Por: Juan Vitta Castro
Hice una pequeña encuesta, en vísperas de un viaje de turismo a Tunja, para ver cuántos de mis amigos y conocidos habían estado en la capital Boyacense para ver y admirar los tesoros coloniales que guarda en sus iglesias y conventos.
Me parecía poco diplomático arrancar preguntando de entrada si habían estado o no de paseo por esos lares así que resolví comenzar preguntando si habían estado en Miami, en Madrid y en Nueva York, como primeras instancias y luego si conocían Cartagena, Cali y Barranquilla. Los resultados fueron sorprendentes. Del grupo de veinticinco personas, todas más o menos del mismo estrato social y cultural, aunque con diferencias en cuanto al factor económico, el resultado fue así: en Miami habían estado 22 de los 25; en Nueva York 19;en Madrid 19; en Cartagena 17; en Cali 13, en Barranquilla 11 y en Tunja, situada a dos horas por carretera de Bogotá, tan sólo 4.Algunos admitían haber “pasado por allí” pero sin entrar propiamente a la ciudad.
De verdad que el resultado me dejó un poco desconcertado. O más bien: muy desconcertado porque presumía, no sé por qué razones, que Tunja era una ciudad que más o menos todos los que vivimos en Bogotá debíamos haber visitado por lo menos una vez en la vida. Presumía igualmente que era de público conocimiento la enorme riqueza histórica y cultural de la capital de los Boyacenses y que los bogotanos, que presumimos de ser la Atenas suramericana o por lo menos la colombiana, nos interesábamos por ese tipo de viajes, tan fáciles por demás, para conocer nuestra historia y nuestros tesoros artísticos. La decepción fue grande.
Tunja, mal que bien, ha logrado conservar muchos de sus tesoros coloniales especialmente en el campo religioso a pesar de la manía demoledora y reconstructora de clérigos y gobernantes.
Los daños mayores ya se hicieron. La Plaza de Bolívar, que era de una notable belleza y armonía arquitectónica, apenas conserva dos de sus costados. En los otros dos, “respetables” entidades estatales “construyeron” sus edificios. Todos entendemos que sin obras no hay contratos y sin contratos no hay “lo que sabemos”, así que todo eso tiene una explicación de carácter práctico y económico, pero no deja de ser doloroso.
Entre los monumentos religiosos la cosa ha sido un poco mejor, aunque no del todo pues la Catedral, la Iglesia de San Ignacio y algunas otras, han sufrido intervenciones que, en algunos casos, se han hecho para conservarlas de los efectos del tiempo y la humedad. Sin embargo las pérdidas, en esplendor, autenticidad y riqueza, han sido considerables.
La Catedral de Tunja alberga tesoros tanto en pintura como en escultura. Tan sólo la contemplación del Expositorio , atribuido a Caballero, que se encuentra en una de las capillas laterales de lado derecho, es algo inolvidable. La majestuosidad del conjunto , la finura de la talla y la perfección de los contornos de este monumento son , de verdad inigualables.
Me precio de conocer casi todos los templos coloniales de este país y quiero asegurarles que no hay ninguna otra pieza de esta misma clase que pueda compararse con la de Tunja.
El retablo del altar mayor , también es notable por su riqueza pero la capilla de los Mancipes, o mejor dicho: lo que queda de ella, es el segundo de los tesoros catedralicios. Los cuadros del italiano Angelino Medoro: “La Oración en el Huerto de los Olivos” y “ El descendimiento de la Cruz” son dos piezas de indudable valor y las tallas religiosas y el precioso artesonado del techo, son de una belleza impactante aunque sean de difícil contemplación pues las rejas con vidrios que se han colocado al frente dificultan la vista y la falta de luz, sumada a la distancia, desde la cual se puede ver, terminan por complicar las cosas para el turista.
De la arquitectura de la catedral y de su estado de conservación, mejor no hablemos. Dejemos asi las cosas y nos conformamos con que por lo menos exista.
Las casas del fundador de la ciudad, Don Gonzalo Suarez Rendón y del Escribano, Don Juan de Vargas están en mucho mejores condiciones de conservación. Las plantas originales se conservan con bastante fidelidad y los murales de sus techos, absolutamente extraordinarios, incomparables y únicos, están en muy buenas condiciones.
Hay que resaltar en ellos la belleza del colorido ; lo interesante de las composiciones y la extraña temática zoomorfa que los conforman y, por supuesto, agradecer al tiempo y tal vez al clima, por haber llegado hasta nosotros.
Este uso de los murales en la techumbre y en las paredes de las grandes casas solariegas son una buena muestra de la importancia y la riqueza de sus habitantes y hasta de su nivel cultural. En Tunja es posible encontrarlos en muchas de las grandes casas de la época colonial y luego de una detenida observación hay que conceder que allí se construyeron residencias de mucho más valor material, artístico y monumental de las construidas en la capital de Virreinato.
Caminando a lo largo – y a lo alto- de las calles tunjanas, me voy a visitar el antiquísimo convento de Santa Clara la Real, hogar que fue de una de las glorias de nuestra literatura : la madre Sor Francisca Josefa de la Concepción del Castillo y Guevara, importantísima poetisa e intelectual quien fuera comparada, nada menos que por Don Marcelino Menéndez y Pelayo, con Santa Teresa de Jesús.
Tanto la celda en la cual escribió sus “Afectos Espirituales” y su propia biografía y donde se dedicaba a la lectura en latín de las sagradas escrituras , como la estrecha habitación donde pasó sus noches, se conservan tal como fueron durante el Siglo XVIII.
Este convento, que fue el primero de monjas de clausura construido en el territorio del Virreinato de la Nueva Granada, se conserva, por fortuna, en un excelente estado.
Del contenido de la Capilla hay que destacar en primer término la belleza de la confección de su arco toral. Luego, vale la pena ver con detenimiento el retablo del altar mayor que, según los especialistas, está estrechamente emparentado con las maravillas escultóricas de la Capilla de la Virgen del Rosario, que se encuentra en la Iglesia de Santo Domingo. Pero desde luego que es el techo del presbiterio la verdadera joya de esta capilla maravillosa. En él se destacan seis cabezas de serafines rodeados por tres pares de alas doradas y el sol enorme que se encuentra en el medio y que pareciera iluminar todo el conjunto.
Remontando de nuevo las calles de la ciudad llego hasta la Iglesia de Santo Domingo construida, tal como se halla en nuestros días, hacia fines del Siglo XVI y que se conserva en un estado bastante aceptable hasta nuestros días.
Esta verdadera joya de la arquitectura barroca hispanoamericana es como un arca del tesoro tunjano en materia de arte religioso.
Varias cosas llaman la atención al ingresar al templo. En primer lugar la belleza del arco toral que es, además, una excelente muestra del mestizaje cultural que se produjo en estas tierras pues muchos de quienes hicieron de talladores eran indígenas de la nación muisca. El retablo del Altar Mayor no es el mejor de la ciudad pero no deja de tener su detalles interesantes y, desde luego, que el punto donde se concentra la atención es en el Expositorio pues es una pieza de gran calidad que de acuerdo a los expertos , está emparentada con el de la Catedral en cuanto a belleza y perfección al punto que aseguran proviene de manos del mismo tallador.
El momento cumbre de la visita a Santo Domingo es la visión de la Capilla del Rosario, donde la imagen tallada de la Virgen se supone es la más antigua de la ciudad. Allí el derroche exquisito del altorrelieve convierte a esta Capilla en algo único dentro de todo el arte religioso elaborado durante el periodo colonial en el virreinato de la Nueva Granada. Es un verdadero Museo del barroco y , si no se pone
uno muy exigente y textual, puede admitir que es válida la comparación que se hace entre este monumento y la Capilla Sixtina, que es el orgullo del Vaticano, pues, de verdad, estamos ante una obra de tal magnitud que puede representarnos ante el mundo. Aquí también es posible admirar y valorar el aporte indígena en la decoración de los retablos.
La Iglesia de San Ignacio, o de la Compañía, fue construida a inicios del siglo XVII y desde entonces ha tenido varias intervenciones, algunas recientes. Sin embargo su aspecto es satisfactorio así se hayan modificado algunas de sus partes originales. En este templo hay que admirar la monumentalidad del Altar Mayor en su conjunto el cual guarda una semejanza con el templo bogotano del mismo nombre que también pertenece a la Compañía de Jesús. Vale la pena admirar la imaginería en madera de sus altares.
En materia de tesoros la lista tunjana es larga pues hay que visitar todavía la Iglesia de San Francisco, muy emparentada en su parte arquitectónica con la de San Francisco de Quito; La iglesia de Santa Bárbara donde hay que admirar las prendas religiosas utilizadas para el culto entre las cuales ,según dicen, hay un ornamento que fue bordado por las manos mismas de la desgraciada hija de la Reina Isabel la Católica, Doña Juana la Loca, quien fuera la madre del Emperador Carlos V; la Capilla de San Laureano con su venerada imagen de San Bartolomé; el Santuario de San Lázaro, en la cima de la” loma de los ahorcados”, erigido luego de una epidemia de peste el cual, a pesar de su tamaño y de las modificaciones, guarda un arco toral que vale la pena ser visto: el Convento de San Agustín con su bellísimo claustro y así podríamos seguir enumerando largamente los tesoros escondidos de la capital boyacense entre los cuales todavía nos hace falta enumerar algunas de las muchas casonas coloniales que encontramos recorriendo las calles del Centro Histórico y los alrededores de la ciudad
Vale la pena el viaje a Tunja. Quien la visita va de sorpresa en sorpresa. Es una ciudad amable, llena de Historia, habitada por gentes cordiales donde se pueden pasar momentos muy agradables y está realmente muy cerca de Bogotá. Un fin de semana allí va a dejarnos muy gratos recuerdos porque , además, se pueden comprar artesanías a precios muy ventajosos y disfrutar de la gastronomía local dentro de la cual está el muy famoso Cocido Boyacense, que es un plato de origen precolombino que ha llegado hasta nosotros, sin descartar la Mazamorra Chiquita y el Cuchuco.
En fin, Tunja bien vale el viaje.
No habia leido una guia tan bien documentada de la visita a Tunja..mil gracias. !