Cada vez que se celebra el día del maestro, mis añoranzas retroceden en el tiempo para revivir los inolvidables pasajes del bachillerato. Me tocó una de las buenas épocas del Liceo Celedón, el histórico colegio de Santa Marta, de leyenda en el país, aunque hoy parece vivir otra realidad. Recuerdo que cuando fui a matricularme, ya crecido, el profesor Alfredo Almenarez Barros, antes de hacer el registro, me dijo que estaba como grande para apenas comenzar la secundaria. Le dije, medio sonrojado, ni modo, así son las cosas. A veces solo llegamos cuando se puede. Me tocó aguantarme entonces su mirada inquisidora pero al mismo tiempo generosa. Después lo conocí, recibí sus lecciones y supe lo noble que era. Me brindó su amistad.
Creo que fue una experiencia saludable la que viví en esas acogedoras aulas. El Liceo, entonces, era uno de los preferidos del ministerio. Gozaba de los servicios de un talentoso grupo de profesores, en su mayoría egresados de la Pedagógica de Tunja, formidables en sus cátedras y grandes seres humanos. Algunos se fueron después a seguir su carrera de enseñanza en las esferas universitarias.
No quiero cometer injusticias de flaca memoria –a estas alturas, como dice el doctor Oscar Alarcón Núñez, uno no retiene sino líquidos, pero algunos de aquellos señores del intelecto me dejaron marcado. Lo triste e irremediable es que son pocos los que todavía nos acompañan. Se adelantaron temprano en el viaje eterno. La ley inexorable de la vida.
En fila de primera clase estaban, además del canoso e insigne rector Almenarez, piloto de la nave liceísta, maestros ejemplares como Gerardo Pombo, hoy residente en Barranquilla; Augusto López (vive en Estados Unidos), Ramón Mena (todavía en la brega), y los ya fallecidos Agustín Iguarán, Dagoberto Acosta, Hernando Herrera, Julio Pinedo, Sebastián “Chan” Jiménez, Esteban Puello, Edison Salazar y Eliseo Arango, hasta dónde “el alemán” me lo permite. Había otros, sin duda, porque el Liceo se daba el lujo de poseer un plantel docente excepcional.
Cada uno era un personaje en su ramo e imponía su estilo. Desde la historia hasta la física, las matemáticas, la geografía, los idiomas, la química, la música y demás ciencias del saber humano, todo lo convertían en deleite. A ellos, a los que menciono y a los que la memoria omite, el homenaje cariñoso y leal. Están entre mis personajes favoritos.