A veces parece que se olvida o se toma apenas en cuenta que Colombia todavía es un equipo en formación, a pesar de aglutinar jugadores que se conocen desde hace largo tiempo.
El técnico Carlos Queiroz apenas lleva 16 partidos al frente de la selección y debe recorrer otro buen trecho antes de poder decir que ya tiene todo bajo control.
He oído algunas críticas sobre el juego en Chile y dicen que Colombia no tendría razones para celebrar tanto el empate angustioso de un partido que, creo es lo que piensan, debió ganar por goleada.
Otras opiniones se detienen en el equipo chileno para señalar que es uno de los peores de la llamada roja en los últimos años.
No digo que todo es fantástico ni mucho menos, pero, con las falencias innegables y también los golpes infortunados por casos de lesiones, me parece que el balance resulta positivo y se puede mirar hacia el futuro con razonable optimismo.
Hombre por supuesto que hay que mejorar. Eso lo sabe hasta el menos avisado de la comarca.
Queiroz no es marciano ni el brujo del balón y va a seguir cometiendo errores. Pero con el paso de los días y los partidos podrá (o tendrá que) robustecer su despensa hasta llegar al punto ideal o de equilibrio.
Chile aprendió hace rato cómo exasperar a Colombia, y poco importa que cambien nombres o figuras. Por eso, el empate en Santiago tiene gran valor. De esa caldera pocos salen sin chamuscarse.
Por lo demás, si sumar cuatro de seis posibles, no basta, entonces estamos pisando los terrenos de la soberbia invencible.
En época de pandemia hay mucha incertidumbre, y cuando la realidad del arranque pone a Colombia en la línea de carrera o tierra derecha, sobran motivos para estar tranquilos. Por ahora solo se lamentan los necios.