Por: Pedro Medellin
Cada vez que capturan a un corrupto y en los medios hablan de los miles de millones que se había apropiado, se ve que la corrupción es más grande. Y por más que las autoridades aseguren perseguirla, es claro que el problema no hay quien lo contenga. ¿Quién se queda con el dinero de los corruptos?
Los propios políticos dan pistas. Hoy no hay aspirante a senador, representante, diputado o concejal, que no se queje de lo costosa que se ha vuelto la política. Y no es para menos. Cada vez les cuesta más y les resulta más difícil movilizar a los que quieren convertir en electores.
Los que conocen por dentro el ‘sistema’, explican que la gente aprendió el juego. Que vende su voto varias veces. Les recibe el dinero a todos.
Hace arreglos con todos, pero ‘apoya’ al que se le ocurra. Pero es solo la primera cuota. De allí en adelante, el electo debe ‘cumplir’ con los demás pagos. En puestos o en pesos que se vean.
Entre tanto, los políticos tienen que aceptar en silencio la situación. Están atrapados por el sistema que ellos mismos han creado. No pueden vivir de otra manera. Saben que dependen de mantener el apoyo (extorsivo) que les garantiza su lugar en la política. Y frente a las siguientes elecciones, mientras unos tratan de sacar lo que queda de un gobierno agónico para asegurar su reelección, los otros deben acordar (pagar) sus apoyos con los que están en el escalón inmediatamente inferior, para asegurar los votos que los elijan. Ya en el cargo serán uribistas o santistas, según convenga. Porque necesitan la mermelada que la gente espera con voracidad.
Aun cuando los gobiernos reclamen un gran esfuerzo en salud, educación y vivienda, todos saben que esos dineros que los corruptos se llevan, son en buena parte los responsables de que en muchos municipios no haya acueducto o alcantarillado; que la infraestructura esté rezagada, o que en las calles los pavimentos cedan rápido al paso de los vehículos.
Lo que los políticos no esperaban es que los ‘vendedores’ de votos entendieran que ‘compradores’ son responsables de que en uno de cada diez hogares haya problemas de hacinamiento; que en 1 de cada 9 no se tenga aseguramiento en salud; que en el 43,5% de los hogares presenten problemas de inasistencia escolar, que no se han podido atender; que 1 de cada 5 niños tenga que desertar de la escuela porque debe trabajar; o que 4 de cada 10 mujeres que podrían estar estudiando no lo hagan.
En apariencia, este estado de cosas debería presionar “cada vez más la necesidad de asistencia social del Estado” en nutrición, educación o salud. Y además que, entre más vulnerable sea la población, mejor porque podrá ser ‘comprada’ con simples promesas o por bultos de cemento y pequeños mercados.
Pero la gente aprendió cómo funciona el sistema. Y como sabe que parte de su condición de vida se la debe al político que periódicamente reelige, cada vez le pasa una factura más alta. Y en la medida en que pueda ver que su voto es importante, pues el precio que exigirá será mayor.
No importa que tan grandes sean los montos que los corruptos le sacan al Estado. Nunca serán suficientes para mantener satisfecha una masa de ‘electores’ que (por necesidad o pereza) aceptó ser parte de un sistema perverso que los tiene amarrados a todos, y que no permite que ninguno de ellos se lleve una porción importante de dinero que le permita vivir tranquilo el resto de sus días. Porque ni siquiera los corruptos se pueden quedar con la mayor parte del botín. A duras penas podrá mantener los bienes que haya podido adquirir en alguno de sus ‘negocios’, porque la gente desde temprano le estará esperando en la puerta, para ver si tiene la platica o el puesto que le había prometido la semana pasada.