“Él se robó el trompo”, decía un pelafustán, para no responder por su “matoneo”.
Apareció el libro “El caso Klein”de Olga Behar y su hija Carolina Ardila, con reveladores testimonios del controvertido Yair Klein, quien narra sus acciones en Colombia en la década de los ochenta, cuando fue contratado para entrenar a los paramilitares en el Magdalena Medio. Olga es una de las más serias periodistas de nuestro país y sus investigaciones van siempre al fondo. Klein, es un mercenario que se pasea por el mundo prestando sus servicios a quienes montan grupos de delincuentes para despojar de bienes y tierras a indefensos campesinos.
El delincuente israelí, trajo a colación una denuncia: fue contratado por un hacendado que después fue presidente. No mencionó nombre alguno, pero el ex presidente Uribe se dio por aludido y las emprendió contra Olga Behar y contra Klein, no sin antes dejar en el ambiente, la ingrata sensación de que el Presidente Santos podría estar involucrado en turbios negocios que podrían ser determinantes de la no extradición del mercenario.
No explicó nada de lo suyo, pero denunció el robó el trompo.
El ex presidente sufre de una aguda “cargaditis” de tigre contra todo el que se aparte de las loas y alabanzas, a las que lo han acostumbrado sus áulicos.
El ex embajador Gabriel Silva tuvo la intrepidez y el arrojo, de ventilar públicamente las dos máscaras del ex mandatario, y por ello, le han llovido rayos y centellas. Se convirtió sin fórmula de juicio en un “burócrata apelmazado”, en un “oportunista de cuello blanco” y lo que va más allá: en un “inútil”. Silva nos mostró dos Uribes: el aceptable por lo que hizo cumpliendo con su deber y, el politiquero, que “está dispuesto a acomodar la verdad para recuperar el poder”.
En realidad, al ex presidente no se le avizora, por ninguna parte, la estatura de un estadista que aconseje u oriente, sino la de un endemoniado valentón de cuadrilátero.
En su última aparición se fue con todo, contra todos. Acusó por doquier, dejando en el ambiente acusaciones temerarias, buscando al que se robó el trompo, para no tener que responder por sus actos.
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