Por: Antonio A. Herrera-Vaillant
Lo que pomposamente llaman «revolución» no cuenta con un instante de heroicidad en toda su sórdida trayectoria. Nació cobarde y morirá cobarde.
Partió de oficiales que violando juramentos reptaron entre sombras de cuarteles, forjando una logia que profanó el ideario del Libertador, importó teorías Nazis del antisemita Ceresole, y cortejó al viejo General Pérez Jiménez.
Debutó entre gallos y medianoche, con ataque traicionero y agenda de muerte. Ante la menor resistencia se rindió, protegida por larvas sembradas en el alto mando que colaboraron en promover un líder.
Trocaron el disfraz. En Venezuela recogieron desperdicios del fracasado comunismo y en Cuba obtuvieron el tenebroso respaldo de la dictadura más sádica del continente americano.
Con dos caras – una que pedía freír cabezas de adversarios en aceite hirviendo y otra de mansa paloma – lograron una victoria electoral con el descontento de quienes días antes apostaban a una reina de belleza por apenas manifestar una frustración democrática.
Con el poder y sus resortes en sus manos agigantaron la imagen de un exhibicionista de impresionantes dotes histriónicas y comunicacionales, que hipnotizó a quienes viven del día a día, sin horizontes, irresponsablemente brindando limosnas y expectativas que encubrían un megalómano culto a la personalidad.
En un primer choque abierto con militares institucionales se esfumaron sin resistencia: «lo cual aceptó«. Se escondían o buscaban asilo en Cuba mientras les reponían los mismos que les quitaron, y luego reaparecieron por los albañales de Miraflores.
Armaron bandas de criminales para atacar a opositores y coaccionar a la sociedad civil: La misma farisaica táctica de Hitler y sus Camisas Negras y de Fidel Castro con las Brigadas de Respuesta Rápida. Por eso no reprimen al hampa, porque dentro de ella están sus tropas de choque.
En permanente huída hacia adelante despilfarraron más de Un Millón de Millones de Dólares en dádivas, compras de conciencias, corruptelas y malversación. En medio de un saqueo sin precedentes en la historia venezolana, crearon una casta de burdos nuevos ricos exhibicionistas y de incomparable arrogancia, similares a los narco-mafiosos colombianos en agresividad y mal gusto.
Ahora todo les hace crisis. Y la bestia herida – sin caudillo y en debacle económica – responde del único modo que sabe un esbirro: Con zarpazos de cobardía, crueldad, traición y falsedad. Pero más allá de las balandronadas de un manganzón de barrio o de un tarugo cuartelero se percibe que el final del episodio será tan cobarde como su inicio.