalina sino colombiana, se manifieste con su imaginación plasmando con vinilo o aerosol sus sentidas inquietudes.
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