La depresión y la ansiedad se han convertido en uno de los principales problemas de salud mental, sobre todo desde que las duras condiciones vividas durante la pandemia han desvelado una prevalencia de ambos males aún mayor de lo que se creía.
La enfermedad cronificada, es decir, el diagnóstico permanente de afectación de depresión también está al alza.
Todos los datos epidemiológicos globales demuestran que las mujeres pueden tener el doble de riesgo de padecer estas patologías. Un estudio publicado esta semana en JAMA (“Journal of American Medical Asociation”) ha proporcionado importantes sorpresas sobre la epidemiología de estos trastornos. Al parecer, la depresión se hereda y es más fácil que pase de mujeres a hijas que entre otros miembros de la familia.
Desde hace mucho se viene investigando que algunos tipos de trastornos depresivos y de ansiedad afectan a núcleos familiares. La conexión más habitual es la transmisión madre-hija, pero incluso se ha propuesto que cuando el padre no ha padecido el mal, los hijos varones no suelen sufrirlo.
La nueva investigación ha tratado de ahondar en estas relaciones examinando el historial de 400 niños canadienses de 10 años que habían participado en un programa de familias en riesgo por desórdenes del estado de ánimo. La idea del estudio es confirmar si existe alguna relación genética en la transmisión de estos trastornos.
Si los genes están implicados, la ansiedad y la depresión infantil tendrán más prevalencias en niños de ambos sexos con padres también afectados.
Pero si la transmisión de la enfermedad se produce porque los pequeños crecen en un entorno donde esos comportamientos son una referencia pueden observarse diferentes patrones en función de cuál de los progenitores tiene más influencia en la formación del carácter en las etapas primeras del desarrollo.
En otras palabras: ¿qué influye más a la hora de desarrollar el mal, los genes heredados o el ambiente vivido en casa?
En el trabajo, las niñas con una madre afectada por depresión o ansiedad tuvieron hasta tres veces más probabilidades de desarrollar la misma patología que el resto. Sin embargo, los niños con un padre afectado no parecen tener más riesgo de heredar el mal. Y lo que es más sorprendente: si el padre no padece trastornos, los hijos varones tienen menos probabilidades de padecerlo en el futuro, como si la “buena salud” del padre también se heredara. Como norma, tener un progenitor del sexo contrario sano no protege tanto como tener sano el progenitor del mismo sexo.
Algunos estudios previos ya habían demostrado que la ansiedad y, en menor medida, la depresión, pueden aparecer en los niños como consecuencia de la observación de los modelos de conducta de sus padres.
Un ensayo con 25 familias de diferentes razas realizado en 2010 demostró hasta qué punto el comportamiento de los progenitores incide en el de los hijos. Se entrenó a los padres para que actuaran como si estuvieran ansiosos antes de que sus hijos pasaran un examen de dictado. El grupo de padres que simuló ansiedad transmitió a sus hijos la misma ansiedad antes del examen. Aunque no pareció que ello afectara al resultado de la prueba, los niños acompañados de padres «con ansiedad» mostraron síntomas de ansiedad en el examen y algunos de ellos pretendieron evitar hacerlo.
En la vida real, la relación causa-efecto entre la depresión y la ansiedad de transmisión familiar es difícil de definir. Cuando una madre y una hija, por ejemplo, comparten episodios de ansiedad no siempre es sencillo saber quién lo sufrió primero. ¿La madre con ansiedad sirve de modelo para el comportamiento infantil? ¿La hija con un trastorno es la que provoca la ansiedad de la madre?
Este estudio ahora presentado es un trabajo meramente observacional y no permite responder a estas preguntas. Pero puede ser la constatación de que, sea cual sea el origen, muchos trastornos mentales interfamiliares podrían ser tratados e incluso prevenidos con intervenciones en la parte adulta de la familia. Prevenir y, en su caso, curar la ansiedad de los progenitores puede reducir considerablemente las tasas de trastorno infantil que, por desgracia, no dejan de crecer.
El tema se vuelve aún más peliagudo cuando los dos miembros de la pareja progenitora sufren ansiedad o depresión. Trabajos clínicos desarrollados desde 2007 han demostrado que en estos casos el riesgo de padecer el mal por parte de los hijos es incluso el doble que en el caso de un solo progenitor afectado y que en él no interviene (en este caso) el sexo de los descendientes.
La ansiedad infantil es, desde hace algunos años, motivo de debate científico porque generalmente está infradiagnosticada. En la última década los casos de menores aquejados de esta patología han pasado de representar el 3,5% de la población infantil y adolescente a suponer un 4,1%.
El problema es que el 80% de los jóvenes y niños que sufren ansiedad y depresión no reciben tratamiento, según datos de la institución internacional Child Mind. Aproximadamente 117 millones de menores de 16 años han pasado algún episodio de ansiedad patológica, que se manifiesta con una sintomatología muy variada y no siempre evidente.
El riesgo de que estos episodios no tratados se conviertan en males crónicos no es pequeño, de ahí la importancia de contar con herramientas de diagnóstico intrafamiliar eficaces. (elmundoalinstantecom).