El abrazo de la fraternidad: Adames-Jeter. En el recuerdo: John Roseboro vs. Juan Marichal. Y la nueva: Acuña vs Oviedo.
José Ramírez vs. Tim Anderson. (Imagen: Getty Images – VBM).
El juego del béisbol es un ‘verdadero ajedrez’, no entre piezas blancas y negras sobre un tablero de madera, sino en donde intervienen 18 jugadores; más bien hoy día, con 20 peloteros, en el movimiento de las fichas, que buscan el ‘jaque mate’, sobre un tapete verde de un diamante, pero para el caso, en procura de ganar el partido que se está disputando.
Este deporte no está diseñado ni proyectado para encontrar enemigos. Antes por el contrario, está sentado sobre las bases de la fraternidad, la camaradería y el buen juego, sin que por ello se tenga que dejar a un lado la rivalidad deportiva, algo que es parte esencial de la propia disciplina, pero para nada debe transitar por los caminos de la enemistad.
Después de más de un siglo del béisbol en lo que se denomina Grandes Ligas, a cuya eximia calidad llegan muy pocos, la historia ofrece relatos de disputas dentro de los campos que han pasado a registrarse como inolvidables, pero que han sido poco ejemplarizantes para el juego.
Las exaltaciones temperamentales dentro de los diamantes, la ‘sangre’ caliente cuando se están desarrollando los partidos y, desde luego, la violencia en los estadios, no es lo aconsejable y, mucho menos, de buen recibo para los equipos, para los árbitros, para los dirigentes de las novenas, y para la propia afición.
Toda esta introducción es para señalar que recientemente se han presentado algunas reyertas dentro de los diamantes en los estadios de la Gran Carpa, que para nada pueden servir como ejemplos, y que, antes por el contrario, ofrecen un espectáculo poco digno del propio juego.
Las disputas entre Tim Anderson, de los Medias Blancas de Chicago, y el dominicano José Ramírez, de los Guardianes de Cleveland, el pasado sábado 5 de agosto; y la más reciente, entre el lanzador derecho cubano de los Piratas de Pittsburgh, Johan Oviedo, y el controvertido y provocador jugador venezolano, Ronald Acuña Jr., de los Bravos de Atlanta, el pasado sábado 9 de septiembre, dejan mucho que desear.
Abrazo fraterno
Caso contrario es lo que se pudo apreciar este sábado 9 de septiembre, antes de iniciarse el partido entre los Cerveceros de Milwaukee y los Yanquis de Nueva York, en ‘Yankee Stadium’.
En el béisbol hay rivales, pero no enemigos; el juego está hecho y afianzado en ser un verdadero espectáculo, en una industria que deleite a grandes y chicos, y que sus ídolos, son ciertamente de ¡carne y hueso’.
Eso fue lo que ocurrió en un fraternal abrazo que se dieron el inmortal torpedero de los Yanquis, Derek Jeter, y también para-cortos de los Cerveceros, el dominicano, Willy Adames.
Adames, desde niño, convirtió a Jeter en su ídolo, al pelotero que quería tener cerca cualquier día de su vida para darle un abrazo. Y el dominicano lo consiguió este pasado sábado en el ‘Yankee Stadium’: fue un sentido abrazo, de admiración, de sentimiento por haber cumplido un sueño, de tener contacto con un pelotero que se hizo querer por propios y extraños.
Willy Adames – Derek Jeter- (Imagen- Getty Images – VBM).
Eso es lo grande del béisbol. Y eso hace más grandes a los ídolos de ‘carne y hueso’.
En el recuerdo
Mirando un poco la historia de esta clase de disputas en los diamantes, una de las más celebres y recordadas trifulcas, fue la que se presentó entre el receptor de los Dodgers de Los Ángeles, John Roseboro, y el bateador y lanzador dominicano e inmortal de los Gigantes de San Francisco, Juan Marichal, el 22 de agosto de 1965, es decir, hace más de 58 años.
Marichal había hecho un par de lanzamientos muy cerrados frente a Maury Wills y cuando vino a consumir su turno frente al zurdo Sandy Koufax, en la tercera entrada, Roseboro intencionalmente le pegó con la pelota al astro dominicano cuando la enviaba de regreso al montículo, rozándole la oreja. Y ahí fue troya.
El lanzador dominicano le asestó con el bate varios golpes a Roseboro, hasta el punto que le hizo una pronunciada herida en la cabeza, recibiendo la sutura de una docena de puntos. Y el incidente obligó a que los bancos de juego se ‘vaciaran’ y si no es por la intervención del legendario y viviente inmortal del beisbol, Willie Mays, compañero de Marichal, seguramente que las cosas hubiesen tenido un desenlace funesto.
Marichal fue suspendido por 10 juegos y multa de 1.750 dólares; pero Roseboro le instauró una denuncia por daños por la suma de 110.000 dólares. Finalmente, transaron con un pago de 7.500 dólares.
Ese episodio, hasta hoy inolvidable, fue presenciado por más de 40 mil espectadores que estaban cómodamente sentados en el ‘’Candlestick Park’’, de San Francisco, la casa para la época de la novena de la Bahía.
Roseboro siempre aceptó que él intencionalmente causó la situación, intentando creer que con eso se cobraba lo que aparentemente Marichal había hecho contra Wills, con lanzamientos muy cerrados y peligrosos; pero el dominicano, hasta el día de hoy, sostiene que nunca fue intencional y que sus serpentinas tomaron rumbos equivocados, pero nada más.
Años más tarde, Marichal invitó a Roseboro a Santo Domingo, en un gesto de acercamiento y del restablecimiento de la amistad, hecho que se concretó y se prolongó por más de 20 años, hasta el punto que cuando falleció Roseboro, el 16 de agosto de 2002, la familia del receptor le pidió al lanzador dominicano que fuese el encargado de decir las palabras de despedida en su funeral.
Juan Marichal se convirtió en el primer pelotero y lanzador de República Dominicana en ingresar al Salón de la Fama. Lo hizo en la clase de 1983. Y sus hazañas lo catapultaron a la inmortalidad a pesar del desagradable incidente con John Roseboro.
Anderson vs. Ramírez
La confrontación entre el torpedero de los Medias Blancas, Tim Anderson, y el antesalista de los Guardianes, el dominicano José Ramírez, se presentó por ‘la forma agresiva en que Anderson trata de poner out a los corredores’, sentenció Ramírez, quien antes de liarse a puñetazos con su rival, lo incriminó por la forma en que lo intentó sacar en la almohadilla, al deslizarse para completar un batazo de dos esquinas, colocándole toda la fuerza de su cuerpo sobre su espalda, como claramente se observó en los videos que tomaron de la jugada.
‘Ya lo había hecho con otro compañero y por eso, le dije a él, una vez me reincorporé de la jugada, que el juego hay que respetarlo y que hay que respetar a los jugadores’, explicó Ramírez, quien seguidamente fue desafiado por Anderson.
Fue en ese momento en que el dominicano le lanzó soberano derechazo al norteamericano, quien cayó prácticamente fulminado sobre el terreno de juego, y eso generó que los jugadores de ambas novenas, salieran al campo a defender a sus compañeros, en uno de los enfrentamientos más comentados de este año.
La actitud del dominicano Ramírez, un pelotero que por lo regular se muestra apacible y respetuoso del juego, se debió a que Anderson siempre intenta, cuando llegan los corredores a la intermedia, a hacer uso de la fuerza contra el corredor y en algunas oportunidades, con mucha vehemencia, arrastra su guante contra el corredor, intentando que pierda el contacto con la almohadilla a como dé lugar.
El incidente Anderson-Ramírez, que ocurrió al cierre de la sexta entrada, cuando los Guardianes perdían 5 carreras por 1, finalmente dejó seis suspendidos, incluyendo a ellos dos y a los estrategas de ambas novenas, Terry Francona, de los Guardianes, y Pedro Grifol, el cubano que maneja las riendas de los Medias Blancas.
Las seis expulsiones fueron determinadas por el árbitro principal del compromiso, Mark Wegner, quien antes de tomar la decisión, consultó con los otros integrantes del cuerpo arbitral, para tener absoluta seguridad de quiénes habían intervenido en la trifulca.
Acuña vs. Oviedo
Ronald Acuña Jr. – José Oviedo. (Imagen: archivo internacional – VBM).
Pero otro espectáculo bochornoso, fue el protagonizado por el venezolano Ronald Acuña Jr., de los Bravos de Atlanta, y el lanzador cubano, José Oviedo, de los Piratas de Pittsburgh, el pasado 9 de septiembre, en el Truist Park, de Atlanta.
Era el primer episodio del partido. Acuña estaba consumiendo su turno al bate. Oviedo iba a hacer su quinto lanzamiento. Fue una serpentina bastante pegada al cuerpo, pero a nuestro modo de ver, nada intencional. Eso ocurre con mucha frecuencia y es normal en un juego de béisbol.
El venezolano Acuña, que es pendenciero y arrogante, empezó a vociferar contra Oviedo, quien como buen cubano y latino, no se quedó callado, y con un intercambio verbal a gritos muy fuertes, obligó a que se ‘vaciaran’ los bancos de juego.
La intervención de los árbitros del partido, encabezados por el principal, Rob Drake, evitó una trifulca de marca mayor, que se hubiese convertido en un espectáculo nada agradable para el béisbol y para el propio desafío.
Finalmente, Acuña recibió la base por bolas y en su intento por estafarse la segunda almohadilla, fue puesto out en la jugada, gracias a un certero envío del novato receptor dominicano, Endy Rodríguez, y el incidente quedó de ese tamaño. Y en los dos siguientes turnos, no hubo altercado alguno.
Los Piratas ganaron a los Bravos, doblegándolos, 8 carreras a 4, pero quedó en el ambiente del juego, presenciado por 42.866 espectadores, la imagen de una posible mala intención del cubano Oviedo en su lanzamiento contra Acuña, lo cual, deportiva y beisboleramente hablando, no ocurrió.
Claro, los aficionados seguidores de los Bravos, que llenaban las graderías del parque de pelota, no se cansaron de hacerle la vida imposible al lanzador cubano Oviedo, hasta el momento en que abandonó el montículo, con 3 episodios y 2 tercios laborados. La despedida, como podrán suponer, fue una soberana rechifla.
El espectáculo del béisbol de las Grandes Ligas es familiar, incluyendo la presencia de los niños y hasta de las mascotas, de mucha camaradería entre los propios aficionados que concurren a los estadios, así tengan sentimientos hacia uno u otro equipo en el juego que se está presenciando, y por eso, hasta donde es posible, se evitan esta clase de hechos bochornosos, que desdicen de un buen comportamiento como profesionales de los peloteros que hacen parte de la fiesta del propio juego.