Por: Juan Restrepo
Cuando pase el impacto por la noticia de la muerte de Gabriel García Márquez, quedará el recuerdo de su obra en quienes la han leído y se perpetuará su memoria lo que quiera el tiempo con los nuevos lectores que gane en el futuro el Nobel colombiano de literatura, pero no habrá en el país un lugar físico en donde verdaderamente recordar que hubo un escritor que puso a Colombia en el mapa del mundo por una razón diferente a aquellas que más tinta han hecho derramar en los últimos años en la prensa mundial, el conflicto interno y la cocaína.
Su casa de Aracataca no es ni sombra de aquella en la que verdaderamente dio sus primeros pasos y alimentó sus fantasías. Y aunque su muerte ha sido lamentada por muchos sinceramente, también sirvió para demostrar el grado de intolerancia que hay en este país. Casi nadie fuera de Colombia, a excepción de la colonia cubana de Miami, puso por encima del valor cultural y literario de García Márquez su militancia de izquierda o su amistad con Fidel Castro.
El escritor será recordado en todo el mundo en el futuro, por más que le pese a un sector de la derecha colombiana, por su obra literaria y no porque charlaba con Fidel cuando tenía memoria para hacerlo. Se puede estar en desacuerdo con sus ideas políticas pero disentir de la manera que lo ha hecho alguna gente en Colombia, lo que demuestra es el grado de fanatismo a que han llegado algunos sectores de la sociedad colombiana y lo difícil que pinta lograr no solo la paz sino la reconciliación.
En el mundo hay muy buenos ejemplos a imitar de lugares en donde perpetuar la memoria de quienes han sido ejemplo para su sociedad y en algo así debería pensar el Estado colombiano, con el fin de honrar no solo la memoria del personaje sino el legado de un intangible cada vez más escaso, el buen manejo del idioma, único bien en el que todos los colombianos no deberían disentir.
Un lugar que albergase sus obras, primeras ediciones de sus libros, ediciones en diversos idiomas, la voz de sus lecturas, entrevistas y conferencias, el testimonio de quienes lo conocieron y de quienes han analizado su obra. Un lugar vivo, no un museo, en donde las futuras generaciones se interesen por la importancia del buen manejo del idioma español, algo cada vez más necesario en el mundo de ciento cuarenta caracteres que nos inunda.
En ese hipotético lugar, podrían reposar definitivamente las galeradas de Cien años de soledad, que aún hoy están a la venta. Se trata de un mamotreto de 180 páginas amarillentas corregidas de puño y letra por García Márquez y aunque no se trata del manuscrito original, emborronado de correcciones y destruido por el autor en su momento para ocultar sus trucos de “artesano”, son las últimas pruebas de imprenta corregidas y autografiadas dos veces por el Nobel, en 1967 y 1985. Casi dos centenares de páginas con más de mil correcciones y más de 150 palabras modificadas que se convierten en un valioso documento de estudio e investigación.
Las galeradas, por cierto, fueron regaladas por García Márquez al director de cine Luis Alcoriza y su esposa Janet con una dedicatoria que dice: “Para Luis y Janet, un dedicatoria repetida, pero que es la única verdadera. Del amigo que más los quiere en el mundo. Gabo. 1967”.
En estos días, que han aparecido tantos amigos del escritor fallecido dando testimonio de su vida y obra, no está de más –ya que no se ha visto por ninguna parte- recordar también a esta pareja de queridos amigos de García Márquez en cuya casa de México fue acogido en los años oscuros previos a la gloria que le esperaba tras el alumbramiento de aquella obra fantástica .