Por Juan Restrepo
Una característica fundamental de los políticos es decir justamente lo contrario de lo que piensan. Lo veo en estos días con las declaraciones de Vladimir Putin en relación con el referéndum de independencia de Cataluña. En unas declaraciones hechas públicas después de los acontecimientos del pasado 1 de octubre, el presidente ruso dijo mostrarse “muy preocupado” y añadió que “claro, es un asunto interno del reino de España. Esperamos que se consiga superar la crisis”.
Mentira, está feliz, pero obviamente no lo puede decir. Quienes seguimos con especial atención lo que pasaba con aquella consulta fraudulenta, vimos cómo el aparato estatal de Rusia estaba dedicado a hacer horas extras al servicio del independentismo catalán.
Tanto Vladimir Putin como Donald Trump (otro que también tiene que morderse la lengua para no decir lo que piensa en este sentido) son dos señores a los que les viene muy bien las dificultades que pueda tener Europa. Concretamente en el caso de Putin el referéndum catalán es un medio para calificar de fracaso el proyecto europeo y, por extensión todos los proyectos occidentales.
El nuevo zar en Moscú se frota las manos viendo cómo en el sur de Europa hay quien quiere hacer una réplica de la desastrosa independencia de Kosovo en la antigua Yugoslavia. Que es lo que pretenden Carles Puigdemont y los independentistas catalanes.
Aunque considerado históricamente como la cuna del pueblo serbio, Kosovo tiene en la actualidad una población mayoritaria de origen albanés que promovió en 2008, con el apoyo de Estados Unidos, una declaración no consensuada de independencia respecto a Serbia, cosa que en Rusia aun duele.
Entre rusos y serbios hay unos lazos de amor que se remontan al siglo XVIII cuando varios rusos con vínculos en el gobierno y la corte del zar se asentaron en los Balcanes europeos. Científicos y activistas rusos que fueron a vivir a lo que luego se conocería como Yugoslavia, mantuvieron estrechos lazos con su país de origen, promoviendo el interés hacia Rusia, hacia su vida cultural, su lengua y su literatura.
La declaración de independencia por parte del Parlamento de la provincia serbia de Kosovo, el 17 de febrero de 2008, con el nombre de República de Kosovo fue el último episodio del proceso de desintegración de la antigua Yugoslavia, tras la secesión de Eslovenia, Croacia, Bosnia, Macedonia y Montenegro.
La comunidad internacional, que abogaba por la progresiva independencia de este territorio pero a través de un acuerdo con Serbia, quedó dividida entre los países que reconocieron el nuevo estado, como en el caso de Estados Unidos, el Reino Unido y Francia; y los que, como Serbia, Rusia, España, Grecia y China, la rechazaron totalmente.
No es de extrañar, pues, el titular de esta semana en el diario Pravda de Moscú: “Cataluña pagará la independencia de Kosovo”. Todo lo que está ocurriendo en esa provincia al nororiente de España tiene feliz a Vladimir Putin. Y tampoco es de extrañar la ayuda de los hackers rusos a la web de los independentistas. Muy extraño sería que el gobierno de Moscú lo ignorase.
Para el Gobierno catalán era crucial aparentar que tenía un censo para su referendo del 1 de octubre. Así que después de que la justicia española impidió la logística de la votación, los independentistas recibieron apoyo de los hackers rusos para mantener viva una web con la relación de los puntos donde votar. De esta forma Rusia estaba devolviendo a Occidente el favor de la independencia de Kosovo.
La desintegración de Yugoslavia no fue precisamente el episodio más pacífico que haya vivido Europa, entre otras cosas por las dosis de odio e irracionalidad de las comunidades que allí se enfrentaron.
El referéndum de Cataluña, además de ilegal por ir contra la Constitución española, se celebró en condiciones que no permiten saber de verdad cuántos catalanes se quieren separar de España. Pero son muchos y cargados de odio hacia todo lo español, un odio alimentado por el nacionalismo durante treinta años con un sistema educativo en manos de maestros doctrinarios y fanáticos y una televisión pública sectaria y manipuladora.
Sólo cabe esperar que en este disparate que se veía venir hace años, no aparezcan las armas como en Yugoslavia.