Columnista invitado José Clopatofsky
La frecuencia de los sucesos suele acabar su propio peso noticioso. Por eso que el presidente Santos haya nombrado el tercer ministro de Transporte e Infraestructura en dos años de gobierno no es gran acontecimiento, sobre todo teniendo en cuenta que en los últimos doce años han pasado por ese butaco once ministros diferentes. Lo grave de esto, además de la falta de continuidad y torpeza de las políticas que han caminado al vaivén de cada criterio y orientación, es que ese promedio de rotación pudo ser mucho más jugoso de no ser por los ocho años de Andrés Uriel Gallego en el despacho, que desafortunadamente dejaron también muy mala memoria.
La nueva ministra, según lo que le oímos en una entrevista con Yamid Amat, es una conocedora muy profunda de todos los tejemanejes y funcionamiento de las agencias del Estado que están involucradas en todos los procesos de licitación, contrataciones, planeación y desarrollo de obras, y también conoce muy bien todos los obstáculos que en el mismo establecimiento existen para que las cosas funcionen. O para que caminen, pero a la manera de los viejos vicios de diseño, formulación y pago de las obras que han rezagado la infraestructura del país de una manera dolorosa y penosa.
Por primera vez, dijo la ministra Cecilia Álvarez, el problema no es de plata porque el billete está listo para ser girado. Pero bien girado. Ya el ministro Cardona hizo toda la tarea ingrata y sucia de limpiar todo el sistema de concesiones y pago de las obras y dejó una plataforma administrativa más limpia, eficiente y ética para que por fin esta locomotora del pavimento deje de ser una caldera recalentada y estática y empiece a empujar las construcciones y obras que son imperativas a lo largo y ancho del país.
O sea que esperemos que esta funcionaría, por su capacidad de ejecución y sus eficientes antecedentes en programas de gobierno como los del manejo de la emergencia invernal, sea el timonel correcto para esa parte de su misión. Es decir que resulte una estupenda ministra de la Infraestructura, que es el nombre correcto de esa cartera.
Está por verse si también resulta ser una buena ministra del Transporte y la Movilidad, campo especializado en el cual hay vacíos enormes, descoordinación de funciones y normas, desconocimiento del medio, grandes presiones de sectores interesados -para bien y para mal-de los tejemanejes del transporte público, una autoridad policiva que procede a su manera por la falta de claridad de los códigos y muchos otros problemas de diversas cuantías que van en contra de la movilidad y del bienestar y la seguridad de los ciudadanos.
En un ramo en el cual la ministra necesita rodearse de personas verdaderamente capaces y conocedoras del tema, y no componedoras políticas para que los viejos vicios sigan enquistados en el funcionamiento vial del país. Hay cosas muy puntuales andando en el Congreso como el nuevo código de tránsito, que necesita un repaso completo a una cantidad de normas sueltas hechas por muchas entidades a su manera y en muchos casos por fuera de sus competencias y saberes, que no son coherentes ni positivas. Combustibles con octanaje moderno e internacional, homologaciones de vehículos y partes, políticas de ensamble y desarrollo de la industria local, son algunos puntos que no se pueden dejar más tiempo al garete ni en estudios ni en reuniones de «socialización» cuando especialmente las normas técnicas ya están inventadas por los expertos del mundo y no pueden ser manipuladas con el sabor criollo para hacer refajos impracticables y nocivos para todo el sector.
Bienvenida pues al trono, ministra número 11, y esperamos que toda Colombia pueda hacerle un corte de cuentas positivo y profesional al cabo de su período, que ojalá mejore el promedio de permanencia en la cartera de los funcionarios.
Tomado de la revista Motor