El presidente Barack Obama pelea “a brazo partido” no su reelección para el 2012, sino un lugar en la historia con reformas importantes para los americanos. Hasta el momento ha hecho caso omiso a los comentarios que se hacen sobre su posible “gobierno socialista” o las murmuraciones sobre si es miembro de la religión musulmana. Ha estado tan ocupado (o empecinado) buscando apoyo para sus reformas y nuevas leyes que no ha hecho ningún comentario sobre estas denuncias.
Las encuestas lo mantienen en un lugar bajo pero sin alteraciones en los últimos tres meses. Obama se encuentra actualmente trabajando muy duro en la política internacional especialmente en la situación del Medio Oriente sobre la cual dijo que “en un año habrá un Estado Palestino”.
Obama se ha anticipado al veredicto de las urnas en noviembre –previamente negativo– para anunciar un giro en su política, principalmente en su política económica de cara a la segunda mitad de sus cuatro años de mandato. Los relevos de altos cargos confirmados hasta ahora, a los que se sumará pronto el del jefe de Gabinete de la Casa Blanca, Rahm Emanuel, son signos de una importante remodelación que puede ofrecer, además de caras nuevas en la Administración, un estilo de gobierno más pegado a los intereses inmediatos de los ciudadanos.
Politica Global
El presidente de Estados Unidos, anunció en la Asamblea General de Naciones Unidas la puesta en marcha de una «nueva Política Global de Desarrollo» que apuesta por la inversión y la mejora de los países a largo plazo.
Durante su esperado discurso en la cumbre donde se analiza la evolución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), Obama, que citó los orígenes de su familia, planteó una política que, según explicó, nunca antes había sido adoptada por un Gobierno norteamericano. Afirmó que «contempla nuestro nuevo enfoque y el nuevo pensamiento que guiará todos los esfuerzos al desarrollo».
«En primer lugar, vamos a cambiar cómo vemos el desarrollo», dijo, al señalar que esta asistencia no va a consistir únicamente en la entrega de dólares para alimentos o medicinas a los países del Tercer Mundo. «Desarrollo es ayudar a las naciones a pasar de la pobreza a la prosperidad», afirmó Obama, quien quiere potenciar la diplomacia y las políticas comerciales y de inversión.
Como segundo punto, el mandatario citó «el objetivo último del desarrollo», que debería ser, además de salvar vidas a corto plazo, mejorar las sociedades a largo plazo. En este sentido quiso diferenciar entre «desarrollo» y «dependencia». «Es un ciclo que necesitamos romper».
Obama durante su discurso citó los desafíos a los que se enfrentan numerosos países, especialmente en África, aclaró que Estados Unidos «ha sido y seguirá siendo el líder global» en asistencia a otros países y declaró que su administración cumplirá los compromisos que ha adquirido. Sin embargo, no adelantó ninguna nueva promesa en este ámbito ni dio cifras al respecto.
Bloqueo de los republicanos
Respondiendo a la presión del Tea Party, el Partido Republicano presenta esta semana un programa radical de gobierno, de cara a las elecciones legislativas de noviembre, que incluye la revocación o paralización de la reforma sanitaria y la congelación en el Congreso de todos los gastos para cualquier otro proyecto de Barack Obama. En otras palabras, un programa para anular al presidente al que le espera un difícil futuro en Washington.
Esta iniciativa está inspirada en el Contrato de América, elaborado por Newt Gingrich en 1994 y que sirvió para devolver el Congreso a manos republicanas. Con un paso similar, la oposición pretende ahora convencer al electorado de que su promesa de cambiar drásticamente el rumbo de la política merece plena credibilidad.
«No les vamos a dar ni un solo centavo del dinero público, ni un centavo», ha anticipado el líder de la minoría republicana en la Cámara de Representantes, John Boehner, el hombre que ocuparía la presidencia del Congreso a partir de noviembre, en sustitución de Nancy Pelosi, en el caso de una victoria de la oposición en noviembre.
El programa republicano incluye la congelación de todos los impuestos por un periodo inicial de dos años y la extensión, incluso para los sueldos millonarios, de las ventajas fiscales aprobadas por George Bush y que vencen el próximo 1 de enero. Se añade el compromiso de no aprobar en el futuro nuevos impuestos por simple mayoría parlamentaria.
En el capítulo de gastos, el propósito es el de impedir que el Gobierno gaste en cualquier otra cosa que no sean las Fuerzas Armadas y la seguridad nacional. No se van a aprobar, por supuesto, las partidas necesarias para cumplir el plan de infraestructuras anunciado por Obama como instrumento para combatir el desempleo. No se van a conceder recursos para ninguna otra promesa del presidente, incluida la de reducir impuestos a la clase media y los pequeños empresarios, a menos que se admitan también – Obama se niega – descuentos para los ingresos superiores a los 250.000 dólares anuales.
El blanco principal de la contraofensiva republicana es, no obstante, la reforma sanitaria. El objetivo máximo del programa es el de su plena revocación pero eso no será fácil porque los republicanos no van a contar, muy probablemente, con los dos tercios que se requieren para hacerlo sin que el presidente pueda vetarlo.
A falta de eso, se anuncia una serie de medidas destinadas a impedir la aplicación y el desarrollo de la nueva ley sanitaria: bloqueo del dinero para la extensión de la ayuda a los pobres (Medicaid), obstáculos para la eliminación de algunas limitaciones en la asistencia a los pensionados (Medicare) y congelación del dinero que se requiere para aplicar algunas de las instancias fundamentales de la ley, como es la obligatoriedad de que todos los norteamericanos tengan un seguro de salud.
Con este programa se puede dar por descontado un periodo de grave parálisis política en Washington. Incluso aunque las encuestas se equivoquen y los demócratas no pierdan el control de ambas Cámaras, la tarea de legislar será titánica. La Cámara de Representantes funciona con la regla de la mayoría simple, en el Senado se requieren 60 escaños para evitar el obstruccionismo de la oposición y el presidente puede vetar todos los proyectos que no vengan amparados por los dos tercios. Así pues, cada partido tiene armas para obstaculizar al otro y, como consecuencia, podemos estar cerca del final de esta presidencia, al menos en cuanto a resultados concretos se refiere.
Eso no significa necesariamente el final de Obama. La situación actual no dista mucho de la de 1994 cuando tras la victoria del Contrato con América, los republicanos apretaron al Gobierno hasta el punto de provocar el cierre físico de las oficinas públicas por falta de presupuesto. Ese fue, sin embargo, el punto en el que Bill Clinton recuperó la iniciativa política hasta conseguir una cómoda reelección.