Por: José Luis Mumbru
Quien no ha oído esa expresión después de haber abierto una botella de vino? Es innegable la atracción que siente la gente hacia los corchos, y no sé si la atracción es visual, olfativa o táctil pero es difícil para muchos evitar el tomar un corcho que este sobre la mesa y no apretarlo, no masajearlo o no dejar de jugar con él. Hagan el experimento, dejen un corcho deliberadamente solo y este será tocado, manoseado, olido por alguien e inclusive guardado en un bolsillo o metido en la cartera, en un acto de robo menor porque es un objeto que a la gente curiosamente le gusta guardar, atesorar y coleccionar. Sera por lo agradable que es al tacto? No sé!
Pienso que por esta misma razón es que la gente se molesta cuando al destapar una botella encuentran un tapón sintético en vez de corcho. Y ni hablar si la botella es de tapa rosca, como en el caso de algunos blancos, que ya vamos encontrando en el mercado. Entiendo que si queremos matricular más gente dentro del mágico mundo del vino, elementos como el corcho ayudan pero la verdad es que el tema pasa más por un problema económico que ecológico de un bien escaso, que para nada por el momento, esta aun en vías de extinción.
La producción de corcho mundial esta reducida a dos países Portugal y España, en donde el alcornoque (Quercus Suber) es el árbol de donde sale la materia prima para fabricar los corchos al arrancarle capas de su corteza cada 8 a 10 años. El proceso es sencillo, se lavan las láminas, buscando la elasticidad y obteniendo porosidad. Después se secan, se extraen los corchos y se cuecen, posteriormente se le da un baño de parafina o de silicona. Se seleccionan, almacenan y se ponen a la venta. Después la bodega los vuelve a cocer para embotellar, dejando las botellas una vez cerradas de pie por 24 horas para que se expanda y evite la pérdida del líquido, ya que esta es su principal función además de permitir la micro oxigenación del vino.
Sus calidades varían, los hay de una sola pieza, aglomerados y de dos piezas pegadas y su dimensión standart es de 38 mm, pero los hay también de 23, 44, 49 y hasta de 54 mm para algunos vinos Gran Reserva.
Retomando el asunto económico, el punto va a que muchas veces el corcho y el vidrio de la botella pueden superar el precio del vino que está adentro, por tanto económicamente no es rentable ponerle corcho a ciertas botellas, esa es la realidad, además que son vinos jóvenes que no necesitan el corcho para nada. Por tanto es conveniente irnos acostumbrando a ver desaparecer los corchos en los blancos y tintos jóvenes, a dejar de encontrar corchos de una sola pieza en algunos Crianzas y más adelante lo será en algunos Reservas pero lo que si les puedo asegurar, es que lo que no desaparecerá al menos en mucho tiempo, será el corcho en los Gran Reserva.
Pero porque olemos los corchos? Para no encontrarnos el temido TCA (2,4,6 tricloroanisol), que es el aroma acorchado en los vinos, bouchoné que llaman los franceses, que en español sería algo así como “abuchonado”, olor que no solo es desagradable en nariz y boca sino frustrante y castrante al saber que hemos perdido el placer de disfrutar de un buen caldo, por culpa dicen, de haber embotellado el vino con un corcho de una lámina, que puedo haber estado en contacto con el suelo por no haberle dejado el tocón, los 30 a 40 cms de margen de distancia entre recorte y piso que exige la ley. Cada vez ocurre menos este fenómeno pero en los años 70´s y 80´s muchos vinos se vieron afectados por esta razón.