Por: Rufino Acosta Rodríguez
Hay, sin duda, unas cuántas razones para esperar que la Federación Colombiana de Fútbol haga el esfuerzo máximo por convencer a don José Pekerman de seguir al frente de las selecciones del país. Una de las principales puede ser el cambio de costumbres con el manejo de las relaciones frente a la prensa y los propios dirigentes. Con ello le puso fin al manoseo, a las exclusividades subterráneas y a las injerencias indebidas en el manejo del equipo. Pero creo que la más importante se encuadra en el mensaje, claro y categórico, de que el trabajo serio, responsable y transparente, es el mejor camino para alcanzar la meta de los grandes propósitos. En eso no hay cultura del atajo que valga y mucho menos la mafiosa de que todo vale y todo se puede por la vía fácil, que tanto daño le ha hecho a Colombia en otros terrenos de la vida cotidiana. Al aglutinar voluntades, armonizar al grupo de tal manera que pensara como uno solo y no en función de egoísmos, tarea no siempre fácil, consiguió también una las claves del éxito. Lo mantuvo alejado del mercado persa de los “representantes”, de los excesos de los medios, y concentrado en la función de avanzar y subir cada peldaño sobre bases sólidas. En suma, el técnico argentino y su multinacional de asesores dejaron huella de eficiencia, pulcritud y buena praxis, que servirán de ejemplo para el futuro. Se dice que hay varios países interesados en conseguir los servicios de Pekerman. Nada extraño por lo que acaba de ocurrir en Brasil y sus antecedentes con Argentina. Entonces le corresponde a Luis Bedoya y sus compañeros de comité de la Fedefutbol realizar una efectiva labor de convencimiento. Hay voluntad y recursos económicos. La plata es lo de menos. Con lo que ya tiene andado lo lógico sería suponer que el rendimiento venidero debe ser superior, aunque en el fútbol la incertidumbre se mantiene latente. Existe una estructura de jugadores bien formados, auténticos profesionales y de comprobado espíritu patriótico que, por encima de sus fabulosos contratos en Europa, le abren espacio a las ilusiones del país y no se ponen mientes a la hora de cumplir con extenuantes jornadas de preparación, muchas veces alejados del entorno familiar, y de cumplir la intensa rutina que los lleve a la conquista de sus sueños que también son los de Colombia. Se dispone de una generación privilegiada que sirve de fundamento para confiar en nuevas conquistas, en un proceso de evolución positiva y constante. Hoy la presencia de Pekerman es esencial y debe aprovecharse de igual manera para montar una organización homogénea del fútbol nacional en todas sus divisiones, desde las formativas hasta la de mayores. Cuando llegó al país –y eso lo explica Luis Bedoya- la urgencia era la selección de la eliminatoria. Por tal motivo se relegó el plan de mirar hacia las demás categorías. Ahora, una vez superada la etapa crítica y pasado el mundial de Brasil 2014, quedaría tiempo para retomar aquellos planes y darle vía libre. No debe haber ruedas sueltas. Es preciso que por lo menos se imponga un estilo de trabajo y se busque cierta identidad, con el aporte de los técnicos colombianos. Porque no debe olvidarse que Colombia tiene excelentes profesionales del ramo y mal podrían quedar desligados de este proceso. Si bien es cierto que en la actual generación predomina la juventud, conviene conservar la mirada vigilante sobre la cantera. Colombia acaba de afrontar una dura experiencia en el torneo Esperanzas de Toulon con la selección Sub-19, y ello indica que no debe dormirse sobre los laureles del título suramericano Sub-20, porque el mundo no se detiene. Que se revise lo que parezca necesario y se adopten medidas. Para cosechar hay que sembrar y don José Pekerman tiene el azadón que se requiere para abrir los surcos. Su legado tiene que servir para que algún día vuelva al mando un compatriota, distanciado de las mañas y las prácticas nocivas de antaño.
El amor por la selección
Bogotá, la ciudad de todos, se tomó la vocería del país para darle un monumental, caluroso y emotivo recibimiento a la selección de Colombia después de su estelar desempeño en el Mundial de Fútbol en Brasil. Oleadas de compatriotas que llevaban banderas y cuanto objeto alusivo hubiera a la mano, salieron al aeropuerto y de ahí se fueron en desfile multicolor, apoteósico, inmenso, hasta el parque Simón Bolívar, donde un incalculable número de hinchas (algunos hablan de más de cien mil) esperaban ansiosos y llenos de orgullo patrio. Querían verlos, oírlos y aplaudirlos. Decirles que les agradecían por esos momentos de alegría que les hicieron vivir. Los jugadores tuvieron que haberse llevado la más profunda sorpresa al ver tantas muestras de fervor y de cariño. Fue una prueba de armonía, de nobleza, sinceridad, desprendimiento y fidelidad. Cantos, vivas, pitos, arengas y calor humano. Era la manera de devolverles algo por su esfuerzo en la cancha. “Pekerman es colombiano” debió haber conmovido hasta la Santa Bárbara al técnico argentino, siempre tranquilo, sonriente, informal, conmovido y lleno de agradecimiento. Tanto que hasta se animó a participar del festejo de los goles que Armero y compañeros revivieron en medio del delirio de la afición. Se pregunta uno qué habría ocurrido si Colombia gana el título mundial. La locura completa. El frenesí total. Bien por Bogotá, mejor por el país que representa. Espontáneo, festivo y tolerante, un país que quiere vivir en paz y al que la selección tricolor le dio las más caras satisfacciones. Un homenaje inolvidable y merecido para el grupo de jugadores y su cuerpo técnico. Una espléndida muestra de amor que conmueve y cautiva. Saludo de héroes, vítores de grandes.