Ojo con las extorsiones

Son innumerables las iniciativas del nuevo gobierno en escaso un mes de mandato y según anuncios, esta es una muestra de un período que se preparó para el cambio que necesitamos, mientras partidarios de la perpetuidad se dedicaban a consolidarla.

Es tal la cantidad de iniciativas llevadas al Congreso, que el parlamento está, “colgado” y, busca revivir las antiguas prácticas, que tantos réditos dieron a quienes votaron en favor de los intereses del mandato que terminó.

Entre los objetivos de Juan Manuel Santos y su equipo, se encuentra un proyecto del Ministro de Defensa, Rodrigo Rivera, que aplica sanciones a quienes “paguen” las extorsiones que exigen la guerrilla, la delincuencia común, las pandillas y demás grupos que hoy acechan a nuestra gente, a lo largo y ancho del país.
Hay que pensarlo, porque aquí no se aplica aquello de que es tan culpable el que peca por la paga, como el que paga por pecar. En este país, durante ocho años nos embrutecimos con la seguridad democrática y desplegamos todas nuestras fuerzas por los campos y veredas, mientras las ciudades quedaron abandonadas. Ahora podemos ir las fincas de recreo, a muchas regiones por carretera, pero no a las calles. El crimen es moneda corriente y la extorsión reina.

Narro lo acontecido a un amigo periodista, que quiso independizarse. Estableció un pequeño, pero bien estructurado supermercado en el sur de Bogotá. La frescura de las legumbres y la calidad de los productos que ofrecía, hicieron florecer su negocio. Era un hombre feliz. El éxito le imprimía optimismo, porque su negocio crecía en tamaño y clientela. Su familia progresaba en unidad y comodidades.

Todo marchaba sobre rieles, hasta que una soleada tarde capitalina, lo dejó frio cuando recibió un anónimo que le fijaba una suma diaria que debería entregar como “protección”. Él se negó a cumplir las pretensiones del hampa y ahí empezó su calvario. Robos, atracos a los clientes y demás perjuicios, que lo obligaron a cerrar su negocio, luego de una tremenda noche en que fue sitiado. Sus denuncias de nada sirvieron, porque la autoridad pareció hacerse la de la “vista gorda”. Total, este hombre que se negó a cohonestar con la “cultura” de la extorsión, quedó en la calle y hoy tuvo que volver a un empleo modesto en el periodismo. Por ello hay que examinar si en verdad es una iniciativa viable, o si por el contrario debe hacérsele una reingeniería, para que podamos eliminar la extorsión.

Sobre Gabriel Ortiz

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