La ministra de Agricultura del gobierno de Gustavo Petro, Cecilia López, dio una noticia importante que sonó poco, al señalar que las importaciones agrarias habían llegado a 15,9 millones de toneladas –¡3.200 por ciento más que en 1990!–, auténtica vergüenza para un país con las excelentes condiciones agrológicas de Colombia. Y que la comida –que se encareció en 27,81% en 2022– explica el 65% de la inflación promedio nacional, del 13,12%, la más alta del siglo.
Se confirma así la merecida condena a los gobiernos defensores de la apertura y los TLC, porque dijeron que la producción nacional resistiría con éxito a las importaciones sin aranceles, que exportaríamos mucho más y que, por los subsidios a la producción extranjera, sería más barata la comida de los colombianos. Tres falsedades que en su momento refutamos con todas las pruebas y que los mismos con las mismas defendieron y defienden con mentiras y engaños, tras renunciar a la soberanía y al progreso de Colombia.
Tan mal han salido las cosas, que la balanza de pagos, que mide los ingresos y egresos en dólares de Colombia, ha sido negativa en 403.224 millones de dólares desde el 2000, faltante que también explica que la deuda externa aumentara de 17.993 a 184.118 millones entre 1994 y el año pasado.
Que esta desgracia ocurriría lo advirtió en 1990 Abdón Espinosa Valderrama –exministro de Hacienda de Carlos Lleras Restrepo–, quien explicó que la apertura era un chantaje del Banco Mundial –banco controlado por el Fondo Monetario Internacional (FMI)–, a cambio del crédito Challenger, política que advirtió desprotegería y golpearía la producción nacional (ver enlace aquí), atiborrando el país de quebrados, desempleados y pobres.
Y hay que ver a Petro y a los jefes petristas –los autoproclamados representantes del “cambio”– renunciando a renegociar los TLC y sacando pecho porque el FMI les puso una medallita por seguir sus orientaciones en impuestos, precios de la gasolina y demás, el mismo aplauso que ese organismo les dio a los gobiernos de Gaviria, Samper, Pastrana, Uribe, Santos y Duque, casi todos ellos socios de Petro en su gobierno.
¿Habría ganado la Presidencia sin esos respaldos y si hubiera explicado que su “cambio” –demagogias asistencialistas aparte– continuaría la obra de sus antecesores en estos asuntos fundamentales?
Para no caer en el engaño, debe saberse que el FMI es una creación de Estados Unidos y de algunos de sus países aliados para, según sus conveniencias, modelar el mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial, de forma que solo unas cuantas naciones pudieran desarrollar de verdad su capitalismo, en tanto a las restantes, incluidas todas las de América Latina, nos condenaron a trabajar, trabajar y trabajar, pero sin salir del subdesarrollo en todos los aspectos.
En su continuismo, Petro también siguió con la Colombia peón de la OTAN, los aviones de guerra que le ofreció Biden, el radar norteamericano en Gorgona y las cercanías con el Comando Sur de los Estados Unidos.
Para mejor entender el muy radical continuismo del gobierno del “cambio”, hace poco se realizó el X Diálogo de Alto Nivel Colombia-Estados Unidos, donde un centenar de funcionarios de los dos países concluyó: “Fue el resultado de casi seis meses de preparación, siete mesas de trabajo, 28 subtemas, más de 100 compromisos que se acordaron, que tendrán un proceso de seguimiento trimestral, para garantizar su cumplimiento”.
Si le preguntaran a Petro por el objetivo de esa reunión, con su conocido estilo, seguramente diría: “Es el mejor mecanismo para indicarle a Washington cómo cumplir en detalle las orientaciones de la Casa de Nariño”.