Por Rodolfo Rodriguez Calderón , corresponsal en Estados Unidos.
El derrame de petróleo en el Golfo de México puede ser una tragedia incalculable.
El jefe de los guardacostas reconoció que una operación de este tipo, a unos 5. 500 metros de profundidad, es la única solución real para aliviar la presión y tapar el pozo existente: «Eso llevará unos 90 días si tenemos suerte».A medida que pasan los días la situación del derramen de petróleo en el Golfo de México se hace cada vez más complicada.
El desastre ecológico de grandes proporciones es inminente y los costo por los daños cuantiosos.
Se ha planteado la excavación de un pozo alternativo para contener el vertido provocado por la explosión la semana pasada de una plataforma petrolera perteneciente a la británica BP, pero esto podría llevar unos 90 días, «si tenemos suerte», advirtió el jefe de los Guardacostas estadounidenses, almirante Thad Allen.
Entretanto, se está llevando a cabo un esfuerzo sin precedentes para bombear dispersores de crudo hasta el pozo en lugar de usarlos solo en la superficie. Por el momento parece que han logrado conseguido diluir el crudo antes de que llegue a la superficie, precisando que si los análisis posteriores confirman esto, «intentaremos llegar a toda velocidad a la fuente del vertido». Previno, en último término la solución pasa por la construcción de un pozo auxiliar paralelo al existente.
BP ASUME LOS GASTOS
La empresa British Petroleum (BP) prometió asumir la factura de la limpieza del derrame en el Golfo de México y estableció una línea telefónica para que los afectados soliciten compensación por los daños sufridos.
El anuncio llega después de que el presidente de EEUU, Barack Obama, insistiera en que BP es «responsable» por el vertido y «pagará la factura» por el mismo.
BP, que operaba la plataforma que se hundió el pasado 22 de abril, dos días después de una explosión en la que murieron once trabajadores, afirmó su disposición de asumir la responsabilidad por lo ocurrido. Eso incluye el aceptar solicitudes de compensación a través de una línea telefónica que operará de forma ininterrumpida los siete días de la semana y en la que se aceptarán, entre otras, reclamaciones de aquellos que hayan sufrido pérdidas por el derrame, como los pescadores de Luisiana. «BP está dispuesta a pagar aquellas reclamaciones verificables y legítimas», afirmó la empresa.
El consejero delegado de British Petroleum, Tony Hayward, que se encuentra en los Estados Unidos para supervisar los trabajos de contención del vertido, confirmó que “absolutamente pagaremos por la operación de limpieza; no hay duda de eso. Es nuestra responsabilidad y la aceptamos plenamente».
Se desconoce por el momento a cuánto podría ascender la factura de los alrededor de 5.000 barriles diarios de crudo que se calcula fluyen diariamente al mar, aunque estimaciones de distintos analistas apuntan que el costo de la limpieza podría oscilar entre los 1.000 y los 7.000 millones de dólares. El directivo de BP precisó que pese a asumir el gasto de la limpieza y otros costos asociados con el vertido la empresa «no es responsable por el accidente». Hayward insistió en que el equipo que falló y que ha permitido la fuga de crudo, pertenece a Transocean, propietaria de la plataforma siniestrada de la que BP era concesionaria.
El citado equipo está diseñado para sellar el flujo de petróleo y gas a la superficie en situaciones de emergencia pero no funcionó. BP dice que los trabajadores que lograron ser evacuados de la plataforma sostienen que trataron de activar sin éxito el equipo de sellado.
Tanto Cameron International proveedora de los equipos del pozo como Halliburton realizaron distintos trabajos en la plataforma y si BP es capaz de probar que incurrieron en negligencias podría desviar parte de la multimillonaria factura hacia ellos. Guy Cantwell, portavoz de Transocean, entregó un comunicado en el que señala que la empresa «esperará ver todos los datos antes de extraer conclusiones y no se prestará a especulaciones».
UN GRAN PROBLEMA
El incendio y explosión de una plataforma petrolífera de British Petroleum (BP) en el golfo de México, el pasado 20 de abril, ha provocado 11 víctimas y una catástrofe para el medio ambiente, probablemente más grave que el hundimiento del Exxon Valdez en 1989 frente a las costa de Alaska, que tendrá consecuencias de largo alcance para la industria petrolera en Estados Unidos. Del pozo afectado sigue manando una cantidad mal cuantificada de crudo (800.000 litros al día según algunas fuentes, cuatro millones de litros según otras) que ha generado una mancha de petróleo en la superficie marina de 80 kilómetros de longitud por 130 kilómetros de ancho. La mancha amenaza con contaminar el delta del Misisipi, incluidas sus reservas naturales, y las costas de Luisiana, Tejas, Alabama y Florida, donde puede causar cuantiosos daños en las labores de pesca y el turismo.
La industria de la exploración off shore dispone de protocolos de seguridad muy cuidadosos y de una tecnología sofisticada para evitar este tipo de desastres. Pero en este caso se detectan al menos dos anomalías que deberán aclararse: la primera es la causa de la filtración de crudo que salió a la superficie y causó la catástrofe; la segunda, la imposibilidad de cerrar las válvulas que tenían que haber sellado la boca del pozo después de la explosión.
La respuesta política de Obama ha sido más templada de lo que dan a entender las voces alarmadas de los potenciales damnificados por la crisis. Para empezar, ha imputado a BP los costes de limpiar el vertido, y la compañía los ha aceptado.
Después, ha reiterado la importancia para la economía nacional de extraer petróleo propio, aunque se ha mostrado dispuesto a detener la liberación de las reservas en la costa atlántica, sin que en ello haya contradicción, puesto que los sondeos en marcha se mantienen. Cuestión de oportunidad. Y, por último, ha prometido cambios legales y normativos para que no vuelva a producirse un accidente similar.
Es difícil predecir cómo se resolverá la crisis. Hay un clima de alarma, con una mancha de petróleo situada a nueve millas de Luisiana y un depósito submarino a 1.900 metros de profundidad del que sigue manando petróleo. Hay tecnología para sellar la filtración, pero aplicarla llevará entre 60 y 90 días. Es fácil pronosticar que el caso de la plataforma de BP dará lugar a una larga batalla legal.
DESASTRE ECOLOGICO
El presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, advirtió que la catástrofe medioambiental podría ser «masiva y potencialmente sin precedentes». «Creo que el pueblo estadounidense es consciente ahora que estamos afrontando un desastre ecológico potencialmente masivo y sin precedentes. El petróleo que fluye del pozo podría dañar seriamente la economía y el medioambiente de nuestros estados del Golfo», dijo.
Añadió que las repercusiones podrían durar «mucho tiempo» y amenazar los medios de vida de miles de estadounidenses que consideran este lugar su hogar.
Recordó, que se lanzó una investigación «inmediatamente» tras la explosión para aclarar lo sucedido y añadió que su administración lleva a cabo un esfuerzo «implacable» para hacer frente al derrame. Lamentó que las condiciones meteorológicas no hayan «cooperado» en las labores que se llevan a para mitigar el costo de la mancha de crudo. «Haremos todo lo que esté en nuestras manos para proteger los recursos naturales», dijo Obama.
Las autoridades de Estados Unidos han cerrado dos plataformas y han evacuado una tercera ubicadas cerca de la gran marea negra que se propaga por el golfo de México. Según la Guardia Costera de EE UU, el cierre de estas estructuras se ha decidido como medida de precaución.
La alerta es de tal dimensión que ninguna perforación de petróleo submarina será autorizada hasta que no se aclaren las causas del accidente que acabó con el hundimiento de una plataforma petrolífera en el golfo de México y con el mar cubierto de crudo. Los planes de Barack Obama anunciados a fines de marzo de abrir las costas del Atlántico y de Alaska a las perforaciones quedan congelados, según anunció la Casa Blanca a través de uno de los asesores del presidente, David Axelrod.
El Gobierno de Obama ha recibido numerosas críticas en las últimas horas y una temida pregunta ya se propaga –tan rápido o más que la marea negra que amenaza las costas de Luisiana, Alabama, Misisipi, Tejas y Florida–: ¿es este el Katrina de Obama? Los críticos del presidente apuntan que la Administración demócrata ha tardado en reaccionar y que ya es demasiado tarde por mucho que en las últimas horas la Casa Blanca quiera aparentar control de la situación y ponga sus efectivos a trabajar a toda máquina.
El golfo de México ya ha vivido antes otras tragedias, como el azote de los huracanes Gustav, Iván o Katrina. El paso de este último en agosto de 2005 dejó malherida a la ciudad de Nueva Orleans y tiñó de incompetencia la Administración – ya tocada por la invasión de Irak – del entonces presidente George W. Bush. El huracán dejó su impronta en Luisiana, pero la falta de pronta respuesta de Washington – Bush tardó días en reaccionar y siguió de vacaciones en su rancho de Tejas – fue la huella más profunda. Cerca de 2.000 personas perdieron la vida.
La industria petrolera tiene la enorme responsabilidad de mantener funcionando la maquinaria industrial y el transporte del mundo, pero no puede hacerlo sin tener en cuenta su responsabilidad hacia el medio ambiente. La mayor parte de las compañías han comprendido que ese compromiso forma parte de los costos de explotación y así la multinacional BP ha asumido su responsabilidad en esta crisis y al menos formalmente, ha anunciado que hará frente a los gastos derivados del desastre. El Gobierno norteamericano no puede dejar solo en sus manos el ciclópeo trabajo de frenar esta situación de emergencia si no quiere que los votantes le acaben culpando por su mala gestión. En este sentido, la pasividad con la que la Administración norteamericana ha enfocado esta catástrofe desde los primeros minutos resulta incomprensible, teniendo en cuenta las lecciones que debieron haberse extraído de situaciones como la del huracán Katrina. La compañía BP depende en última instancia de sus clientes, pero no tanto como Barack Obama de los votantes, que en las elecciones legislativas del próximo noviembre decidirán si quieren seguir apoyando o no una política de grandes y ambiciosos planes, pero como demuestra la crisis ecológica del golfo de México, muy alejada de una realidad que exige reflejos y respuestas rápidas.