A lo largo de su vida ha escrito veintiún libros, varios de los cuales han sido traducidos, incluso, al japonés. En todos se identifica su estilo muy particular donde los protagonistas de las historias son los narradores, lo que no deja lugar a dudas de la dura realidad que siempre refleja en sus temas. Con su programa de televisión Enviado Especial , llevo sus cámaras a donde nunca antes había ido otro medio, y además de ser un periodista integral, e integro, hay que considerarlo el padre de la crónica en todos sus expresiones: televisión, radio, prensa y libros.
Si Germán Castro Caycedo quisiera contar las aventuras y las anécdotas que ha vivido a lo largo de sus muchos años de trabajo periodístico, seguramente tendría que escribir un libro tan largo como «Perdido en el Amazonas», tan emocionante como «El Karína», «El hueco» o «Mi alma se la dejo al diablo» , tan triste y descarnado como «Colombia amarga o tan tenso como «Objetivo 4”.
Por su trabajo a nivel nacional ha recibido más de catorce premios y muchos más a nivel internacional entre ellos el Premio Planeta y el Mergenthaler en Alemania, los más im portantes a nivel mundial; en contraste con esto, la más importante agremiación de periodistas en Colombia, el Círculo de peridotitas CPB, nunca le ha entregado un reconocimiento, que hoy declaramos en mora.
Para escribir cada uno de sus libro y crónicas ha tenido que recorrer el país y el mundo de «cabo a rabo», dormir en plena selva, consumir comidas exóticas y llegar, por medios rudimentarios, a los lugares más inhóspitos de sitios muy remotos en las selvas del amazonas.
Perdido en el Amazonas.
Fue y es, un enamorado de la selva y todo lo que tiene que ver con ella le atrae. Por eso, al otro día de leer en La República, que Julián Gil (protagonista de «Perdido en el Amazonas»), desapareció en la selva, después de hacer contacto con una tribu desconocida, Germán se fue para Leticia y consiguió que una patrulla de infantería de marina saliera a buscarlo. Llegar a la maloca donde se suponía que estaba la tribu, les llevó diecisiete días días, desafortunadamente la maloca estaba abandonada. Fue esta la única vez que Castro Caicedo desafió la selva sin más compañía que la del baquiano Alejandro Huitoto, al que conoció en Igara Paraná (al borde del río Putumayo), y a quien describe en el «Cachalandrán» como un hombre pequeño, de brazo fuerte con manos de acero y pie ligero.
«Cuando viajaba al Amazonas, Alejandro era mi mano derecha. Sin él no daba ni un paso, porque la selva es tan traicionera que si uno se aleja más de diez metros corre el riesgo de perderse.
Con Alejandro llegamos a realizar viajes de treinta y pico de días, llevando únicamente una hamaca, un mosquitero, un anzuelo y un machete. Durmiendo muchas veces cuando llovía en la pata de una mamba (un árbol que con sus grandes es raíces los protegía de la lluvia y las culebras). Navegando por los ríos en pequeñas canoas construidas con la corteza de un árbol, y alimentándonos de almendras de palma, de pescado y de un animalito que llaman hormiga, una especie de insecto que se atrapa cuando vuela y se chupa quitándole el caparazón. También he tenido que comer gusano mojojoy, que es como una chisa (culebra boa que sabe igual al bagre), y sopa de comején, que por su sabor es un auténtico bocado de dioses”.
Considera que el periodismo actual le volvió un poco la espalda al país, porque los reporteros no salen a convivir con los problemas y a buscar el porqué de cada cosa, ya que se quedan escribiendo desde los escritorios, por eso cuando se produjo en Colombia el movimiento hippie de los años 60’s, los periodistas escribían desde los escritorios, y buscaban saber cómo pensaban y vivían estos jóvenes. Entonces, contraté un bus, lo llene de hippies y me fui para La Miel (Tolima), donde conviví cuatro días con ellos. Todo esto para demostrar en una crónica que hice, que el hippismo en Colombia, no fue más que copia sin fundamento del movimiento que existió en otras partes del mundo”
Sus travesías por la selva lo llevaron a mambiar coca que consiste en tener constantemente en la boca unas bolitas que se elaboran con polvo de hojas tostadas de coca y yarumo. “Eso es algo muy normal, porque al meterse uno en la selva, durante largo tiempo tiene que hacerlo, ya que mambiando se evita el cansancio, se relajan los músculos y se controla el hambre. Alejandro me enseñó a hacerlo. Esto no produce ningún malestar, lo único es que mantiene la boca permanentemente de color verde».
Los sustos nunca podían faltar
Germán considera que es una persona con suerte, porque a pesar de lo que ha recorrido y de los sitios recónditos donde ha estado, no ha tenido consecuencias que lamentar, o mejor sí, una que sufrió cuando en 1991, en una aldea siberiana llamada Muiscámenni, a donde llegó para recopilar datos para terminar de escribir su libro “Candelaria”. Tuvo una caída que por poco le cuesta la vida. Estaba a quinientos cuarenta kilómetros del Círculo Polar Ártico, resbaló en el hielo y se fracturó la base del cráneo. En medio de enormes dificultades fue auxiliado y llevado a la clínica Bodkina de Moscú donde estuvo un mes interno. A raíz del accidente perdió el gusto y el olfato.
«Los sustos han sido grandes. El primero, cuando me secuestró el M-19 por primera vez. En esa época, unos lecheros me habían amenazado porque denuncié en televisión la contaminación de la leche y la muerte de unos niños. Cuando me tomaron, al salir de una tienda donde había comprado unos cigarrillos, creí que eran ellos cumpliendo sus amenazas, pero resultó ser el grupo guerrillero. El otro, fue cuando el ELN me entregó al hermano del presidente Belisario Betancur y a los dos nos soltaron en el barrio Castilla. Esa madrugada pensé que el Ejército o los mismos guerrilleros nos mataban para culparse mutuamente».
Al viajar en pequeñas embarcaciones por caudalosos ríos, también se corre peligro, y en una ocasión no sólo se tragó un gran susto, sino también mucha agua, porque la pequeña lancha en que viajaba a buscar los restos de un avión que se había estrellado en la selva, se volcó y estuvo luchando contra los rápidos y la corriente durante quince minutos, «Que me parecieron una eternidad».
Y como los aviones que vuelan sobre las selvas del Amazonas, no son los más modernos y mucho menos los mejor mantenidos en Colombia, ha tenido dos accidentes en ellos. El segundo fue cuando uno de esos «pajarracos» cayó de cabeza en una zanja, después de amortiguar la caída en las copas de los árboles. «Pero en el primer si creí que no viviría para contar el cuento… Yo trabajaba en el periódico El Tiempo e iba para la costa. A los pocos minutos de despegar del aeropuerto, al avión le falló uno de los motores. El piloto intentó aterrizar de emergencia pero no encontró ningún lugar, ya que la Sabana de Bogotá está llena de árboles y corríamos el riesgo de tocar tierra y chocar con ellos. Cuando por fin el avión pudo aterrizar de barriga, en medio de una nube de pasto que se levantó por el golpe, el aparato avanzó sin control hacia una cerca con postes de piedra contra la que nos hubiéramos estrellado si no se detiene a cinco metros de distancia. El susto no terminó allí, porque la puerta no abría y corríamos el riesgo de que el avión explotara. Cuando la hicimos ceder a patadas, sentí que nacía por segunda vez».
Pero para Germán estas cosas han sido una escuela de prudencia. Actualmente, el único sitio que no conoce de Colombia es Providencia. «Cuando se me presentó la oportunidad de ir, hace varios años, debía volar en un DC3 de la FAC, y con todo el respeto que me merece esa entidad, al ver las condiciones en que estaba el avión no me atreví a subir».
Personajes que no hablaron o que aparecieron después de publicado el libro.
Para Germán la paciencia ha sido su mejor aliada; para realizar una investigación como la de «Mi alma se la dejo diablo», tuvo que invertir siete años de trabajo de los cuales la mitad se pasaron esperando a que el juzgado levantara la reserva del sumario de la investigación que se había seguido por la muerte del protagonista. El resto del tiempo lo invirtió en la búsqueda de los antropólogos austriacos que hacían parte de la historia, y de otros testigos.
«Muchos personajes sólo aparecen cuando el libro está terminado y otros se niegan a hablar. Entre los que han aparecido tarde están: Vicente Quintero, quien con su relato hubiera hecho la historia de “Mi alma se la dejo al diablo” tres veces más interesante, porque tenía la respuesta a muchos interrogantes que quedaron escritos. Lo mismo me ocurrió ‘Karina’, que después de publicado conocí a un capitán contra-guerrillero que me contó cosas vitales para la historia que también quedaron por fuera. Entre los que nunca quisieron hablar están el piloto del avión de Aerocóndor que aterrizó con las armas que la guerrilla traía en el Karina, en el río Orteguaza y los soldados del ejército que viajaban en el buque de la Armada ”Sebastián de Belalcázar”, encargado de perseguir al «Karina», porque el general Uribe, su comandante, no lo permitió.
Entre los que nunca encontré esta Inés, una mujer que salió viva del rancho donde murió el personaje principal de “Mi alma se la dejo al diablo» y Julián Gil, que sigue perdido en el Amazonas.
Señores Ver Bien buenos días:
A propósito de su articulo sobre German Castro Caicedo, al cual «admiraba mucho», me gustaría que publicaran, analizaran y criticaran unas declaraciones que el señor Castro dio esta mañana en radio sobre las corridas de toros, realmente nunca creí que el Señor Castro fuera un defensor de esta barbarie, realmente me desilusiono escucharlo.
Cordial saludo
Gustavo Bohórquez