La razón frente al populismo: una reflexión sobre Colombia y el mundo actual

Cuando un pueblo deja de razonar y permite que las emociones gobiernen la política, comete uno de los peores errores posibles. La historia demuestra que los sentimientos, aunque nobles en apariencia, pueden ser fácilmente manipulados para dividir, polarizar y destruir la convivencia democrática. El Estado de Derecho se funda sobre la razón, la legalidad y la justicia; mezclarlo con pasiones políticas o con el fervor hacia un líder carismático convierte la democracia en un espectáculo emocional que termina degradando las instituciones y debilitando la nación. ​

Colombia, más que cualquier otro país en la región, debería haber aprendido esta lección. Desde la independencia, las ideologías políticas —rojas o azules, derechas o izquierdas— nos han enfrentado en guerras fratricidas alentadas por discursos incendiarios de sus dirigentes. Esos discursos, revestidos de un falso patriotismo, han fragmentado nuestra cohesión social y nos han hecho olvidar un principio fundamental: somos hermanos que compartimos un mismo destino nacional. ​

(Imagen: archivo internacional-VBM).

 

Un pueblo maduro no castiga ni absuelve por simpatía. La justicia no se bascula según las emociones del momento, sino en pruebas, en el debido proceso y en el respeto irrestricto a la ley. No puede haber justicia selectiva ni juicios populares alimentados por la ira o las redes sociales. La sociedad colombiana debe recordar que el Derecho existe precisamente para contener la arbitrariedad y que ningún ciudadano, político o poderoso está por encima de él.

El problema del populismo —en cualquiera de sus formas— es que convierte la política en una guerra moral de “pueblo contra élite”, sustituyendo la deliberación racional por el apasionamiento. Este fenómeno ha sido ampliamente analizado por la ciencia política contemporánea, desde Pierre Rosanvallon hasta Zanatta, quienes explican que el populismo apela a las “emociones de posición”, de resentimiento y exclusión, y a las “emociones de acción”, que prometen justicia a través del conflicto. El resultado es una democracia fragmentada donde las instituciones se vuelven rehenes del carisma de sus líderes. ​

Hoy, Colombia necesita serenidad. No podemos seguir siendo cómplices de la corrupción votando por quienes han delinquido, ni dejar que las pasiones nos impidan ver los hechos. Tampoco debemos aceptar injusticias contra figuras públicas solo porque no nos agradan: en el Estado de Derecho toda acusación debe probarse ante juez competente.

Pero la reflexión nacional debe ir más allá. El mundo vive un momento de reconfiguración del orden internacional. El sueño liberal del siglo XX, basado en la soberanía de las naciones y en la cooperación multilateral, está siendo cuestionado por un mundo cada vez más unipolar, donde las grandes potencias pretenden imponer sanciones o favores políticos según su conveniencia. Aceptar esa presión externa sería renunciar a la independencia y autodeterminación que tanto costó construir y condenarnos a la marginalidad de una “república bananera”.​

Por ello, más que seguir a líderes o banderas, debemos recuperar el arte de la diplomacia, el consenso y la paz. El país necesita una ciudadanía que piense, que decida informada, que exija ideas y no emociones. Ningún político es un mesías. La única fuerza capaz de salvar a Colombia es su pueblo educado, unido y consciente de que la soberanía no se defiende con gritos ni con odio, sino con razón, justicia y respeto mutuo.

Un pueblo que piensa en el bien común es un pueblo con dignidad. Y solo un pueblo digno puede garantizar el futuro de la nación y su lugar en el mundo.

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Clara Inés Chaves Romero: Ex diplomática y escritora. Comunicadora con amplia experiencia en columnas de opinión, en análisis de la política nacional e internacional en medios como Eje 21, Diario El Nuevo Liberal, Magazín Ver Bien, Realidades y Perspectivas, Revista Ola Política. Escritora de los libros: Justicia Transicional, Del laberinto a la esperanza, Un camino al África, una puerta al mundo.

 

 

Sobre Clara Inés Chaves

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