Los ‘’estafadores’’ de bases han desaparecido del béisbol moderno. Y la jugada del corrido de bases y bateo oportuno, también hace parte del pasado en el béisbol.
Por Antonio Andraus Burgos
Con sobrada razón, para su época y para estos años modernos del béisbol, el controvertido capataz y fogoso pelotero sobre las almohadillas, Billy Martin, señalaba que ‘’la novena que no cuente con un buen abridor, que sea veloz sobre las bases, que intente siempre llegar al segundo cojín en busca de una base robada; y un buen segundo bate, capaz de conectar la bola sobre el bosque derecho, cuando su compañero de equipo va camino al segundo cojín, cuando el recamarero se desplaza para intentar sacar out en la intermedia al corredor, se pierde el interés de lo bueno qué es el juego para los propios equipos y para los aficionados’’.
De eso estamos careciendo, desafortunadamente, en el béisbol moderno, de jugadores que entiendan un poco más lo que hace más atractivo al juego, o que los propios dirigentes, como parte fundamental de las estrategias, insistan, hasta más no poder, que hay muchas jugadas que producen éxtasis entre los fanáticos y que ayudan, de manera contundente, a fabricar carreras.
Lo decimos con cierta nostalgia, y quizás con tristeza. Había que ver, con agrado y verdadera satisfacción, como Rickey Henderson, el ‘’Rey’’ de las bases robadas en las Grandes Ligas, se desplazaba tan raudo como le fuese posible, en procura de alcanzar la almohadilla siguiente, y colocarse en posición anotadora, en los momentos cruciales de los encuentros de la novena que defendía con el ‘’bombacho’’ bien puesto.
Esa jugada, la del robo de base con bateo corrido para el bosque derecho, lo que en inglés se conoce como ‘’hit and run’’, hace mucho, pero mucho tiempo, está en el cuarto de San Alejo, posiblemente, durmiendo el sueño de los justos.
Esa formidable combinación ofrecía un verdadero espectáculo en el juego, para satisfacción de la afición, para el club que alcanzaba a desarrollarla, y desde luego, para la novena que estaba en el campo observando, impávidamente, cómo los peloteros rivales la aplicaban en provecho del desafío que estaban disputando, y en detrimento del equipo a la defensiva.
Ni lo uno ni lo otro
Para no ser tan exigentes, digamos que ni lo uno ni lo otro, se está ofreciendo como jugada en los diferentes diamantes beisboleros de las Grandes Ligas. En otras palabras, ni los equipos cuentan con verdaderos estafadores de bases, gracias a la manera como velozmente un pelotero puede avanzar de una base a otra, en especial entre la primera y la segunda almohadilla; como tampoco encontrar la habilidad indispensable para que un bateador, dentro del orden ofensivo, conecte con relativa facilidad, ese batazo hacia el bosque derecho cuando su compañero sale de primera hacia segunda, que en muchos casos, le representa, de acuerdo con el desplazamiento del corredor, colocarse en el tercer cojín, en busca del remolque y de una posible carrera para su club.
Ya las novenas de hoy día, carecen de un primer bate que cuente con esa herramienta básica, de buena velocidad, que permita presumir que con el menor parpadeo del lanzador y del receptor, pueda ‘’robarse’’ la almohadilla siguiente. Y para confirmar esta apreciación, miremos las estadísticas en lo que va de la temporada de este 2019.
El máximo estafador de bases de este 2019, hasta el domingo 18 de agosto, es Mallex Smith, de los Marineros de Seattle, quien compila 34 almohadillas robadas, el número uno de la Liga Americana y de las Grandes Ligas.
Y con 31 bases robadas, aparece el dominicano-americano Adalberto Mondesí, de los Reales de Kansas City, también de la Liga Americana; y la tercera casilla, para el primero en la Liga Nacional, el venezolano Ronald Acuña Jr., de los Bravos de Atlanta, con 29 estafadas.
Luego aparecen, con 28 almohadillas robadas, el dominicano de los Orioles de Baltimore, Jonathan Villar, en la Liga Americana; con 26, Jarrod Dyson, de los Cascabeles de Arizona; y con 25, el venezolano, Elvis Andrus, de los Vigilantes de Texas.
La apuesta que los expertos hacen, es que ninguno, en esta campaña, va a llegar a las 50 bases estafadas, pese a que Smith, cuando le hacen falta 37 partidos eventualmente por jugar, tenga matemáticamente la opción de alcanzar el medio centenar de almohadillas robadas, pues le hacen falta 16 con un mínimo de oportunidades de 130 en poderlo alcanzar.
Y si Smith no tiene la balanza a su favor, pues para Mondesí, Acuña, Villar, Dyson y Andrus, las opciones son menores.
Nombres inolvidables
Cuando se habla de grandes ‘’estafadores’’ de bases en las Grandes Ligas, hay que quitarse el sombrero frente al nombre de Rickey Henderson, quien con sus 130 almohadillas robadas en 1982, dejó un guarismo bien alto para todos los tiempos, pues hasta el momento, después de un siglo de estar en apogeo el juego del Béisbol Organizado, apenas otros tres peloteros de la era moderna de este deporte, han podido superar el registro de 100 o mas bases estafadas.
Lou Brock, con 118 bases robadas en 1974, es el segundo más destacado de todos los tiempos; mientras que Vince Coleman, marcó una era dorada en los años de 1985, con 110 almohadillas estafadas; en 1986, con 107 bases robadas; y en 1987, con 109 almohadillas estafadas.
Maury Wills, con 104 bases robadas en 1962, es otro de los inolvidables en este departamento, aun cuando Henderson registró 108 bases estafadas en 1983, y otras 100 almohadillas robadas, en 1980.
Hay otros nombres sonoros que, sin embargo, no llegaron a los tres dígitos en bases robadas, pero que permanecen en la mente de los aficionados, por la forma en que desarrollaron sus actuaciones dentro de los diamantes de las Grandes Ligas.
Bert Campaneris, el panameño Omar Moreno, Tim Raines, Kenny Lofton, el dominicano José Reyes, Jacoby Ellsbury, Carl Crawford, entre otros, no sumaron 100 almohadillas estafadas, pero fueron, en su momento, muy valiosos para esas estadísticas y para las novenas a las cuales defendían en la Gran Carpa.
Difícil, muy difícil
Por ahora no se avizora, desde ningún ángulo, que Rickey Henderson pierda el título del gran ‘’Rey’’ de las almohadillas estafadas en las Grandes Ligas. La gran sumatoria del veloz Henderson es de 1.406 bases robadas, participando en 3.081 partidos y 10.961 turnos al bate, que es la marca de todos los tiempos, por lo que su trono estará a salvo por muchos años más, teniendo en cuenta que, por el momento, no hay ningún pelotero que llegue a estar cerca de las 1.000 bases alcanzadas por la velocidad de sus piernas.
Es que ciertamente es difícil, muy difícil, que esa cifra de almohadillas estafadas pueda hacer parte de la compilación en la era moderna del béisbol, cuando los peloteros desechan, casi que por completo, la acción del robo de bases.
Tan complicado es que algún pelotero pueda ir en búsqueda de la marca de Henderson, que en toda la historia, no hay otro jugador que haya llegado a las 1.000 almohadillas estafadas.
La segunda casilla la ocupa el inolvidable Lou Brock, quien suma 938 bases robadas, alcanzadas en 2.616 partidos, con 10.332 apariciones al bate; mientras que la tercera posición es para Billy Hamilton, el otrora veloz y gran pelotero de los finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, con 912 estafadas, sumadas en apenas 1.591 desafíos y en tan sólo 6.269 turnos al bate.
La cuarta posición está en poder del ‘’Melocotón’’ de Georgia, el controvertido Ty Cobb, con 892 bases robadas, luego de participar en 3.035 partidos y consumir 11.429 turnos al bate; mientras que la quinta casilla es para Tim Raines Sr., con 808 almohadillas estafadas, sumadas en sus actuaciones de 2.502 juegos y 8.872 turnos al bate.
Una discusión que no ha tenido final hasta este momento, es que los especialistas en matemáticas señalan que si Billy Hamilton hubiese participado en por lo menos, 1.000 partidos más en el béisbol de las Grandes Ligas, con unos 3.000 turnos más al bate, seguramente otra cosa sería su guarismo en cuanto a las bases estafadas.
Pero bueno. Esa es una discusión en donde muchas cosas a favor y en contra se argumentan para sostener que Hamilton lo hizo en una época en que el béisbol tenía muchas deficiencias defensivas y en donde los lanzadores carecían de una mecánica de juego de fondo para mantener a raya a los corredores.
Henderson lo hizo en plena era moderna del béisbol de la Gran Carpa y en donde, sin duda alguna, la capacidad de los serpentineros indiscutiblemente para controlar a los corredores sobre las almohadillas eran de buena factura.
Como siempre hemos dicho, las comparaciones son odiosas, y nosotros no entramos en esas discusiones que no conducen a nada.
La marca de Rickey Henderson es de 1.406 bases estafadas y punto. Y por ahora, nadie está en condiciones de desafiar el registro señalado oficialmente en las Grandes Ligas, ni siquiera en llegar a las 1.000 almohadillas robadas.
Es que en el béisbol, como lo es quizás en otras disciplinas deportivas, si no hay velocidad física y desde luego, mental, no hay jugadas atrevidas, si es que se pueden llamar así, cuando de explotar lo mejor del atleta hace que el juego se desarrolle a fondo y con las mejores técnicas y tácticas posibles.