Para gobernar un Estado es fundamental contar con un profundo compromiso con el país y su pueblo y los valores que estos encarnan. Este compromiso debe ser lo suficientemente fuerte como para evitar cometer equivocaciones que, más que simples errores, pueden representar ofensas a la comunidad y a la dignidad nacional e incluso también a la comunidad internacional.
Este es el caso que hemos observado en los últimos días, con ciertos nombramientos en el servicio exterior que, incluso entre miembros del gobierno y su partido en el Congreso, han sido rechazados de manera enérgica. Resulta incomprensible cómo el Ministro de Relaciones Exteriores no pudo hacer una reflexión profunda ante el Presidente de la República sobre la inconveniencia, la improcedencia y el daño que representaría designar a personas cuyas acciones o antecedentes son cuestionados y que no encarnan los valores y principios que deben prevalecer en nuestra representación internacional.
Gustavo Petro/Luis Gilberto Murillo. (Imagen: Telemundo 31-VBM).
Uno de los deberes más importantes de un Ministro es brindar su opinión al Presidente, incluso cuando esta opinión se oponga a sus deseos o caprichos. Los Ministros, en su rol, no solo deben ser ejecutores de decisiones, sino también consejeros del gobernante, alertando sobre las consecuencias que pueden surgir de ciertos actos de gobierno. Seguramente al principio no le gustará al gobernante pero a la largo lo agradecerá. Esta capacidad para expresar sus juicios, es una de sus mayores responsabilidades, pues el impacto de sus decisiones puede ofender a la Nación e incluso trascender fronteras y afectar la reputación del país a nivel internacional.
El rechazo a los recientes nombramientos en el servicio exterior no es una mera disputa política, sino una señal de que ciertos estándares no deben ser transgredidos cuando se trata de representar al país ante el mundo. Los cargos diplomáticos son de una importancia crucial, no solo por las relaciones que establecen, sino porque esos representantes son los encargados de proyectar los valores y principios de la nación en el ámbito internacional. En este sentido, es fundamental que los elegidos para ocupar estos cargos sean personas que encarnen la dignidad, la ética y los valores que corresponden a la alta responsabilidad que tienen.
En particular, los representantes del Estado en temas de política exterior deben adherirse a una política de género que asegure la igualdad y el respeto a los derechos humanos. Este enfoque debe ser aplicado de manera rigurosa, de lo contrario, el país corre el riesgo de ser percibido como una nación que no toma en serio estos valores.
Dentro de este contexto de la importancia de analizar las implicaciones de las decisiones diplomáticas en el marco de los valores y aspiraciones de una nación, aspiro que el Ministro de Relaciones Exteriores y el Presidente de la República entiendan y valoren lo que representaría una eventual asistencia de éste último a la posesión de Nicolás Maduro como Presidente de Venezuela.
Asistir a este acto puede ser interpretado como un respaldo implícito a un régimen cuestionado por su falta de transparencia en las elecciones, mientras que la ausencia podría consolidar la posición de Colombia como defensora de los principios democráticos y los derechos humanos.
En juego no solo está la imagen del Presidente, sino también la dignidad nacional y la coherencia de nuestra política exterior.
Esta decisión, que podría parecer simbólica, será un mensaje claro al mundo sobre los valores que guían a nuestra nación. Más que un acto diplomático, es una actitud consecuente con la solicitud que ha hecho el Presidente para que el gobierno de Venezuela muestre las actas de las elecciones porque somos un país que respeta la democracia y su compromiso con el voto popular, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.