Razón tenía el inolvidable Casey Stengel, cuando desde los años 60, anunciaba que el béisbol de las Grandes Ligas sería, a corto plazo, “una forma gigante y diversa” del deporte profesional.
No estaba del todo superado el problema racial, pese a que desde el 15 de abril de 1947, irrumpió en la escena de la Gran Carpa el formidable Jackie Robinson, cuando ya estaban apareciendo movimientos que reivindicaran la práctica del béisbol al nivel de la crema y nata, como una verdadera forma laboral y deportiva, para irlo perfilando como una poderosa industria.
El Sindicato de Peloteros apenas despuntaba como una organización que protegiera los derechos de los jugadores. No existía la Agencia Libre en la contratación. Tampoco el Bateador Designado, norma que acogió la Liga Americana, mas no la Liga Nacional.
En fin, en la década de los años 50 y los 60, el béisbol de las Grandes Ligas se desarrollaba bajo la mirada y el control, casi que con mano dictatorial, por los propietarios de las novenas que, sin darse cuenta, se estaba rompiendo, lenta pero a paso seguro, la capa que dividía el poder omnímodo de los dueños y la contratación de los peloteros.
En su libro autobiográfico, Reggie Jackson, “Convirtiéndome en el Señor Octubre”, escrito por Kevin Baker, el inmortal del béisbol, con raíces boricuas por el lados de su señora madre, comenta que “todo eso empezó a cambiar cuando la Asociación de Jugadores de las Grandes Ligas contrató a Marvin Miller como su director ejecutivo, justo antes de que yo llegara a las Mayores”.
“Por primera vez en la historia del juego —explica Reggie —, pudimos llevar la disputa sobre los contratos a una instancia independiente. El Sindicato de los jugadores estaba cambiando las cosas para beneficio de los beisbolistas”.
Lo que vino
Las Grandes Ligas se proyectaron sideralmente porque el entusiasmo por el juego se fue incrementando de manera inusitada, y la asistencia de los aficionados a los estadios crecía día a día, y con la aparición de las transmisiones de la televisión, obviamente, primero en blanco y negro, y más adelante, a color, los ingresos de los equipos empezaron a tomar cuerpo económico suficiente para que, como las había presagiado Stengel, llegara la modernización del béisbol.
El promedio anual de los contratos en las Grandes Ligas, por esos años de los 70, apenas rozaba la suma de 45 mil dólares. Pero todo cambió, cuando el árbitro, Peter Seitz, falló sobre los contratos de los jugadores Andy Messersmith, y nada más y nada menos que de la estrella de las serpentinas, Dave McNally, quien sentenció que los contratos de ambos habían expirado con sus novenas, y que por lo tanto, se convertían en agentes libres, los primeros en la historia de la Gran Carpa, y eran elegibles para firmar con el equipo que les hiciera la mejor oferta.
La decisión no gustó entre los propietarios y el caso llegó a la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, que finalmente, en 1975, falló en favor de los peloteros y, desde luego, del Sindicato; pero antes, Curt Flood, quien desafió la cláusula de reserva, pago con creces su rebeldía, y nunca, como lo relata Reggie “recibió el apoyo de nosotros, los beisbolistas, su propia fraternidad”.
Proféticas palabras
“El béisbol de las Grandes Ligas será, a corto plazo, una forma gigante y diversa del deporte profesional para esta populosa Nación’’, dijo Casey Stengel, luego de dejar a los Yanquis y forjar a la nueva divisa de Nueva York, los Mets, aquella sorpresiva novena que ha dado de qué hablar desde los años 60.
Las proféticas palabras de Casey se estaban convirtiendo en realidad, pero nadie se daba cuenta. Stengel salió de los Yanquis de Nueva York como capataz de la afamada, poderosa y aguerrida novena, cuando perdió aquella Serie Mundial de 1960, frente a los Piratas de Pittsburgh, con el cuadrangular de Bill Mazeroski que se la sacó del parque a Ralph Terry, quien en ese momento no era el indicado para cerrar el juego, según los críticos de la época, sino el boricua Luis “Tite” Arroyo, su “apaga-fuegos” regular.
¿Se equivocó Stengel en ese momento del juego en esa dramática final de la Serie Mundial de 1960?
Quizás sí, pero nadie puede sentirse seguro, sin saber qué estaba pensando en ese momento el gran estratega de los “Mulos”. Pero así es el béisbol.
25 años más tarde
Joe Torre recordaba años más tarde con sincera nostalgia, otro inmortal del juego, lo que le ocurrió en el Clásico de Otoño de 2001, cuando un corto batazo del latinoamericano Luis González sobre una oferta del más grande taponero de la historia de las Grandes Ligas, el panameño Mariano Rivera, estando el campo interior de los Yanquis jugando a mitad de camino, intentando detener la anotación que le diera la victoria al equipo de casa, pegó el imparable que le permitió a los Cascabeles de Arizona ganar la corona aquél 4 de noviembre de ese año.
Claro, Joe Torre no se fue de los Yanquis por la derrota ante los Cascabeles en el último juego en Arizona, porque perdió con su brazo “apaga-fuegos” sin discusión alguna, y un indiscutible se lo da cualquier jugador de las Grandes Ligas a cualquier lanzador de la Gran Carpa. Si no, pregúntenle al lanzador dominicano, Bartolo Colón, cuando despachó su primero y único cuadrangular en las Mayores, con un compañero en la ruta, frente al derecho Kevin Plawecki, de los Padres de San Diego, en mayo de 2016.
25 años más tarde, los dividendos y las ganancias en el juego, se habían disparado en tal magnitud, que cuando en los años 75 en adelante, se empezaba a distribuir menos de 40 millones de dólares de las utilidades, en el 2001 la cifra fue de 169 millones de dólares, y para el 2008 la suma de la distribución fue de 408 millones de dólares de la temporada.
Los megacontratos
La modernización del béisbol de las Grandes Ligas forjó lo que hoy se conoce como la gran industria del juego, incluyendo los megacontratos entre los mejores jugadores de la disciplina, que se multiplicaron con grandes sumas después de que la agencia libre, desde los años 75, fue el patrón de la oferta y la demanda.
El primer gran contrato que rompió muchas barreras, fue el del lanzador zurdo Mike Hampton, con los Rockies de Colorado, quien firmó por 8 años y 121 millones de dólares. Fue la noticia sobre la agonía del año 2000.
Pero luego llegó el multimillonario acuerdo entre los Vigilantes de Texas y Alex Rodríguez, por 252 millones de dólares y 10 años, empezando el año 2001; y luego otro, al ser transferido en el 2004, entre los Yanquis de Nueva York y Alex, este por 10 años y 275 millones de dólares.
Y entonces creció el mercado, en esta época de la modernización del béisbol de las Grandes Ligas, con cifras astronómicas económicamente hablando, para varias de las figuras de primera línea en la Gran Carpa.
En muchas ocasiones, esta clase de contratos con ingresos millonarios, han sido criticados porque el rendimiento de esos peloteros, en algunas ocasiones, no han representado la inversión de los equipos. Y de esas decepciones, que digan algo las novenas. Nosotros dejamos de lado esas consideraciones.
Los vigentes
Las cifras de los contratos, con muchos ceros a la derecha, vienen consiguiendo que las figuras más destacadas lleguen a las nóminas de los clubes.
El venezolano Miguel Cabrera, por ejemplo, después de ser una figura con los Marlins, ayudando a conquistar la corona de la Serie Mundial de 2003, nada más que frente a los Yanquis de Nueva York y su tropa de estrellas, firmó con los Tigres de Detroit, por 8 años y 248 millones de dólares.
Hace muy pocos días, el latinoamericano Nolan Arenado dejó el uniforme de los Rockies de Colorado para irse a jugar con los Cardenales de San Luis, estampó su firma por 260 millones y 8 años de contrato.
El dominicano Manny Machado, salió de los Orioles de Baltimore para la organización de los Padres de San Diego, con un contrato de 10 años y 300 millones de dólares, uno de los 10 mejores de la actualidad en las Grandes Ligas.
El astro derecho Gerrit Cole fue contratado por los Yanquis de Nueva York luego de su paso por los Piratas de Pittsburgh y los Astros de Houston, por 324 millones y 9 años de campaña, para ser desde este año, el as en la rotación de los “Mulos”.
Giancarlo Stanton, figura indiscutible con los Marlins, no ha brillado como muchos esperaban con el uniforme de los Yanquis, quien tiene un contrato de 325 millones y 13 años, con un primer año espectacular con 38 cuadrangulares y 100 carreras remolcadas, en el 2018, pero que ha venido de lesión en lesión, y su ofensiva no ha sido la mejor.
Bryce Harper dejó a los Nacionales de Washington, después de siete años, y se fue para la ‘’cueva’’ de los Filis de Filadelfia, con 330 millones de dólares y 13 años de contrato, en donde está desde hace tres años.
El dominicano Fernando Tatis Jr., surgió de la “finca” productoras de las menores de los Padres de San Diego. El torpedero de los “Frailes”, acaba de firmar por 14 años y 340 millones de dólares, el contrato más cuantioso de un pelotero hijo de Quisqueya.
Pero el boricua y risueño Francisco Lindor, quien surgió con los Indios de Cleveland, jugador de gran capacidad defensiva y ambidextro a la ofensiva con muy buenos numeritos, firmó con los Mets de Nueva York a partir de este año, por 341 millones de dólares y 10 años de contrato, para erigirse en el pelotero mejor pagado de todos los tiempos de la isla borinqueña. Los Mets esperan mucho de él para el futuro inmediato.
Mookie Betts jugando de maravilla con los Medias Rojas de Boston durante 6 temporadas, se fue de la Liga Americana y pasó a la Liga Nacional, al firmar un jugoso contrato por 365 millones de dólares y 12 años, con los Dodgers de Los Ángeles, y con cuya novena ya se alzó con su primer anillo del Clásico de Otoño, al ayudar a los “Esquivadores” a conquistar la corona después de 32 años de ayuno.
El múltiple ganador de la corona como Mejor Jugador de la Liga Americana, siempre luciendo el uniforme de los Angelinos de California, Mike Trout es, hasta la fecha, el pelotero mejor pagado de todos los tiempos en las Grandes Ligas.
Con su multimillonario contrato de 430 millones por 12 años con los Angelinos, Trout pulverizó todas las barreras en materia contractual en la Gran Carpa, y es considerado uno de los más grandes peloteros de todos los tiempos, no sólo de la Liga Americana sino de las Grandes Ligas.
Lo que una vez dijo Casey Stengel, quizás a manera de chiste o de broma, unos 60 años después, se ha convertido en una realidad indiscutible. El dinero fluye por todos los rincones de los estadios y los multimillonarios contratos están a la orden del día.
Creemos que no sobra nada y tampoco que haga falta algo. ¡Para qué más!