Charlando con un campesino boyacense sobre el daño de las importaciones impuestas por la apertura y los TLC, me dijo: “Como nos quitaron los cultivos de trigo, cebada y otros, me pasé a la leche. Si me quitan la leche, me quitan la vaca y si me quitan la vaca, me quitan la tierra”. Y con los TLC con Estados Unidos y la Unión Europea, desde 2014, a Colombia la pusieron a importar 481 mil toneladas de leche y lácteos, proceso que tendrá su puntillazo final luego de 2026 y 2027.
Porque desde esas fechas, la leche y los lácteos de las trasnacionales norteamericanas y europeas tendrán libre ingreso a Colombia, sin las cuotas y los aranceles que hoy las limitan, política calculada para arruinar a muchos de los 400 mil ganaderos de la leche y a incontables procesadores, casi todos ellos pequeños y medianos.
Solo el cinismo neoliberal es capaz de decir que en este caso, como en tantos otros, campesinos, indígenas y empresarios pueden competir con los productores de países que superan a Colombia en los costos del dinero y las tarifas, subsidios, vías y peajes, asistencia técnica, educación, ciencia, tecnología y seguridad. Repitamos las grandes cifras de la competencia imposible: la economía colombiana es 74 veces más pequeña que la de Estados Unidos y 54 menor que la de la Unión Europea.
En cuanto a los subsidios al agro, los de Colombia suman apenas 2.500 millones de dólares, los de Estados Unidos, 50 mil millones y los de la Unión Europea, 100 mil millones. Un ministro de la India explicó que era mejor ser vaca europea o norteamericana que campesino en el resto del mundo, porque recibían más plata del Estado esas vacas que los campesinos de todas partes.
Para empeorar las cosas, cada vez se confirma más que el libre comercio no tiene como fin promover la libertad de competencia sino lo contrario, el triunfo de los monopolios y los oligopolios que arruinan a millones de competidores en el mundo, agresión que además les permite poder abusar con los altos precios en detrimento de los consumidores y, a la postre, hacer más lento el progreso técnico, que es la base de todo progreso. Muy retardatario, sin duda.
Treinta y tres años de Consenso de Washington en Colombia han confirmado que la pérdida de la seguridad alimentaria no conduce a mejorarles la vida a los productores del agro ni a los colombianos, sino a todo lo contrario. Como estamos en el capitalismo, en los negocios entre las personas y los países, engaña quien diga que anda por el mundo haciendo favores.
En este sentido, que el centro de la política económica de Petro no sea desarrollar la producción –ya dijeron que no renegociarán los TLC–, sino promover el asistencialismo –que cobran en votos–, empeorará los agudos problemas nacionales. Porque, además, las donaciones del Estado a los más pobres –que pueden darse–, al convertirse en comida importada, no subsidiarán a los productores colombianos sino a los extranjeros. Y los campesinos que reciban tierras del Estado –lo que debe hacerse en condiciones adecuadas–, en la Colombia de los TLC, seguramente terminarán perdiéndolas, arruinados por las importaciones. Perversa, es obvio, la globalización neoliberal.
Para completar, muchas de las mayores siembras de aguacate se están dando en tierras vendidas a extranjeros, sin que esto sea tema de análisis nacional. Y tampoco se examina el desastre de la ida de tantos colombianos a otros países, que se van expulsados porque no pueden trabajar y crear riqueza aquí.