Por: Juan Restrepo
Artur Mas, presidente de la Generalitat o gobierno catalán, ha convocado un referéndum en pro de la independencia de Cataluña para el 9 de noviembre, consulta que pretende crear un nuevo estado en Europa, la república de Cataluña. El gobierno de España, ha impugnado ante el Tribunal Constitucional la consulta y en el caso muy probable de que esa alta corte declare ilegal la convocatoria, si el señor Mas sigue adelante y realiza el referéndum, supondría un choque institucional en España de consecuencias imprevisibles.
El presidente catalán y su partido han planteado un desafío a la soberanía española formulando un derecho que no existe. Cataluña, hay que decirlo de entrada por más que le pese a los independentistas allí y a quienes desde fuera miran con simpatía este proceso, carece de derecho de autodeterminación y los catalanes no pueden decidir solos sobre su pertenencia a España. Quiéranlo o no, es lo que hay, están dentro de un marco jurídico que lo impide aunque un aprendiz de brujo y sus corifeos digan que la voluntad política está por encima de la ley democrática.
Artur Mas apela al derecho de los catalanes a votar para decidir su futuro. Nadie puede negar eso, claro, pero es que ya lo han hecho. Para quienes no lo sepan o lo han olvidado, los catalanes ya han opinado en tres ocasiones sobre esta cuestión: votaron abrumadoramente la actual Constitución que es ese marco legal del que hablaba antes, en 1978; apoyaron masivamente su estatuto de autonomía en 1979; y refrendaron la reforma de dicho estatuto en 2006. ¿Entonces que es lo que ha pasado para llegar a la actual situación?
A lo largo de los últimos años, el gobierno catalán se ha empeñado en un pulso con el gobierno central cuya impronta más clara es el victimismo. “Madrid nos roba”, “Trescientos años de conflicto político”, “La apoteosis del expolio” “Contra el alma del pueblo, represión cultural” y otras consignas que con visos divulgativos lo único que han hecho es fomentar el odio de los catalanes, o por lo menos de una buena parte de ellos, hacia España y los españoles. ¿Trescientos años de conflicto político? Teníamos la idea de que España se había conformado como tal con los Reyes Católicos.
Lo chusco del caso es que los argumentos para explicar ese “robo” al que somete Madrid a los catalanes son, en muchos casos, fácilmente desmontables. Un ejemplo. Un madrileño que viaje hoy desde la capital de España a tres capitales de provincia tomadas al azar: Santander, Alicante y Zaragoza por las magnificas autopistas españolas, no paga ni un euro. En cambio, un catalán que desde Barcelona, su capital, haga los mismos recorridos tiene que pagar 320 euros. Una barbaridad, claro.
¿Pero por qué ocurre esto? Porque la Generalitat, el gobierno catalán, así lo ha decidido. Recientemente, un periodista catalán, Jordi Évole, nada sospechoso de españolismo, le preguntó a Artur Mas en un programa de televisión si una vez conseguida la independencia aquellos peajes se iban a acabar. “Ni hablar, no se puede”, fue la respuesta del señor Mas.
Por una de esas curiosas carambolas del destino el ícono del independentismo catalán, Jordi Pujol, y su familia están siendo investigados por diversos delitos fiscales justamente cuando el nacionalismo pide pista de aterrizaje en la independencia. Pujol, que empezó definiéndose nacionalista y terminó independentista, gobernó Cataluña durante veintitrés años y su heredero político en el partido nacionalista, Convergencia i Unió, es Artur Mas quien recibió su antorcha en 2003.
Dice la Fiscalía que el “muy honorable”, título que le corresponde por haber sido cabeza del gobierno autónomo, posee abultadas cuentas en el exterior de manera irregular, según diversos medios alrededor de cinco millones de euros. También se le acusa a él y a su hijo de cobrar sistemáticamente comisiones que oscilan entre el tres y el cinco por ciento por concesiones de contratación institucional.
Pues bien, la figura de Pujol es clave para entender lo que pasa en este momento en ese territorio hasta ahora español. El personaje empezó como nacionalista colaborando con la gobernabilidad de España en el difícil período de la Transición, es decir el paso de la dictadura de Francisco Franco a la democracia en la década de 1970.
En ese momento se crearon en España las Autonomías, diecisiete entidades administrativas –más dos ciudades con estatuto especial al norte del continente africano—en las que está dividido el territorio español.
Tres de las regiones con derechos históricos, congelados durante el franquismo –Cataluña, País Vasco y Galicia–, reclamaron autonomía; entonces otras regiones se dijeron: “si estos reclaman autonomía, ¿por qué nosotros no?” Eran tiempos de cambio, de nuevas reglas y nadie se quería quedar atrás, sobre todo Andalucía, feudo del partido Socialista y principal impulsora de ese desastre del que ahora se ven las consecuencias.
Se crearon diecisiete maquinarias burocráticas con presidente, parlamento, bandera, himno, televisión y hasta embajadas en el exterior. A los catalanes, por ejemplo, no les basta con que haya un embajador de España en otros países, se vieron en la necesidad de enviar sus representantes diplomáticos al exterior, camuflados con otros nombres pero con pretensiones de legación diplomática. Y el dispendio que este tinglado ha significado para el presupuesto nacional es, ente otras razones, causa de la grave crisis económica que ha vivido España recientemente.
Bien, entonces la España con un rey jefe del Estado, un presidente del Gobierno y diecisiete presidentitos autonómicos resultaba ofensiva para vascos y catalanes, que no lo decían pero lo daban a entender: todavía hay clases. ¡Cómo va a ser el presidente de Cataluña o del País Vasco igual al presidente de Murcia o de Castilla! Desde el principio aquel invento nació cojo. Los nacionalistas en estas dos comunidades autónomas reclamaron más y más competencias y Madrid las concedió.
Ya quisieran los independentistas escoceses, que acaban de perder un referéndum, la mitad de competencias que tienen en España vascos y catalanes (Quien quiera profundizar en el asunto, que lea las actuales atribuciones de estos dos gobiernos autonómicos en España.
Y entre las competencias que recibieron en su momento hubo una clave para entender la raíz del problema de hoy, recibieron la educación y con la educación los nacionalistas se dedicaron a manipular la enseñanza de la historia y a fomentar el odio a España, a prohibir y multar el uso del castellano. Entregar la educación a los nacionalistas fue el peor error de los políticos en Madrid. Hoy hay una generación de catalanes y vascos nacidos y amamantados a los pechos del independentismo y reversar eso es imposible.
Cuando las tropas soviéticas llegaron a Berlín en abril de 1945, con la guerra ganada, se encontraron con una sorpresa, el recibimiento de miles de niños fanáticos, sabiamente adoctrinados que creyeron hasta el final en la victoria del nazismo. Hitler lo tenía bien claro, solía decir a los enemigos internos: “Tú no piensas como yo, pero tus hijos me pertenecen”. Los nacionalistas de nuestro tiempo no le van a saga.
Revela en sus memorias recientemente publicadas el expresidente del Congreso y exministro de Defensa socialista José Bono, que un compañero de partido, el exministro de Exteriores ya muerto Francisco Fernández Ordoñez, les contó en 1993 a un grupo de copartidarios que Jordi Pujol le había dicho: “La independencia es cuestión de la próxima generación y nosotros tenemos que preparar el camino con la lengua, la bandera y la enseñanza”.
Pero claro, para bailar se necesitan dos. La culpa no es solo de los nacionalistas. Los políticos españoles de los dos grandes partidos –partido Socialista y partido Popular– han jugado con fuego en el trapicheo que se suele dar a la hora de hacerse con el poder. En uno de los últimos clamorosos episodios de este desaguisado se apostó por parte de los socialistas, que gobernaron también en Cataluña en la época de Rodríguez Zapatero, por hablar de más autonomía para los catalanes.
Para conseguir el apoyo del partido Socialista, PSOE, a un nuevo Estatuto con más autonomía para los catalanes, el candidato del PSOE Pasqual Maragall que luego resultó elegido presidente de la Generalitat, ocultó que aquel texto tenía un embrión independentista. De aquellos polvos estos lodos y en este caldo de cultivo ya el presidente del gobierno vasco ha enseñado la patita, está encantado con el referéndum catalán.