Para ser un indignado hay que empezar por tener dignidad. Hay que sentirse despojado del valor ético que establece el respeto al otro como principio del respeto a sí mismo: la dialéctica que forma el entramado de una sociedad civilizada.
Los indignados protestan en las calles de España, Inglaterra, Estados Unidos, Egipto, el mundo Árabe, y en menor medida Francia y otros países europeos, por motivos que van desde el abuso de los bancos e instituciones financieras, los tramposos créditos de vivienda, la precaria política educativa, el desempleo, las negadas libertades a la mujer con su propio cuerpo, la persecución y explotación de los inmigrantes, el colapso de la salud, etc. En Latinoamérica ha habido indignación en Chile y entre las poblaciones indígenas de Perú y Bolivia.
En Colombia la indignación no aparece. Hubo una lánguida manifestación, movida por el más atroz y espeluznante crimen contra una mujer: un asesinato que pone en tela de juicio la supervivencia de esta sociedad como civilizada y la reduce a la condición de salvaje y primitiva reunión de bestias. El Alcalde encargado Asprilla dirigió un homenaje a la memoria de la joven violada y destrozada con la inauguración de un jardincillo que llamaron parque y la presencia de la atribulada madre de la víctima, en un intento por llamar la atención de esta sociedad de ojos vendados ante el crimen más horrendo contra una mujer, perpetrado por un enfermo que anduvo suelto hasta la noche del macabro hecho.
Aquí no se llenan plazas y calles con los indignados. Aquí la gente no se indigna: insulta.
En su última columna, el miércoles pasado, el ideólogo del uribismo José Obdulio Gaviria, no vaciló en usar la palabra “sacamicas” en retruécano referido al Presidente de la República. Y su jefe y protector, el ex presidente Uribe, desde la “majestad” de la Primera Magistratura ofreció en su momento “romperle la cara, marica”, a alguien que osó cuestionar al energúmeno porta estandarte de “la verdad”. La misma que defiende su co legionario el procurador Ordóñez, resuelto a liquidar a cristazo limpio al primer impío que analice su intento de permanencia por cuatro años más en el púlpito. Los respaldan la horda de foristas que se escudan tras el antifaz del seudónimo en las “tribunas de libertad de expresión” que son los foros de los periódicos. Allí, ya no se valen de la ordinariez del insulto elemental. Acuden a la vulgaridad total, a la procacidad y lo nauseabundo para “controvertir” con quienes comparten los retretes para soliviantar sus disparos gástricos.
La reacción pública de la Plaza de Bolívar, citada por el Polo Democrático el pasado miércoles 27 de junio en respaldo del senador Iván Cepeda Castro es un primer intento de llegar a lo que realmente es una verdadera participación ciudadana. La recolección de firmas para la revocatoria del Congreso debe tomarse con cautela, porque el “mico” de una nueva Constituyente está cuidadosamente aceitado por el señor Uribe y sus áulicos para buscar el re ingreso a la política que aún no acaban de dejar. El peligro de este embuchado fue planteado por el ex presidente del Polo y ex magistrado Carlos Gaviria Díaz, en la entrevista del domingo primero de julio, que le hizo Cecilia Orozco Tascón en El Espectador. Allí, CGD alerta sobre los peligros de no medir con inteligencia lo que se está tratando de modificar: los viudos del poder están agazapados y listos a dar el tarascón tan pronto tengan la oportunidad. Y para colmo de males, una “uribista encapsulada”, como los llamara el difunto presidente Lopez Michelsen, María Isabel Rueda, produjo “la entrevista del año” en la que el presidente Santos se sigue lavando las manos y sigue pensando que un tramacazo en su favorabilidad no le quita el sueño. Y todo sigue igual, simple y llanamente porque en este país estamos vacunados contra la indignación. Vuelve y juega lo que se dijo al comienzo: para indignarse hay que tener dignidad…y ese “virus” es el único al que somos inmunes.
“Ñapa”, como dicen en los noticieros. Y la nobleza, obliga: un Feliz Cumpleaños al ex presidente Uribe, que se tranquilice!
Bogotá, D.C. julio 4 de 2012
En verdad, para indignarse hay que tener dignidad. En nuestra sociedad, la dignidad sólo la han demostrado los pueblos indígenas, en estos momentos en especial en el departamento del Cauca, y las comunidades afro-colombianas, las cuales en medio de la desidia y olvido tienen en su dignidad el escudo que les ha permitido soportar su situación. Ojalá el resto de nosotros podamos en un muy corto tiempo recoger tan valerosos ejemplos.