El formidable pelotero dominicano Manny Ramírez, le dijo adiós al béisbol, en otra de sus inesperadas salidas como deportista, como pelotero y como persona.
Genio y figura hasta la sepultura, dice el refrán popular, algo que cae como anillo al dedo en el caso del formidable pelotero dominicano, Manny Ramírez, un hombre tan controvertido desde los comienzos hasta el inesperado final de su carrera en el béisbol de las Grandes Ligas.
Calificado como uno de los jugadores más valiosos de la Bella Quisqueya, Manny nunca encontró el punto medio para expresar sus querencias, sus amores o desamores, y siempre daba de que hablar, bien con la prensa, con la que nunca tuvo buenas relaciones; bien con sus propios compañeros de equipo, con quienes se enfrentaba en el momento menos pensado en los propios camerinos, desafiando a los puñetazos a quien se le atravesara por el camino; desde los tiempos en que defendía el uniforme de los Indios de Cleveland, en donde comenzó su carrera profesional, hasta cuando los colgó con los Rayas de Tampa.
Ganador de dos anillos de Series Mundiales con los Medias Rojas de Boston, la novena que prolongó su ayunó por más de ocho décadas para conquistar el máximo trofeo de la pelota organizada, Manny nunca dejó de ser lo que siempre mostró en toda su larga permanencia en el Béisbol Organizado, mostrando un carácter difícil, demasiado introvertido pero que explotaba con facilidad cuando las cosas no surgían de la manera que él pensaba, dentro o fuera del campo de juego.
En muchas ocasiones, sus más cercanos amigos intentaron suavizar sus protestas que, en múltiples ocasiones las hizo a voz en cuello, y en muchas de ellas, faltándole el respeto a sus propios compañeros, a los dirigentes que lo manejaban y hasta con los propios jefes inmediatos de las novenas en donde actuó; empero, los aficionados lo seguían con la divisa que jugara, dadas sus condiciones de jugador poderoso a la ofensiva, pero menos importante a la hora de actuar sobre el diamante, cuando en muchas ocasiones se le notó la falta de codicia absoluta parta atrapar un batazo o para hacer de una jugada defensiva, lo más importante para su novena.
Lo estaban siguiendo
Sabía como nadie, que él y otro puñado de destacados peloteros, estaban siendo seguidos muy de cerca, para los efectos de controlar el uso de estimulantes en el béisbol de las mayores y ya había pagado con creces una suspensión de 50 partidos, cuando jugando con los Dodgers de Los Ángeles, le fue notificada una prueba positiva dentro de una campaña regular.
No se había iniciado con todas las de la ley esta temporada del 2011, cuando incurrió por segunda vez en dar positivo en los exámenes de laboratorio, lo cual, sin nada que apelar o a quien recurrir, debía pagar una suspensión de 100 partidos de la campaña, es decir, no tendría escapatoria de la dura sentencia que tendría que afrontar, dejando por fuera la opción de una probable buena temporada con los Rayas de Tampa, novena con la que había firmado en calidad de bateador designado y en donde tenían con él muchas esperanzas para que el club tomara la senada competitiva que ha tenido en los últimos años.
Eso lo sabía de sobra Manny. Pero antes de pagar la irrefutable suspensión, que de por sí lo alejaba de todas las posibilidades de ayuda y esperanzas que tenían en él sus compañeros de equipo, los dirigentes de la novena y la propia afición de Tampa, decidió decirle adiós al béisbol, ese deporte que le dio todo, fama y dinero, que lo catapultó hacia los pilares de los héroes, pero que a nuestro modo de ver, abandonó por la puerta trasera, por donde nunca, jamás, debió pensar en irse de la pelota organizada.
Verdadera lástima
Y nosotros sinceramente, no esperábamos que esa era la puerta que debía escoger el gran Manny, el siempre Manny, el mismo hombre que impuso una forma de ser en todas las novenas en donde actuó, mas por decisiones personales que por condescendencia con el propio juego del béisbol, el que disfrutaba como muy pocos, a la hora de estar sobre los diamantes de juego.
No era esa la puerta que nosotros esperábamos él fuera a cruzar. Si bien ya había cometido una infracción, no podía exponerse a la segunda, conociendo como bien conocía, que la disciplina en la pelota organizada es más estricta de los que parece, y en el caso de los jugadores que han dado positivo, pocas fórmulas de salvación tienen, para no decir exactamente ninguna.
Duele sí, que un hombre de sus cualidades atléticas, cayera en la trampa de utilizar elementos prohibidos para rendir más sobre los campos. Duele decir que se trata de uno de los peloteros latinos más famosos de las últimas décadas, cuyos registros en los libros de anotación, ya serán cosas del pasado, porque tengan la absoluta seguridad, un asterisco negro siempre estará colocado a la margen izquierda de su nombre, lo que nunca le permitirá alcanzar un sitial de honor en el Salón de la Fama, a donde él y muchos de sus seguidores, querían que llegase.
Sus numeritos
Al lado de su nombre, hay muchos otros latinos que por muchas causas tenían aspiraciones de llegar a Cooperstown, pero esa puerta, al contrario de la que usó para despedirse del béisbol, que fue por la de atrás, le quedará cerrada de por vida, como seguramente ya lo saben hombres de la trayectoria de Rafael Palmeiro, Sammy Sosa y Miguel Tejada, únicamente para citar tres destacados latinos, cuyos nombres tampoco tendrán la opción de aspirar como se lo merecen, a un nicho en el Salón de la Fama, por sus actuaciones dentro del béisbol, empañadas por usar estimulantes para mejorar sus condiciones físico-atléticas.
Los 555 cuadrangulares de Manny, lo colocan en la décima tercera posición de todos los tiempos, por encima de inmortales como Mike Schmidt, Mickey Mantle, Jimmie Fox, Ted Williams y Willie McCovey, para apenas citar a reconocidos jonroneros de las Grandes Ligas; y el mejor tercer latino de todos los tiempos en este departamento, por debajo de Sammy Sosa y Alex Ródríguez; y las 1.831 carreras fletadas hasta el plato, lo colocaron dentro de los cinco mejores jugadores latinoamericanos en pasar por la Gran Carpa con ese alto guarismo en rayitas impulsadas; los 2.574 imparables conectados en sus 18 temporadas en las Grandes Ligas, en 8.244 turnos oficiales al bate, para el impresionante promedio ofensivo de por vida de 312 puntos, promedio que le aseguraba sin duda alguna la disputa de un nicho en Cooperstown; sus once participaciones en los Juegos de las Estrellas de la Liga Americana, los nueve bates de plata que conquistó con su descomunal poder al bate, y el haber sido el Jugador Más Valioso de la Serie Mundial del 2004, con los Medias Rojas de Boston, ya están en el cesto de la basura.
La »mannymanía» en Los Ángeles que impuso Manny Ramírez con los Dodgers en sus dos primeras temporadas, emulando al inolvidable mexicano lanzador zurdo, Fernando Valenzuela, debido a su cabellera trenzada y alargada, y a la forma en que se comportaba frente a la afición, bien pronto será olvidada, como bien pronto será olvidado su nombre entre los Cronistas del Béisbol de los Estados Unidos, a la hora de sentarse a votar para seleccionar a los nuevos integrantes del Salón de la Fama en los años venideros.