Cada vez es más tortuoso el camino del astro dominicano-norteamericano para llegar, algún día, al Salón de los Inmortales.
La verdad de todo es que, a medida en que avanzan los días, uno observa, con tristeza y melancolía, que el astro de los Yanquis de Nueva York, Alex Rodríguez, se esté alejando cada vez más, de sus posibilidades de llegar al Salón de los Inmortales, en un tiempo no muy lejano.
Lo decimos con el corazón en la mano, que se nos encoje como una verdadera uva pasa; con el sentimiento latino que nos embarga, frente a las sensacionales actuaciones que ha tenido el jugador dominicano-norteamericano en cada parque de pelota, desde cuando pisó por primera vez un diamante beisbolero de las Grandes Ligas, aquél 8 de julio de 1994, con el uniforme de los Marineros de Seattle.
Sus cualidades como jugador, son pocas veces discutidas y discutibles, las mismas que están dejando huellas imborrables tantos en los libros de anotaciones como en la retina de los cientos de miles de aficionados, que lo han visto actuar con los Marineros, los Rancheros de Texas y, ahora, con el uniforme de los Yanquis de Nueva York, las tres novenas con las cuales ha actuado en el Béisbol Organizado.
La calidad beisbolera que destila Alex lo elevaron a ser, hasta el momento, el pelotero mejor pagado en toda la historia del Béisbol Organizado en más de un siglo, percibiendo como salario la no despreciable suma de más de 25 millones de dólares anuales, tope que no ha sido hasta ahora, ni siquiera igualado por cualquiera otro jugador de las mayores.
Eso dice mucho de sus quilates como jugador, incluyendo el desplazamiento que aceptó cuando firmó para jugar con los Yanquis, desde el 2004, para cuidar la tercera almohadilla en vez de seguir patrullando la zona del torpedero, en donde se había delineado como uno de los mejores tanto de la Liga Americana como de la Liga Nacional, proyectándose como una verdadera luminaria tanto a la defensiva, como a la ofensiva, para que la tradicional novena de los Mulos del Bronx conservara a su capitán, Derek Jeter, en su puesto de campo corto.
Otras verdades
Pero una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa.
Suele decirse que el sol no se tapa con las manos, y en el caso de Alex, eso es más que evidente.
Lo que ha hecho Alex con sus manos, lentamente se está desmoronando con lo que viene desarrollando con sus actuaciones por fuera de los campos de juego, que en otras palabras, quiere decir que lo está derribando con los pies.
Aceptó públicamente, hace muy poco tiempo, que utilizó sustancias fuera de las normales, para buscar mejorar de su rendimiento deportivo, cuando estaba jugando para los Rancheros, algo que ya quedó en la mente de los aficionados, de la crítica deportiva y, desde luego, en el mundo del béisbol.
Titubeó para decidirse como jugador para defender los colores de República Dominicana, en el Primer Clásico Mundial de Béisbol, en homenaje a su ascendencia familiar, para irse a jugar con el uniforme de los Estados Unidos, corrigiendo más adelante esa incertidumbre, cuando lució el bombacho de la novena quisqueyana.
Más adelante, hubo casos de su vida privada, que trascendieron para que su imagen empezara a decaer entre los críticos que lo consideraban un hombre de carne y hueso, que podía cometer errores humanos, pero que no tenía la patente para desbocarse en contra de su propia personalidad como hombre y como persona. Y eso quedó flotando en el ambiente deportivo y personal de Alex.
Lo último de lo último
Para redondear las frágiles actuaciones del extraordinario Alex Rodríguez, sus dolencia físicas han aparecido cuando apenas acaba de cumplir los 36 años de edad, el pasado 27 de julio, habiendo sido intervenido quirúrgicamente en la cadera, hace muy poco tiempo; y ahora, en los últimos días, volvió al quirófano para ser sometido a otra operación, esta vez en su rodilla derecha.
Si los esteroides fueran poco y el uso de las hormonas de crecimiento fueran más, cuando estaba con los Rancheros, lo último de los último para Alex, es haberse revelado periodísticamente que también es jugador de póker, probablemente, teniendo de por medio apuestas económicas, lo que eleva aún más las dudas de que pueda llegar al Salón de la Fama.
Ese otro desliz de su vida privada, que todavía no ha sido negado rotundamente por él, en sus andanzas por Beverly Hill, agranda el asterisco negro que puede estar rondando su nombre en la nómina de los peloteros no elegibles para ingresar a Cooperstown, porque sumado lo uno más lo otro, es decir, la utilización de sustancias nada permisivas en el béisbol, más sus actividades de jugador de póker, con apuestas de por medio, tienen en vilo al mundo beisbolero y a su protagonista, para que no pueda encontrar el nicho que deportivamente se merece en el Salón de la Fama, destruido por andanzas non sanctas en su vida privada.
Si algo ha tenido el béisbol de las mayores, es considerar que la presencia en los juegos de apuestas son, por sí y ante sí, una de las formas más despreciadas por la etiquetas de honor y la lealtad para con el juego de la ‘’pelota caliente’’, en donde jugadores como Pete Rose, el más grande pelotero de todos los tiempos en conectar imparables en la Gran Carpa, quien debió tener incrustado su nombre en letras de oro en Cooperstown, no ha sido tenido en cuenta para llegar a ser residente del Salón de la Fama.
Uno de los jugadores con más pergaminos deportivos en su larga trayectoria en el Béisbol Organizado, tanto a la defensiva, conquistando dos guantes de oro en este departamento, como a la ofensiva, logrando diez bates de plata como el mejor bateador en su posición en igual número de temporadas, con tres títulos de Jugador Más Valioso de su circuito, un anillo de Serie Mundial con los Yanquis en el 2009, otras tantas actuaciones en los Juegos de Estrellas por la Liga Americana, y uno de los consentidos por los aficionados de la disciplina, Alex Rodríguez está tirando por la ventana todo lo que ha hecho en los diamantes beisboleros por sus deslices personales, por cosas extra deportivas, o mejor dicho, extra beisboleras.
Sería una lástima que ello ocurra. Pero el peso moral de su situación lo estigmatizan de tal manera, que ni siquiera sus más de 626 cuadrangulares hasta la fecha, colocándose como el sexto mejor bateador de jonrones de todos los tiempos; su promedio ofensivo por encima de los 300 puntos en toda su carrera y la proximidad que tiene de llegar a los 3.000 inatajables, que podría compilar a la vuelta de la esquina, es decir, en par de temporadas, le darán el salvoconducto necesario ni el respaldo suficiente para acreditarse un puesto en el Salón de la Fama.
Cuánto daríamos nosotros en estar rotundamente equivocados en esta apreciación, tal vez muy severa en lo ético y lo moral, y a lo mejor injusta desde el punto de vista humano, pero si pudiésemos encontrar una línea divisoria entre lo deportivo y lo personal que no es el caso del béisbol, como ocurre en muchas otras actividades de la vida del común y corriente de la gente, de plano lo aceptaríamos. Pero ante la cruda y tozuda realidad, solo tendremos que esperar unos años más, para saber a ciencia cierta qué pasará con Alex Rodríguez, a partir de los cinco años después de su retiro de la vida activa del béisbol.
Es que su catálogo de impertinencias e imprudencias personales, lo están arrinconando, y de qué manera, para que nunca llegue a estar en el Salón de la Fama del Béisbol de las Grandes Ligas.