Sus 2.000 imparables en las Grandes Ligas, lo sitúan entre los 300 mejores peloteros de todos los tiempos, en una nómina en donde han aparecido por lo menos 20.000 jugadores en más de un siglo de la competencia.
Su habilidad a la defensiva, sus fundamentos para jugarlo, su clase deportiva, su talento innato y sus conocimientos de la ‘’pelota caliente’’, que desde muy temprana edad acogió al lado de su padre Jólber, le han dado, con el transcurrir de los años, la perdurabilidad, consistencia y manejo con la altura con que se tiene que jugar el béisbol.
Nos estamos refiriendo a Orlando Cabrera, el formidable paracortos colombiano que en más de 15 temporadas ocupó esa posición en el cuadro interior, y ahora, por necesidades de su novena, defendiendo la segunda almohadilla, en donde ha dejado una la impronta de su experiencia y calidad competitiva, tal como tantas veces lo ha manifestado su capataz en los Indios de Cleveland, el dominicano Manny Acta.
Cuando niño, era su hermano mayor, Jólber, quien se proyectaba para ser un pelotero de marca mayor en el Béisbol Organizado, por ser más fuerte, de mejor contextura física, con buen brazo, buen perfil como pocos y con clase beisbolera. Pero Orlando jamás se entregó, buscando por todos los medios a su alcance, superar sus aparentes deficiencias físicas, pare encarar, ¡y de qué manera!, lo que era jugar al béisbol.
Jólber llego a las Grandes Ligas, más que todo, como jugador para ser utilizado en varias posiciones y nunca pudo ocupar una regular dentro de las nóminas de las novenas en donde actuó. En cambio, Orlando, desde el mismo momento en que fue ascendido al equipo mayor de los Expos de Montreal, se adueñó sin discusión alguna, de la posición titular, dejando una estela impresionante de grandeza, calidad, continuidad y, por encima de todo, de su talento como muy pocos en esta época.
Del batazo
De recio carácter, pues le dice al pan pan y al vino vino, de pocas palabras y pocos amigos, contados éstos por cierto con los dedos de la mano y ¡cuidado sobran!, Cabrera conectó su inatajable 2.000 en las Grandes Ligas, en aquella parte alta del segundo episodio, frente a una oferta del derecho Freddy García, el venezolano que hace parte de la nómina regular abridora de los Yanquis de Nueva York en esta temporada, aquél domingo 12 de junio de este 2011.
El batazo, quemando los senderos del torpedero del ‘’Yanqui Stadium’’, celosamente custodiado por el capitán de la famosa novena, Derek Jeter, salió disparado contra la esférica para internarse en el bosque izquierdo, después de que la pelota le hiciera una mala jugada, rompiendo la línea que traía y pasando por encima del hombro derecho del astro de los Yanquis, para que la anotación oficial le acreditara el incogible que desde hacía tres o cuatro partidos atrás, estaba esperando el colombiano, tal vez con la ansiedad y el nerviosismo que se siente al estar tan próximo a llegar en los libritos de anotación, a tal número de indiscutibles.
Con más de un siglo de competencia de béisbol en la Gran Carpa, Cabrera secundó al ‘’Niño’’ de Barranquilla, Édgar Rentería, quien hace tres años superó ese registro, al conseguir la marca y convertirse, por ende, en el segundo colombiano en conquistar tal guarismo a la ofensiva, y colocarse entre los 300 mejores de todos los tiempos, a donde han arribado más 20.000 peloteros que han traspasado la barrera de las Grandes Ligas, en tan prolongada competencia.
Héroe por donde se le mire
Jeter no pudo hacer nada frente al batazo, que extrañamente cambió de rumbo en el momento decisivo para ser atrapado, y se fue al terreno del bosque izquierdo, para que sellara de por vida, otra hazaña de un pelotero colombiano en la Gran Carpa, tal valiosa como cualquiera otra, pues cuando se analiza tanto la defensiva como la ofensiva la actuación de los jugadores, en algo tendrá que ver el que el cartagenero haya ganado dos guantes de oro a la defensiva, uno en la Liga Nacional, en el 2001 con los ya desaparecidos Expos de Montreal; y otro, con los Angelinos de California, en el 2007, aquél en la Liga Nacional y este, jugando en la Liga Americana.
Tiene Cabrera además, un anillo de Serie Mundial, cuando en el 2004, llegó a mitad de temporada para reforzar la nómina titular de los Medias Rojas de Boston que, después de más de ocho décadas, conquistó nuevamente la corona de laureles que se disputa en la Cita de Otoño; además de haber sido distinguido como el mejor jugador a la defensiva de los Medias Blancas de Chicago, en la campaña del 2008. Es, sencillamente, un héroe colombiano en las Grandes Ligas por donde se le quiera mirar, por donde se le quiera analizar.
Es quizás un héroe solitario, de esos pocos que no puede hacerlo todo para llevar a su novena a la cúspide de la gloria, pero que, tal como lo hizo con los Medias Rojas, se convierten en la bujía de su club, como efectivamente ocurrió en ese final de temporada del 2004 y de la Serie Mundial de ese mismo año, para darle a la novena de Boston una buena cuota en la conquista de la corona de laureles de la Serie Mundial.
Estadísticas de la hazaña
El pelotero cartagenero tuvo que esperar nada más y nada menos que 7.324 turnos oficiales al bate, participando en 1.913 partidos, para alcanzar la mágica cifra de los 2.000 incogibles, en sus 15 años de pelota organizada, en donde se incluyen 451 batazos de dos esquinas, 32 de tres bases y 120 cuadrangulares, para un promedio de por vida, a esa altura de su participación en las Grandes Ligas, de 273 puntos a la ofensiva.
Tiene Orlando Cabrera otras estadísticas que decretan, sin discusión alguna, la clase de pelotero que es y lo que ha rendido sobre los diamantes de juego en las mayores, con 831 carreras impulsadas; 969 rayitas anotadas; 503 bases por bolas negociadas y 717 ponches recibidos, con 211 bases estafadas.
Defendiendo los uniformes de los Expos de Montreal, con el cual debutó un 3 de septiembre de 1997, en la Liga Nacional; de los Medias Rojas, Angelinos de California, Medias Blancas de Chicago, Atléticos de Oakland y Mellizos de Minnesota, todos éstos de la Liga Americana; y luego, con los Rojos de Cincinnati, en la Nacional, y ahora con los Indios de Cleveland, en la Americana, Cabrera ha demostrado sapiencia, excelentes conocimientos de lo que es el béisbol, jugador completo y entusiasta tanto en la banca como en el campo de juego, que nunca se amilana ante nada y mucho menos, frente los soberbios y encopetados lanzadores de cualquiera de los dos circuitos de las mayores.
Cuando el estacazo de Cabrera elevó su cifra de inatrapables en las Grandes Ligas frente a los Yanquis de Nueva York, el pelotero colombiano pasó a ocupar la casilla 262 entre los peloteros de todos los tiempos en alcanzar la envidiable y difícil cifra de inatajables.
Lo que venga de ahora en adelante para Cabrera, quizás en el comienzo exacto del declive de su carrera como pelotero profesional, será ganancia, y de esa ganancia algo quedará para la posteridad, especialmente en lo que hace falta para que concluya la campaña del 2011, porque tal vez su maravilloso guante, sus desplazamientos a lado y lado del terreno de juego en donde actúa a la defensiva, y sus bates que utiliza cada vez que sale a consumir un turno el cualquiera de los 30 diamantes del Béisbol Organizado, harán parte del recuerdo, de su impronta, de su clase y de su forma de jugar el rey de los deportes.