Un país que sale del aislamiento al protagonismo como una superpotencia económica. Hu Jintao abre “su puerta de hierro” a Estados Unidos.
Cuando Hu Jintao culminó su visita a los Estados Unidos dejó una estela de diversos comentarios a nivel político, económico y social. Esta vez hubo mucha simpatía durante la visita del Presidente de la China, en torno al llamado “banquero de los Estados Unidos de América”.
La ideología del maoísmo de la China influyó en muchos movimientos comunistas en el mundo, especialmente en los de Suramérica. Sin embargo, la nueva China capitalista se apartó totalmente de la línea maoísta cuando Deng Xiaoping inició las reformas económicas que han permitido que ahora sea una potencia industrial y comercial.
“The Wall Street Journal” ilustraba una de sus portadas con la foto del presidente chino Hu Jintao y Henry Kissinger y el titular: “Kissinger restablece sus relaciones diplomáticas con China”, porque fue él quien construyó el puente entre ambos países hace ya cuatro décadas y sigue siendo hoy una referencia en la relación entre ellos. Kissinger recordó que el auge de China “representa una nueva experiencia para Estados Unidos al tener otro país de magnitud comparable. La economía de ambos países puede crecer simultáneamente. Muchos de los problemas que tenemos en Estados Unidos son provocados por nuestros propios defectos. La crisis económica que hemos padecido no puede atribuirse al auge de la economía china…”, dijo Kissinger.
El capitalismo chino
El Presidente Obama afirmó en la conferencia de prensa que «el avance de China es bueno para EE UU y para el mundo». Es una afirmación discutible desde la perspectiva de algunos valores éticos. Por ejemplo, no la compartirían el premio Nobel de la Paz, Liu Xiaobo o el Dalai Lama; pero de lo que no hay duda es que el avance de China, la expansión del capitalismo chino es inevitable porque la supervivencia del modelo depende de ello. China no ha llegado a América Latina para expandir su ideología sino sus mercados. No está en buenos términos con Irán porque simpaticen con su régimen sino porque necesitan su petróleo, la misma situación de EE UU con Arabia Saudita.
La visita del presidente Hu Jintao a EE UU marca la voluntad del Gobierno chino de irrumpir en la escena mundial como nueva superpotencia y la disposición estadounidense de concederle esta consideración; gran diferencia con el viaje de Deng Xiaoping en 1979, cuando Washington no acertó a definir un modelo de relación con un país del que se intuía su protagonismo futuro. Desde ese entonces Pekín empezó a desarrollar una estrategia en los principales escenarios mundiales hasta convertirse en el actual interlocutor privilegiado de Washington.
El éxito de esa estrategia es la razón última de la magna recepción dispensada a Hu en Washington y también, de las líneas fundamentales de la agenda de la visita – desde comercio a divisas y seguridad global –, alumbrada por un preámbulo de $45.000 millones de dólares en acuerdos de exportación de los que forman parte la compra de 200 aviones a Boeing, pretendiendo silenciar en parte las quejas americanas por su astronómico déficit comercial con China, estimado el año pasado en $275.000 millones de dólares.
China se ha convertido en el principal banquero internacional y por tanto, en el actor decisivo para hacer frente a la gran crisis que sacude al sistema financiero desde el verano de 2007. Pekín no ha dudado en rentabilizar políticamente el volumen de sus reservas, buscando amortiguar, cuando no silenciar, las críticas por su situación política interior. Aunque Barack Obama ha sido uno de los pocos dirigentes mundiales en evocar públicamente la cuestión de los derechos humanos ante el Gobierno chino – ayer, con guante de seda, ante un Hu que dejó claro que su Gobierno no se dejará presionar en ese terreno -, no ha pasado de ser una precavida referencia más dirigida a cubrir las formas que a realizar una crítica directa. Obama prefiere poner el énfasis en el incremento de la cooperación.
La diplomacia de Pekín, apoyada por un formidable despliegue militar, mucho más rápido de lo previsto, ha conseguido colocar a sus principales interlocutores, también a Obama, ante la insalvable disyuntiva de condescender con su desprecio por los derechos humanos o bien renunciar a la cooperación de su Gobierno en terrenos, además del económico, tan candentes como la proliferación nuclear en Irán o Corea del Norte. Washington sabe que la China de Hu no es la que encarnaba Deng Xiaoping, hasta el punto de que la única superpotencia mundial se ha avenido a compartir parcialmente su hegemonía a fin de no arriesgarla por completo.
Es preferible, sin duda, que esta rivalidad en las alturas se dirima por la vía de los acuerdos y no de los mecanismos de la guerra fría, algo en lo que insistió Hu Jintao a su llegada a Washington. Pero cabe preguntarse sobre los límites de esa negociación cuando una de las partes está representada por un Gobierno que se erige sobre una radical falta de libertades para sus ciudadanos.
Exitosa visita
El presidente de China, Hu Jintao, antes de retornar a su país hizo escala en Chicago, donde visitó una empresa china, un centro de estudios chino y una sala de exposiciones china. Era, en parte, un reconocimiento al alcalde de esa ciudad, Richard Daley, que ha visitado China todos los años de su último mandato y ha conseguido atraer a medio centenar de industrias chinas. Pero ningún éxito es más destacable que el funcionamiento del Instituto Confucio de Chicago, donde miles de jóvenes norteamericanos está aprendiendo chino.
Si alguien duda aún de la penetración de China en Estados Unidos es que no ha estado nunca en este país, que no solamente cuenta con China como su principal financista sino que depende de los productos baratos fabricados en China para mantener su calidad de vida. En otras palabras, China es ya, indiscutiblemente, un sostén imprescindible del sueño americano. Algunos ven eso como una gran amenaza, entre ellos los sindicatos, impermeables a la modernidad, otros lo ven como una gran oportunidad, principalmente los emprendedores, que miran a China como la nueva frontera. El presidente de Caterpillar que vende $2.000 millones de dólares en productos en China y cuenta allí con unos 8.000 trabajadores, pidió al Gobierno resolver todos los asuntos pendientes con Pekín, desde el valor de la moneda a las reglas comerciales, «con carácter de máxima urgencia».
El viaje de Hu ha sido, por tanto, un gran éxito desde el punto de vista chino, en la medida en que ha ayudado a comprender a la sociedad norteamericana la necesidad urgente de acomodarse a la existencia de otra superpotencia. Desde el punto de vista de Estados Unidos también destacan los aspectos positivos de la visita sobre los negativos: Hu ha exhibido una retórica esperanzadora sobre derechos humanos y ha dejado clara, sobre todo con su presencia ante el Congreso, la voluntad de su país de que, al menos en esta fase, este nuevo mundo bipolar progrese en paz.
Los dos países van a necesitar un periodo de adaptación que no será fácil. En cuanto a China, tendrá que aprender que el reconocimiento como gran potencia acarrea responsabilidades de gran potencia, en un mundo que no tolera la censura de Google y que gana en transparencia, intercomunicación y derechos que a menudo se contradicen con el modelo y la tradición china.
EE UU tiene más práctica en el trato con un contendiente de similar peso, pero nunca –el caso de Japón es diferente – había competido con otro gigante capitalista. China es hoy la expresión suprema del triunfo del capitalismo. Es el mayor prestamista del mundo, por encima del Banco Mundial. Ni EE UU ni sus aliados europeos, grandes abanderados de la causa del capitalismo como promotor de la libertad, pueden ahora negarle a China el rumbo que el desarrollo del capitalismo impone: su expansión.