Cartagena, Bolívar, Medellín, Antioquia y Colombia, no podrán olvidar todas las gestas que hizo dentro del béisbol.
Desde cuando jugaba en el ya desaparecido campo de Santa Rita, en el barrio Torices camino al Daniel Lemaitre, en Cartagena, se perfilaba como un pelotero dotado de condiciones, talento y sagacidad para jugar el Rey de los Deportes.
Fue su padre, José ‘Cabezón’ Corpas, un pelotero de la época en que Colombia empezaba a proyectarse en el concierto mundial del deporte de los bates y las manillas, haciendo parte de la representación que ganó el título de los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1946 en Barranquilla, quien lo inició en la brega deportiva y, más tarde, pulió ese diamante en bruto, Luis García Salcedo, cuyo nombre dice muy poco, pero que en la jerga beisbolera es conocido como Lugarsal, afamado por haber tenido entre sus manos a muchos de los jugadores más reconocidos para el béisbol de Cartagena, Bolívar y Colombia.
De las Estrellas de Santa Rita, así se llamaba el club en donde empezó a jugar, forjado por su padre, se enroló con las novenas de la Base Naval y luego con Millonarios, el equipo que, ciertamente, estaba integrado por jugadores de mejores condiciones económicas a las de sus rivales, pero que jamás le hizo el feo a los que llegaban de los barrios menos favorecidos, a los que patrocinaban especialmente para que tuvieran apoyo en su educación.
Epopeya en los juegos
No había cumplido la mayoría de edad, que para esos años era a los 21, cuando Antonio ‘Manía’ Torres lo llamó para que integrara la novena que defendería a Bolívar en el torneo de los VIII Juegos Atléticos Nacionales, en diciembre de 1960. Contaba con apenas 17 años de edad.
Y su epopeya fue tan majestuosa que nadie lo podía creer; solamente ‘Manía’ creía en él.
Córdoba estaba invicto hasta el momento de enfrentarse a Bolivar, porque Francisco ‘Pancho’ Amador, soberbiamente le había propinado una derrota histórica al Atlántico, al vencer a dicha novena con un juego sin indiscutibles ni carreras. Y para igualar al equipo sinuano, Bolivar tenía que derrotarlo y buscar, en un juego extra, el título del torneo.
Ni corto ni perezoso, ‘Manía’ Torres había escogido para el juego crucial a Candelario Dimas, un serpentinero de gran velocidad, pero las cosas se complicaron y tuvo que llamarlo a que se hiciera cargo de la lomita de los sustos.
Pues ganó el juego, pero había que hacer un partido extra para conocer al campeón, frente a un equipo cordobés que contaba con verdaderas figuras de la ‘pelota caliente’ de esos años.
Era el zurdo Felix Romero el encargado de abrir el compromiso por Bolívar ante Córdoba 48 horas más tarde de aquella inolvidable victoria para igualar la tabla de posiciones, que había sido un viernes por la noche, y se jugaba el domingo por la tarde. Pero también se vino abajo y ‘Manía’ volvió a utilizar los servicios del juvenil pelotero, haciendo de las suyas frente al poderoso equipo de las Viejas Sabanas de Bolívar.
Bolívar ganó el juego, ganó el título, y lo hizo con ese juvenil lanzador que llegó a la lomita para ofrecer un verdadero concierto de serpentinas. Su epopeya y su consagración no pudo ser más elocuente. Era un señor jugador, que parecía todo un veterano, pero que todo lo aplicaba a su leal saber y entender.
El uno-dos
Fue artífice, sin discusión alguna, del memorable e inolvidable triunfo de Colombia en la Serie Mundial de 1965, cuando conformó, con el sagaz, veloz e intuitivo barranquillero, Luis De Arco, una de las llaves más poderosas con que pudo contar el béisbol nacional para alcanzar la gloria en ese certamen.
El equipo nacional estaba dirigido por el cubano Antonio ‘Tony’ Pacheco, conocido ampliamente en el béisbol colombiano, pues en sus años de pelotero, había jugado en el torneo rentado de Barranquilla y Cartagena, en su primera fase, con los elegantes del Vanytor, de la capital del Atlántico.
Cada vez que había reunión para encarar el juego del día, Tony Pacheco simplemente se refería a los demás peloteros, y dejaba libre, con semáforo en verde, a De Arco y a su compañero de llave, para que, de acuerdo con las circunstancias del juego, hicieran lo que consideraban conveniente.
Ninguno de los dos recibía señas para desarrollar su trabajo en el campo de juego, ‘porque los dos están tan compenetrados que saben lo que tienen que hacer para ganar’, sostenía Pacheco, conformando de esa manera, el uno-dos más poderoso del béisbol colombiano de esos años y en esa Serie Mundial.
Cuando fue expulsado Milcíades Mejía en el primer juego de la ronda extra de 3 partidos para definir el título frente México, en ese febrero de 1965, fue él quien se enfundó la responsabilidad con todo acierto de hacer de capitán del equipo, hasta cuando el juvenil Isidro Herrera colgó el último out del tercer juego ante los mexicanos, para que Colombia ganara el título, luego del triunfo en el segundo compromiso con Rafael ‘Papá’ Castro en la loma.
Era una segunda gran demostración de su calidad, de su pundonor, de su talento, de su capacidad de juego.
De ese plantel de 1965, están en sus quehaceres cotidianos, Esteban Bonfante, Isidro Herrera, Arthur Forbes, Guillermo Rodríguez, Edmond Cordero, Martín Austin, Ascensión Díaz y Luis De Arco.
Con Antioquia
Atlántico había conseguido tres títulos nacionales al hilo, con aquél equipo que el venezolano Antonio ‘Camello’ Briñez armó para ganar dos coronas el mismo año, como ocurrió en 1966, y Cartagena era la sede del siguiente torneo, en 1967.
Para adelantar sus estudios profesionales de ingeniero químico, se había trasladado a Medellín, y desde su llegada, trabajó incansablemente con los dirigentes antioqueños para que el béisbol tomara el auge que finalmente alcanzó, al conquistar Antioquia el título nacional de 1967, arrebatándole la corona al Atlántico y Bolívar, que era favorita para alcanzar el galardón.
De la mano del técnico dominicano Ernesto González, y de un puñado de peloteros que los moldeó a su manera, con una mezcla de veteranos de la Costa Caribe y de nativos que jugaban con estilo y calidad, Antioquia brilló con luz propia durante casi una década, y la victoria en ese torneo, se le debió a la enjundia que él hizo y al contagio de buen béisbol que jugaban todos los integrantes de la novena.
La ‘fiebre’ por el béisbol en todo Antioquia fue como el virus de la gripa, se fue multiplicando hasta hacer de esa región un punto de apoyo para su desarrollo, gracias al entusiasmo a la capacidad de trabajo de este cartagenero que amaba tanto al béisbol como a su propia vida.
Fallece en Medellín
Se quedó en Medellín. Nunca se desvinculó de los ajetreos del béisbol. Mantuvo su entusiasmo día y noche por hacer de la capital ‘paisa’ y del departamento, algo digno dentro del béisbol nacional, que consiguió con la organización de diferentes torneos tanto nacionales como internacionales, con el apoyo de una inmensa afición que fue subyugada por la calidad de pelota que jugaban los propios y extraños.
Quedan muchas cosas por contar sobre la vida de este hombre que pudo llegar a ser jugador de Grandes Ligas, pese a que su contextura física, para entonces, no era consideraba la más adecuada, pero que su talento y sus grandeza dentro del campo de juego, hubiese sido factor determinante para pensar en que sus aspiraciones para llegar a la Gran Carpa no eran del todo descabelladas.
Sin embargo, quería ser profesional y lo alcanzó. Fue ingeniero químico y trabajó con Pilsen Cervunión buena parte de su carrera profesional, sin abandonar un solo momento el béisbol.
‘’José Miguel tenía una artritis gotosa de base, hizo anquilosis severa de vértebras cervicales y fue intervenido hacía algunos meses. Tenía una limitación marcada’’, explicó el doctor Fermín Garizábal, su amigo y a quien había visitado el pasado 20 de este mes en su residencia.
Todo esto es un pincelada sobre la vida de uno de los más grandes peloteros de todos los tiempos de Colombia, José Miguel Corpas, artífice de muchas jornadas eximias del béisbol nacional y miembro de aquella novena que ganó el título mundial de 1965, quien falleció a sus 80 años, en Medellín, en la madrugada de este domingo 23 de abril y cuyos restos fueron cremados.
Más de un libro se puede escribir sobre la grandeza de José Miguel Corpas, el hombre que transpiraba las 24 horas del día béisbol puro y bueno en todos sus sentidos. Pero para una verdadera semblanza, bastaría con decir que eran tan grande dentro del béisbol como con su generosidad, su alegre y contagiosa amistad y con un corazón más grande que su diminuta figura corporal.
¡Que en paz descanse!