Por Guillermo Romero Salamanca
En México es una fiesta nacional en la cual hay música, tequila, colorido por doquier, pero, sobre todo, mucha comida. En el 2008 la Unesco declaró la festividad como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
En un sector de Indonesia desentierran a sus muertos cada año para celebrarles sus “cumpleaños” y además de limpiar los cadáveres, les cambian la ropa, les cantan y luego los vuelven a meter entre sus sarcófagos.
La muerte ha tenido su misterio. Hay quienes piden que ese día se emborrachen sus amigos y otros que les lleven mariachis al cementerio. En Cartago, Valle, hace unos años un personaje desenterró a un amigo y lo llevó de juerga por varios días.
De todo se ve en este mundo. Un amigo decía, al ver un cementerio, que “la gente se muere por ir allí”.
En la costa Atlántica se conocía de una serie de versos que interpretaban en recitales, en funerarias y en despedidas de difuntos. Una vez, Lisandro Meza, compositor y rey sin corona del vallenato, pero emperador del acordeón sabanero, escuchó la poesía “La Gran Miseria humana”, le pareció que sería un hit y la grabó en 1976 en Discos Fuentes.
“Una noche de misterio/ estando el mundo dormido/ buscando un amor perdido/ pasé por el cementerio…/Desde el azul hemisferio/ la luna su luz ponía/ sobre la muralla fría/ de la necrópolis santa/ en donde a los muertos canta/ el búho su triste elegía/ La luna sus limpideces/ a las tumbas ofrecía”, empezaba la canción tropical más larga que se ha grabado hasta el momento.
A los operadores radiales les daba tiempo para almorzar, cenar, hacer llamadas u otros menesteres mientras los escuchan seguían la historia de La Gran Miseria Humana y de cómo se decían unas cuántas verdades en esa canción que lleva un solo ritmo y una voz casi entre sollozos de Lisandro.
Es una gran poesía que se transmitía en forma oral. Quien había escrito semejante obra literaria le quemaron todas sus bellas redacciones, sus poemas, sus versos, sus décimas y cuanto pensamiento le floreció el día en que se fue de este mundo.
Lisandro tuvo la genial idea de recopilar la mayor cantidad de versos, porque luego se han descubierto otros que redactara el gran el máximo poeta de Soledad, Atlántico, a quien ahora le han dado cierto realce y su tumba siempre permanece con flores.
Gabriel recibió la inspiración desde muy niño. Nació en 1892 y deambulaba por sus calles, era libre como el viento, pero cuando le descubrieron su enfermedad fue sometido a la persecución. A quienes les encontraban en esa época la bacteria mycobacterium leprae o el bacilo de Hansen, simplemente eran rechazados en la sociedad y se llevaban a dos leprocomios que existían en el país: en Agua de Dios, Cundinamarca o en Caño Lora en Tierrabomba, en la costa Atlántica.
Según el presidente Rafael Reyes esta enfermedad comprometía el desarrollo del país y lo afectaría internacionalmente. Por eso creó los dos lugares para recluir a quienes padecían el mal y tenían allí, incluso, hasta moneda propia.
Sin embargo, a Gabriel su familia determinó construirle un cuarto especial donde lo mantenían encerrado. Él la llamó como “Mi celda cristiana” y se dedicó a escribir y gracias a un amigo suyo, José Miguel Orozco, leía diversas narraciones de otros bates.
Dice la leyenda que él salía de noche al cementerio a escribir elegías.
El 28 de diciembre de 1920 partió de este mundo luego de inspirarse en el amor, el desamor, la vida y la muerte. Sus familiares ordenaron quemar sus pertenencias, incluidos sus cuadernos y redacciones. Luis Felipe, un hermano suyo salvó del fuego algunos versos.
Años después de la grabación de Lisandro, las autoridades culturales han luchado por darle el puesto que se merece este noble escritor que hizo de la muerte, una poesía.
Acompañado del cierzo/ los difuntos visité/ y en cada tumba dejé/ una lágrima y un verso…
Estaba allí de perverso/ entre seres no ofensivos/ fui a perturbar los cautivos/ en sus sepulcros desiertos/ Me fui a buscar a los muertos/ por tener miedo a los vivos. (…).