Dando la espalda a una carrera segura en el influyente periódico de su familia, Juan Manuel Santos atrapa el premio mayor en la política colombiana. Un policía hace estallar una bomba de humo azul sobre el campo de fútbol de la escuela. Anuncia la inminente llegada de un helicóptero Blackhawck que descenderá sobre el campo vacío en un minuto. Una docena de guardias de seguridad se mueven rápidamente, armados de ametralladoras en sus morrales negros.
Otra nube de humo, esta vez rojo, marca la llegada de otro helicóptero de donde salen más guardias de seguridad.
El lugar es Pasto, la capital del Departamento de Nariño, al suroccidente de Colombia, una región donde la guerrilla y los narcotraficantes prevalecen en remotas regiones selváticas.
Un tercer helicóptero aparece en el horizonte y luego aterriza sobre el campo de yerba. Los guardias rodean a un hombre delgado cuando sale. Lleva una camisa de traje, un chaleco kaki de combate, bluyins, cómodas zapatillas de cuero café y medias de rombos estilo inglés. Es el Presidente Juan Manuel Santos. Rodeado de su equipo de seguridad, saluda a los dignatarios y a los militares que lo esperan para dar comienzo a sus ya tradicionales visitas sabatinas a pequeñas comunidades alejadas de Bogotá, la capital. Las visitas acercan a Santos a las preocupaciones del colombiano común, especialmente el pobre.
El poder y la preeminencia de Santos no sorprenden a aquéllos que lo conocieron hace casi 40 años en Lawrence. En esa época, impresionaba a sus compañeros en la casa de la fraternidad Delta Upsilon donde irremediablemente les ganaba partidas de poker jugadas hasta altas horas de la noche, animadas por charla-basura para luego salir disparado para la biblioteca a clavarse en economía y finanzas avanzadas, mientras sus compinches se echaban a dormir.
Juan Manuel Santos, se decían los hermanos de la fraternidad DU, iba para arriba. Ciertamente, en la clase de Lawrence del 73, ya estaba desarrollando el sueño de regresar Colombia y algún día lanzarse a buscar la Presidencia. Pero no se atrevía a comentarlo con sus amigos de KU. Santos lo dejó entrever entre sus íntimos en Colombia, pero ellos descartaron la idea, aunque su tío abuelo había sido presidente entre 1938 y 1942. Excepto él mismo, todos decían que nadie de su aristocrática familia, dueña del periódico más poderoso del país, podría ganar la presidencia en la Colombia moderna de hoy. Sin embargo, Santos fue escalando poco a poco la cuesta política del país y ganando aplausos a cada paso, a menudo tomando altos riesgos. En el 2008, como ministro de defensa, sorprendió a la nación al dirigir un rescate dramático de rehenes en manos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
El año pasado, Santos fue elegido Presidente en medio de un terremoto político; es el primer graduado de KU que se convierte en Jefe de Estado. Hombre privilegiado y rico, ha desconcertado las expectativas al acentuar innovadoras estrategias anti-pobreza, hacer las paces con el presidente venezolano Hugo Chávez, el incendiario izquierdista, quien durante años insultó a Santos y a otros líderes políticos colombianos.
Su enfoque de gobierno lo ha hecho muy popular entre los colombianos. “He sido un poco peleador de barriada toda mi vida, en términos de vencer retos, de desafiar los retos”, dice Santos, 59, en su oficina del palacio presidencial, la Casa de Nariño.
Quizás su mayor reto le llegó hace 20 años, cuando tomó la dolorosa decisión de abandonar el periódico de la familia El Tiempo, para emprender una carrera política. Provocó una crisis familiar al enfurecer a un hermano y dos primos, que también habían estudiado en KU.
Santos arregló el asunto tras consultar a un amigo de su padre, quien se había convertido en su mentor. “Mire, si usted quiere tener influencia toda su vida”, le dijo el mentor, un ex ministro de hacienda, “quédese en El Tiempo. Pero hay una diferencia entre tener influencia y tener poder real. Poder es sentarse a firmar un decreto que diga ‘Esto se hace’. Yo lo conozco. Usted no será feliz con tener una mera influencia”. Santos recuerda que el consejo inicialmente lo ofendió. “Me sentí como si estuviera siendo descrito como un ambicioso hijo de puta”. Pero luego su mentor le dijo: “No, no, no. No me malinterprete. Es la motivación que tienen algunas personas y que necesitan si quieren llegar a ser alguien grande”. Bruce Bagley, Decano del Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad de Miami y amigo de Santos desde 1973, lo expresa de esta manera: “Juan Manuel se ha preparado toda su carrera para ser presidente”.
En todo caso, su padre, Enrique, moldeó los sueños en grande de Juan Manuel. Por años, Enrique y su hermano Hernando, fueron dueños y dirigieron El Tiempo. En un país azotado por la pobreza y los odios partidistas su periódico era una voz para la libertad de expresión y las elecciones honestas y en contra de la intromisión política de generales y de la Iglesia Católica. Hordas de matones de derecha quemaron El Tiempo en 1952. Una dictadura militar lo cerró por dos años en 1955.
El favorito de su padre, a pesar de sus hermanos
Con el regreso del país a la democracia en 1958, el periódico desarrolló una influencia, comparable a la del New York Times y el Washington Post juntos. Los invitados a las cenas en casa de los Santos incluían a los poderosos, junto con escritores, artistas y toreros, que reflejaban los intereses eclécticos de Enrique.
Juan Manuel, el tercero de cuatro hermanos, se embriagaba en la atmosfera excitante. Demostraba una gran habilidad para hacerse amigo de las personas mayores, que lo convirtió, dicen todos, en el favorito de su padre. Era tan agradable, que ni siquiera sus hermanos competidores llegaron a envidiarlo, excepto cuando su padre le permitió ser el primero de los hijos en conducir el Pontiac Tempest o le asignó una mayor mesada semanal.
Sus hermanos mayores, Enrique hijo y Luis Fernando buscaron la revancha maltratándolo, pero Juan Manuel le dio vuelta al marcador exigiendo igualdad de mesada para sus hermanos para demostrar que él no iba a chillarle a sus padres.
Juan Manuel empezó a demostrar talento en otras actividades. Se hizo a un pastor alemán y se dedicó al perro. Lo llamó Kazán, hijo de Chichimoco – nombre inventado- y ganó concursos nacionales exhibiendo su can. Hasta ganó plata manejando otros perros.
Se inició en el golf. Su mamá había sido campeona nacional. De adolescente, jugó tan bien que competía con los amigos de su papá y hasta les ganaba apuestas.
A sus 15 años, Santos hizo un desvío inusual para alguien de la élite política y económica. Dejó el colegio privado para terminar el bachillerato en la Escuela Naval de su país, tanto para complacer a su papá como para demostrarse que podía afrontar el reto. Santos dejó atrás sirvientes y fines de semana en el Country Club de Bogotá. Los cadetes de primer año no podían salir de los predios de la escuela durante los primeros tres meses. Durante el primer año tenían que levantarse a la 4:30 a.m. de lunes a viernes para hacer ejercicios en los patios. Los cadetes antiguos les daban saladas.
El chisme de la llegada de Santos se regó por la Escuela. “Muchos de nosotros no creíamos que fuera a aguantar tres meses”, dice Alfonso Calero Espinosa, por entonces uno de los cadetes antiguos. “Pero demostró gran mérito al integrarse al medio militar”. A Santos se le ilumina el rostro cuando recuerda su época de cadete. “Era un reto académico y físico”, dice. “Me fue muy bien. Era el primero de mi clase. Me adapté muy fácilmente a situaciones y circunstancias”.
“Me gusta mezclar. Es una manera de ser que heredé de mi padre. Siempre me dijo ‘Mire el lado positivo de la gente y trate de sacar de ellos la parte que lo enriquezca a usted y los enriquezca a ellos’”.
Se compró un carro con lo que gano jugando poker
En 1969, después de graduarse de bachiller en la Academia, Santos llegó a Lawrence a enfrentar un mundo diferente. Para entonces, KU se estaba convirtiendo en una tradición familiar. Su siguiente hermano mayor, Luis Fernando, graduado del 70, era un senior. Había recibido grandes recomendaciones de la Escuela de Periodismo William Allen White y decidió irse para allá, a pesar de que como dice recientemente, “todo lo que sabía de Kansas era la referencia en El Mago de Oz”. Dos de sus amigos colombianos se le unieron en la ida para Kansas.
Juan Manuel vivió en McCollum Hall durante su año de primíparo. Phil Miller, graduado en 73 y 75, lo había conocido en una clase de basket. Los dos se destacaron, y Miller, ahora abogado y litigante en Kansas City, Mo., lo invitó a que se apresurara a inscribirse en Delta Upsilon. Santos se mudó a la residencia de la fraternidad en Emery Road para su segundo año, algo inusual para un estudiante extranjero. De hecho, ninguno de la otra docena de familiares y amigos que estudiaron en KU entró a una fraternidad. “Era la mejor forma de entrar a participar de los círculos sociales norteamericanos”, dice Rodrigo Castaño, del 75, amigo de la familia Santos y ahora importante productor de cine y televisión. “Siempre se ha cuidado en aprender cómo avanzar hacia dónde quiere ir. Para llegar lejos, había que hacer muchas cosas para salvar la escala social”.
Santos se dio cuenta de que presumir de su privilegiado estatus social en Colombia no les caía muy bien a los norteamericanos. Se unió a los hermanos para llevarles serenata a las Delta Gamma vecinas, deslizarse al Lago Potter sobre los charoles del almuerzo y salir a beber a The Wheel. “Se integró muy rápido”, recuerda Brian Bracco, del 73, ahora Vicepresidente de Noticias de Hearst Televisión en Kansas City. “Era uno de los nuestros”.
Santos también se unió a las maratones de poker que se jugaban los viernes y sábados por la noche. Las apuestas subían a cinco, diez o veinticinco centavos. Santos se ganó el apodo “Tírate-una-e- veinticinco, Juan”, porque invariablemente subía la base al tope, así tuviera cartas chimbas. Los otros jugadores no lograban adivinar si estaba faroleando porque “Era muy bueno para tapar sus emociones”, dice el médico Jeff Joyce, clases 73/77, de Leawood. “Ganaba más de lo que perdía”, dice Phil Miller.
Santos da un ejemplo de su talento de jugador: “Gané una vez tres noches de seguido cerca de $320”, recuerda. “En esa época, con eso se compraba un carro”. Se compró un Chrysler viejo.
Siguió siendo miembro de DU pero se mudó fuera durante los dos últimos años. Se dejó crecer el pelo y una barba sarrapastrosa (lo dice el diccionario!, N.T.) y se volvió asiduo a los conciertos que daban en el campus Jefferson Airplane, Carole King y Crosby, Stills and Nash, al aroma de la marihuana. “Sí, yo inhalé”, afirma, haciendo eco a una aceptación hecha el año pasado para la campaña presidencial.
Un nerd triunfante, sacó su grado en siete semestres. Regresó a Colombia pero al año empacó para Londres como delegado del país ante la Organización Internacional del Café. Santos se metió de lleno en la política del mercado internacional para el mayor producto de exportación de Colombia y estudió en la London School of Economics, donde prescindió del grado al no tomar el examen final. En 1980, se fue a Boston a estudiar en la Fletcher School of Law and Diplomacy, de Tufts University, y obtuvo una maestría en la Facultad de Gobierno Kennedy, de Harvard University. En 1983, con el total respaldo de su padre, se unió a El Tiempo como director de la página editorial de contacto con la comunidad.
Daniel Samper, reportero de El Tiempo que ha conocido a Santos desde la adolescencia, fue uno de los periodistas que cuestionaron sus motivaciones. “Le pregunté si quería ser periodista o político” dice Samper, graduado del 70. “Respondió que periodista, lo que era importante para mí”.
En 1987, Santos se fue de El Tiempo para pasar otro año en Harvard, esta vez como Fellow Nieman, un programa de carrera intermedia para periodistas de alto turmequé a nivel mundial. Santos se destacó entre los 25 Fellows Nieman por tomar clases en la facultad de negocios de Harvard y con frecuencia vestir traje y corbata para asistir a reuniones donde ampliaba la órbita de sus contactos influyentes. “Era, por supuesto, un “fellow” mucho más ambicioso que nosotros”, dice Rosantal Alves, una compañera en Nieman.
Su decisión enfrenta a la familia
Después de su regreso a Colombia, su papá continuó acicalándolo para convertirlo en editor en jefe del El Tiempo, un puesto desde el cual podría manejar la dirección del país. Pero en 1991 el presidente César Gaviria le pidió a Santos que fuera su primer Ministro de Comercio Exterior. ¿“Sabe el sacrificio que esto representa para mí”? Le preguntó Santos al Presidente. “¿Sacrificio ser el editor en jefe de la página editorial de El Tiempo? Pero si a usted lo que realmente le gusta es la política, la vida pública”, le respondió Gaviria.
Cuando Santos aceptó el puesto, a su tío Hernando, que se había opuesto a que Santos entrara al periódico ocho años antes, se le voló la piedra. A los dos días, Hernando Santos lo atacó en una columna publicada, en la que decía que la movida perjudicaba la credibilidad de El Tiempo rompiendo el límite entre el periódico y el gobierno.
Su colega y amigo Daniel Samper recuerda, “Me sentí traicionado”. Santos dejó de hablarle al tío, y las relaciones entre Hernando y Enrique – hermanos casados con hermanas, compañeros de trabajo por años y vecinos de la misma cuadra en Bogotá – se hicieron tormentosas. “Hubo insultos y gritería”, dice Rafael Santos, de la clase del 76, uno de los hijos de Hernando, y ahora uno de los directores del periódico. [Juan Manuel] “puso sus aspiraciones personales por encima de los demás, incluida su familia”.
Al recordar el episodio, Santos acepta la crítica. “Sí, es justo”, dice. “No se llega a donde yo estoy siendo solamente un buen tipo. Yo trato de maltratar lo menos que puedo, pero tengo que confesar, sí, que a veces hay que pasar por encima de la gente. Desgraciadamente, la política es algo que saca lo peor de la condición humana. Pero si se usa correctamente, es muy gratificante. A veces hay que apostar duro. Y a menudo ser un poco frío, tener sangre fría, quiero decir”.
Santos se fajó como Ministro de Comercio Exterior. Otro presidente, Andrés Pastrana, lo nombró Ministro de Hacienda. Santos ganó otras altas marcas al rodearse de consejeros de alto vuelo y sabiendo cuándo delegar.
En el año 2002, Colombia estaba cansada de la guerrilla de las FARC y de los escuadrones de paramilitares de derecha que estaban invadiendo el país. Álvaro Uribe, un gobernador conservador, fue elegido presidente con el mandato de aplastar la violencia. Nombró de vice-presidente a Francis Santos, primo hermano de Juan Manuel y otro de los hijos de Hernando. Francisco Santos, clase del 84, pasó sus dos primeros años en KU. Había sobrevivido al secuestro de parte del más conocido cartel de la droga. Un Santos estaba a un paso de la presidencia. Pero no era Juan Manuel.
Juan Manuel no respaldó inicialmente a Uribe. Pero jugó bien sus cartas creando un partido político que sí lo hizo para la re-elección de Uribe en el 2006. Uribe lo premió nombrándolo Ministro de Defensa.
Uno de los problemas heredados por Santos fue cómo resolver el reciente escándalo conocido como “falsos positivos”. Con evidencia se reveló que oficiales y soldados estaban asesinando civiles inocentes, para reclamar que los muertos eran en realidad guerrilleros. Los asesinatos inflaban los reclamos militares de éxito en sus acciones contra la guerrilla.
Verificar las acusaciones de “falso positivo” era importante no sólo para terminar la violación a los derechos humanos de parte de los militares sino para acabar con su toma de atajos en la lucha contra la guerrilla. Carlos Franco, asistente especial de Uribe para derechos humanos, tuvo la desagradecida tarea de supervisar la investigación. El alto comando militar bloqueó en repetidas ocasiones los esfuerzos de Franco.
Franco tenía pocas esperanzas respecto de Santos. “Hay un legado de políticos ambiciosos que llegan a ministros y que no toman decisiones drásticas para proteger sus ambiciones a futuro”, dice Franco. Pero Santos sorprendió a Franco al suministrar transporte militar a fiscales civiles para que pudieran visitar regiones alejadas de centros urbanos. Santos también codificó reglas para que los militares respeten los derechos humanos y ha publicado regularmente en línea los resultados que miden el progreso en la consecución de las metas.
En 2008, en una acción sin precedentes, Santos despidió a tres generales, 11 coroneles y otros trece oficiales encontrados responsables de las muertes de civiles inocentes. “Santos persistió en tratar de solucionar el problema”, dice Franco. “Mantuvo el ojo abierto sobre los militares para ayudar. Convirtió los derechos humanos en una prioridad”.
Para entonces, nadie ponía en duda las credenciales de Santos para combatir a la guerrilla. En marzo de 2008, lanzó un ataque militar que mató a un comandante guerrillero. Esto originó grandes titulares. Especialmente porque el ataque se dio a unas cuantas millas dentro del vecino Ecuador. El presidente de Ecuador, Rafael Correa, rompió relaciones con Colombia. El de Venezuela, Hugo Chávez, denunció a Santos y a Uribe. Santos y Uribe se mantuvieron inamovibles. Tenían bajo la manga un as mucho más contundente.
La Operacion Jake y la Presidencia
La guerrilla de las FARC tenía secuestrados varios rehenes de alto nivel. En 2008, la guerrilla comenzó a entregar senadores y miembros del Congreso en intercambios altamente publicitados que las FARC adobaron para propaganda. Pero la guerrilla mantenía todavía retenidos a la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt y a tres contratistas norteamericanos cuyo avión se había accidentado durante una misión anti drogas. Uribe y Santos decidieron sobrepasar en astucia a las FARC. Durante meses, bajo la dirección de Santos, los militares planearon una operación arriesgada. Hicieron creer a las FARC que se trataba de una operación humanitaria internacional y lograron que reunieran en un punto de la selva a Betancourt y a los tres contratistas, cuando en verdad lo que les llegó fue un grupo de soldados colombianos disfrazados. “Santos les dijo a sus planificadores que se quemaran los sesos con el proyecto, que se cranearan algo completamente impensable”, dice John Otis, autor del libro La Ley de la Selva, publicado en 2009, que hace la crónica del improbable rescate.
“Jaque Mate”, el elaborado plan para la operación del 2 de julio de 2008, estuvo compuesto de docenas de detalles para engañar a la guerrilla. Por ejemplo, uno de los soldados hizo el papel de árabe. Otro, hablaba con acento australiano, aprendido de afán. Dos llevaban puestas camisetas con la imagen del Che Guevara. Su helicóptero aterrizó en un claro de la selva. Los soldados disfrazados expresaron su solidaridad con las FARC mientras hacían los arreglos falsos para transportar a los rehenes de un lugar a otro de la selva. Tan pronto decoló el helicóptero los soldados inmovilizaron a los dos guerrilleros que los acompañaban. “Somos el Ejército de Colombia y ustedes están libres”. Los rehenes lloraron de júbilo. A lo largo de la planeación Santos puso siempre la cara de jugador de Poker que sus compañeros jugadores de DU habrían reconocido. Ni siquiera comentó absolutamente nada respecto del plan con su más cercano ayudante civil, Juan Carlos Mira, hasta la mañana del 2 de julio. “Actuó normalmente ese día hasta la 1 p.m.,” 20 minutos antes de que se iniciara el plan “entonces sí se puso nervioso”, recuerda Mira. Uribe y Santos fueron aclamados como héroes nacionales; dos años después, Santos ganó la Presidencia con 69 por ciento de los votos.
Al tomar posesión, Santos ha marcado un giro del curso polarizante y autoritario de Uribe. Pasó la mañana del día de su posesión en las montañas donde recibió la bendición de una tribu indígena. En las semanas siguientes anunció un plan para reducir la pobreza que compromete al gobierno a devolver la tierra a los campesinos que los traficantes de droga, la guerrilla y los escuadrones de paramilitares de derecha les han robado. Igualmente ha anunciado que indemnizará a las víctimas pobres de la violencia.
“Santos ha formado un gobierno de coalición que ha [incorporado] las agendas de los diferentes partidos políticos,” dice el senador colombiano John Sudarsky, graduado del 70. “Él dice ‘Tanto del mercado como sea posible cuanto del gobierno como sea necesario’”.
El Ministro de Agricultura Juan Camilo Restrepo dice que los funcionarios del gobierno creen que el regreso de los campesinos a sus tierras disparará la inversión en el campo y eliminará la incentiva que tiene para los pobres unirse a la guerrilla o a los paramilitares.
“La expropiación de la tierra es la raíz de la violencia que hemos padecido por más de 50 años”, dice Rafael Santos, admirando al primo al que no ha dudado en criticar. “Juan Manuel quiere dejar una huella honda. El país será diferente cuando él se vaya”. Lograr tal impacto no será fácil en un país que permanece acosado por guerrilla, narcotraficantes y grandes terratenientes que favorecen el status quo.
En la entrevista en la Casa de Nariño en un casi impecable inglés, Santos dice que casi un 44.5 por ciento de colombianos vive con menos de $2 dólares al día y que el país tiene una de las más altas cifras de distribución desigual de la riqueza en el mundo . “Yo quiero ser socialmente progresista”, dice, “porque eso es lo que necesita este país en este momento”. Alguien me preguntó ¿“Que diría si al final lo llamaran un traidor de su clase”?
“Le diría ‘Si me llaman así por las misma razones por las que llamaron a [el presidente Franklin D.] Roosevelt, me sentiría muy, pero muy honrado. Significa que logré algunos de mis objetivos’.
Y como FDR, Santos se enorgullece de llegarle a los ciudadanos más desprotegidos de su país. Temprano esa mañana sabatina en Pasto, Antonio Navarro Wolff esperaba que aterrizara el helicóptero presidencial. Navarro Wolff, ex guerrillero que depuso las armas hace 25 años, es ahora el gobernador elegido del Departamento de Nariño. “Yo no voté por él”, dice Navarro Wolff. “Pero está haciendo un buen trabajo. Ha calmado las tensiones políticas en el país y ha hecho la paz con nuestros vecinos. Ha sido una sorpresa para todo el mundo”.
¿Podrá continuar echando para adelante? Como sus compinches de DU aprendieron hace mucho tiempo, no apueste contra Juan Manuel Santos.
* Bridges, escritor ‘freelance’ establecido en Lima, Perú, es el antiguo Jefe de Bureau para Sur América del Miami Herald.
Puede ser contactado en: tegbridges@gmail.com
Bogotá, D. C. 20 de julio de 2011
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